Etapas Políticas del Reinado de Isabel II
La Regencia de María Cristina (1833-1840)
Durante esta etapa, las fuerzas liberales en el poder necesitaban atender las exigencias que derivaban del proceso de implantación del liberalismo. Desde el momento en que María Cristina asumió la regencia se hizo patente la escasa convicción con la que defendía el liberalismo. Contaba con el ministro de Fernando VII, Cea Bermúdez, que era el presidente del Consejo de Ministros.
En 1834, Martínez de la Rosa publica el Estatuto Real. En su redacción destaca la ausencia de principios liberales, como la soberanía nacional, o la nula atención que presenta a los derechos individuales.
Desde su promulgación se agudizaron las disensiones internas entre el grupo de liberales moderados, conformes con este estatuto, y el sector de liberales exaltados, que en este periodo comenzaron a llamarse progresistas y continuaron su lucha a favor de una verdadera constitución. Este conflicto condujo a la revolución de 1835. Ante la imposibilidad de controlar esta revolución, la corona llamó al gobierno de Mendizábal, de ideología progresista. Este hecho provocaría el resurgimiento del brote revolucionario culminando este nuevo levantamiento con la «sargentada de la Granja», la reaparición de las juntas y la exigencia de reinstaurar la Constitución de 1812. La reina encargó el gobierno al progresista José María Calatrava, el cual aprobó una carta legal basada en principios flexibles que hizo posible el ascenso entre los dos sectores del liberalismo, moderados y progresistas.
La Ley de Ayuntamientos, cuya aprobación constituyó el principal factor desencadenante de la grave crisis política de 1840. Los moderados pretendieron modificar la normativa vigente acerca de la elección popular de los alcaldes, que aseguraba el dominio progresista en la administración local y sustituirla por la designación directa de esos cargos por la reina, lo cual supuso la raíz del enfrentamiento entre moderados y progresistas, personalizado en las figuras de la Regente y de Espartero. El enfrentamiento terminó con la renuncia de María Cristina, que se exilió a Francia.
Regencia de Espartero (1840-1843)
Baldomero Espartero se convirtió en el símbolo militar de los progresistas y con él se iniciaba una etapa política caracterizada por la activa participación de los militares en el gobierno del país.
En 1841, el general Espartero era elegido regente, inaugurándose entonces un periodo progresista en el que dominaron las dificultades de todo tipo.
Este motín estuvo protagonizado por la burguesía textil catalana, descontenta con la política librecambista y pro-británica del gobierno. Todo ello generó un malestar popular en el que distintos intereses convergieron con el objetivo común de derribar al general. El periodo acabó con el alzamiento del general Narváez. Ante la evidencia de su derrota, Espartero huyó al exilio. El vacío de poder que siguió su marcha forzó el adelanto de la mayoría de edad de Isabel II cuando aún contaba con trece años de edad, precediéndose a su coronación.
Década Moderada (1844-1854)
Una vez lograda la paz, los gobiernos moderados comenzaron el proceso de construcción de la nueva administración y de su estructura institucional. Los protagonistas de este periodo, con el general Narváez a la cabeza, contribuirían al robustecimiento del poder de la corona, a la centralización política.
La labor de los gobiernos moderados fue profunda y significativa destacando especialmente los siguientes aspectos:
- La Constitución de 1845, que fue elaborada para contribuir a la construcción de un régimen político moderado que asegurase el dominio político y social de la oligarquía. Sus principales características son: el rechazo de la soberanía nacional; el poder legislativo en un Congreso elegido por sufragio censatario y un Senado, nombrado directamente por el rey; no reconoce la independencia del poder judicial y, por último, la unidad religiosa del Estado.
- Reformas administrativas y fiscales.
- El Concordato con la Santa Sede, el cual supuso la reconciliación de la Iglesia Católica y el Estado español.
La Revolución de 1854 y el Bienio Progresista (1854-1856)
La revolución de 1854 tuvo un doble origen: la conspiración militar, protagonizada por O’Donnell y alentada por un sector descontento del partido moderado, y una típica conspiración de tipo progresista. Esto condujo a los moderados a redactar el Manifiesto de Manzanares.
En medio de la confusión general, la reina decidió nuevamente llamar a Espartero para poner fin al proceso revolucionario, abriéndose una etapa de gobierno progresista.
Los procesos más importantes en este periodo fueron: la elaboración del texto constitucional de 1856, la aprobación de medidas económicas, la aparición de una opción política moderada, la Unión Liberal; la caída de Espartero y la vuelta al moderantismo.
La Unión Liberal y el Fin del Moderantismo (1856-1868)
Tras el Bienio Progresista, la situación se estabilizó con la llegada de O’Donnell. La permanencia en el poder fue posible por la desaparición del partido progresista y por el desgaste de los moderados.
El gobierno unionista ejerció una política pragmática que desembocó en acusaciones contra el gobierno por corrupción política y enriquecimiento ilícito.
La otra gran línea de actuación política fue la actividad exterior. Se iniciaron varias campañas que tenían como objetivo principal favorecer el espíritu nacional.
La caída de O’Donnell se produjo por su incapacidad para seguir gobernando y por el agotamiento de su débil proyecto de consenso político. Tras su dimisión se sucedieron gobiernos de corta duración con los que se volvió a un moderantismo que marginó de la vida política a los progresistas y que los empujaría a la oposición violenta al régimen.
Los progresistas, agrupados en torno a Prim, se retiraron en bloque de la vida política y conspiraron para derrocar al régimen. A ellos se unieron los demócratas, con los que firmaron el Pacto de Ostende, y los unionistas, con Serrano y Cánovas como líderes.