El Reinado de Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo en España

La Restauración Absolutista (1814-1820)

Tras el Tratado de Valençay en 1813, Fernando VII se preparó para regresar a España. El monarca demoró su vuelta, tanteando la situación ante la creciente debilidad de los liberales. En marzo de 1814, Fernando VII entró en España, recibido con aclamaciones. El 12 de abril, diputados absolutistas le presentaron el Manifiesto de los Persas, reclamando la vuelta al absolutismo. El 4 de mayo de 1814, Fernando VII emitió un decreto en Valencia: disolvió las Cortes, abolió la Constitución de 1812 y restableció el absolutismo.

Este decreto inició el Sexenio Absolutista (1814-1820), un periodo marcado por la anulación de las reformas gaditanas y la vuelta al Antiguo Régimen. Con la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena reestableció el orden en Europa y creó la Santa Alianza, defensora del absolutismo. Con la economía devastada por la guerra y las colonias americanas en proceso de independencia, Fernando VII, aferrado a los privilegios estamentales, se negó a emprender reformas fiscales. La hacienda real entró en bancarrota. Este contexto, junto al cambio de mentalidad en diversos grupos sociales (campesinos que no pagaban rentas y burguesía contraria al absolutismo), propició el surgimiento de un sector liberal que protagonizaría varios pronunciamientos. La represión fue la única respuesta de la monarquía.

El Trienio Liberal (1820-1823)

En 1820, el teniente coronel Riego, al frente de un ejército en Cabezas de San Juan (Sevilla), proclamó la Constitución de 1812. La insurrección se generalizó y, el 9 de marzo de 1820, Fernando VII juró la Constitución. Por primera vez, esta se aplicaba en tiempos de paz y con el monarca en el país. Fernando VII, absolutista convencido, obstruyó la labor de los gobiernos liberales. Esta actitud provocó la escisión de los liberales en dos grupos: moderados (partidarios de reformas limitadas) y exaltados (defensores de reformas radicales). Esta división generó gran inestabilidad política. Los liberales aplicaron una política anticlerical: expulsión de los jesuitas, abolición del diezmo, supresión de la Inquisición y desamortización de bienes eclesiásticos. Estas medidas buscaban debilitar a la Iglesia, opuesta al desmantelamiento del Antiguo Régimen. Alentados por las conspiraciones del rey y la crisis económica, surgieron protestas contra el gobierno liberal. La contrarrevolución absolutista se materializó en partidas de campesinos influenciados por la Iglesia.

La Década Ominosa (1823-1833)

La Santa Alianza encargó a Francia la intervención en España. Los Cien Mil Hijos de San Luis, al mando del duque de Angulema, repusieron a Fernando VII como monarca absoluto. Aunque se necesitaban reformas moderadas para estabilizar la monarquía, Fernando VII optó por la represión contra los liberales. Buscó la colaboración de la burguesía financiera e industrial, lo que incrementó la desconfianza de los realistas y ultraconservadores, descontentos por la no restitución de la Inquisición. En Cataluña, partidas realistas, lideradas por Carlos María Isidro (posible sucesor al trono), reclamaban mayor poder para los ultraconservadores y la vuelta a las costumbres y fueros tradicionales.

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