El Ascenso del Fascismo en Italia
En la Italia de la posguerra, marcada por la inestabilidad política y social, surgió la figura de Benito Mussolini. En 1919, Mussolini creó los fasci di combattimento, conocidos como «camisas negras». Estos grupos paramilitares tenían como objetivo frenar el auge del movimiento obrero a través de la violencia contra los sindicatos y sus líderes.
En 1921, los fasci se transformaron en el Partido Nacional Fascista, presentándose como la solución para frenar las revoluciones en Italia. Su programa se basaba en la construcción de un Estado fuerte, la defensa de la propiedad privada y una política exterior expansionista. El partido recibió el apoyo de la pequeña burguesía, la financiación de grandes terratenientes e industriales, y la tolerancia de la Iglesia Católica y el rey Víctor Manuel III.
En las elecciones de 1922, el Partido Fascista obtuvo solo 22 diputados de 500. Sin embargo, ese mismo año, con 300.000 camisas negras, Mussolini aplastó la huelga general de los sindicatos socialistas y anarquistas. Exigió al rey el control del gobierno y organizó una demostración de fuerza con la Marcha sobre Roma. En octubre, presionado por los conservadores, el rey nombró a Mussolini jefe del gobierno.
La Dictadura Fascista
Entre 1922 y 1925, Mussolini restringió las libertades y persiguió a sus adversarios (socialistas, comunistas y democristianos), manteniendo la apariencia de un régimen parlamentario.
Tras las elecciones de 1924, ganadas por la coalición de Mussolini mediante la violencia, este instauró un régimen autoritario. El Estado y el partido fascista se fusionaron, Mussolini asumió plenos poderes y se autoproclamó Duce.
Se prohibieron los partidos políticos, se persiguió y encarceló a sus líderes, y el Parlamento fue reemplazado por una Cámara de los Fasci y las Corporaciones. Se prohibieron las huelgas y los sindicatos fueron sustituidos por un sistema de corporaciones por oficios, que incluía a representantes de obreros, patrones y el Estado.
La República de Weimar en Alemania
En 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, el káiser Guillermo II abdicó y se proclamó la República, con capital en Weimar y una constitución democrática. Alemania tuvo que asumir la derrota y aceptar las duras condiciones del Tratado de Versalles.
Muchos alemanes consideraron humillante el Tratado, ya que culpaba a Alemania de la guerra, le quitaba territorios, reducía su ejército e imponía fuertes reparaciones económicas. La posguerra fue una época de crisis económica, miseria y descontento.
La República de Weimar, liderada por democristianos y socialistas, enfrentó la difícil situación económica y el descontento social. En sus primeros años, se vio amenazada por movimientos revolucionarios de izquierda e intentos de golpe de estado de la extrema derecha (como el Putsch de Múnich de las milicias nazis).
Hitler y el Partido Nazi
Adolf Hitler, un soldado desmovilizado tras la Primera Guerra Mundial, no aceptó la derrota alemana. En 1920, fundó el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) y se convirtió en su líder. El partido adoptó la bandera roja con la cruz gamada y creó una organización paramilitar, las Sturmabteilung (SA).
Su ideología se plasmó en el libro Mi Lucha (Mein Kampf), donde expresó su desprecio por la democracia parlamentaria y el bolchevismo. Defendía el antisemitismo, la superioridad de la raza aria y la necesidad de un gran imperio (Reich) que uniera a los pueblos de habla alemana.
Para atraer a las clases trabajadoras, Hitler utilizó la demagogia: prometió trabajo, reducir los beneficios industriales, mejorar los salarios y avanzar hacia una sociedad más solidaria. En sus discursos, atacaba a quienes consideraba responsables de la crisis: judíos, comunistas y demócratas.
Las milicias nazis se opusieron violentamente a la república y protagonizaron varios intentos de insurrección. También se enfrentaron a las organizaciones comunistas y sus militantes.
El Nazismo en el Poder
Tras la crisis de 1929, Alemania sufrió las consecuencias de la retirada del capital estadounidense. Muchos bancos quebraron, lo que provocó el cierre de fábricas, desempleo y descontento social. En 1932, había más de seis millones de desempleados en Alemania.
El malestar social llevó a muchos a apoyar a los partidos extremistas. Burgueses arruinados, campesinos y obreros desesperados se sintieron atraídos por las promesas nazis, mientras que intelectuales y la mayoría de los obreros se inclinaron por el partido comunista.
En las elecciones de 1932, el partido nazi obtuvo 13 millones de votos. En enero de 1933, el presidente Hindenburg nombró a Hitler canciller. Poco después, los nazis provocaron un incendio en el Reichstag (Parlamento) y culparon a los comunistas.
Este incidente permitió a Hitler eliminar a sus adversarios y exigir plenos poderes. En 1934, tras la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó Führer y Canciller del III Reich (Imperio).