Las Guerras Carlistas
Un Conflicto Ideológico en la España del Siglo XIX
La guerra civil carlista, más que un pleito dinástico por la sucesión al trono, fue un conflicto ideológico marcado por la lucha entre la revolución liberal y el tradicionalismo absolutista.
En 1833 murió Fernando VII y su desaparición dejaba abierta la crisis dinástica. Carlos María Isidro, su hermano, exiliado a Portugal, publicó el 1 de octubre el manifiesto de Abrantes, en el que reivindicaba sus derechos dinásticos frente a los de su sobrina Isabel.
Por un lado, el carlismo aglutinaba a los defensores del absolutismo y del Antiguo Régimen y apoyaba la opción dinástica de Carlos. Por otro lado, el bando isabelino tenía como objetivos comunes la defensa de los derechos sucesorios al trono de la hija de Fernando VII, la liquidación del antiguo régimen y la implantación del sistema político liberal.
Los sectores sociales que apoyaron a los carlistas fueron la mayoría de las órdenes religiosas, parte del clero secular, miembros del ejército, la baja nobleza, el campesinado, los artesanos y pequeños propietarios. Sin embargo, en el bando isabelino se integró la mayor parte de los cargos de la administración y de la burocracia provincial y municipal. Además, contó con el apoyo de casi todos los miembros del ejército. También la clase media, los financieros y comerciantes, los miembros de las profesiones liberales, la alta nobleza, parte del clero secular, así como amplios sectores populares. A nivel internacional, mientras el bando carlista no fue reconocido por ninguna potencia, el gobierno de la regente contó con el apoyo diplomático de Portugal, Inglaterra y Francia.
Desarrollo y Etapas de la Guerra
La primera guerra carlista se desarrolló en dos áreas geográficas: el territorio vasco-navarro y el Maestrazgo, aunque las correrías de las partidas afectaron a todo el país.
En principio, la iniciativa bélica partió del bando carlista. El foco principal de las primeras revueltas fue el País Vasco y Navarra.
Así, los primeros alzamientos carlistas se produjeron sin apenas coordinación y carentes de infraestructuras. Mientras que los liberales destinaban sus efectivos a la defensa de las ciudades, los carlistas iniciaron sin suerte el asedio guerrillero de algunas ciudades importantes, como Bilbao, en la que murió uno de sus principales líderes.
A partir de ese momento, el carlismo intentó extender el conflicto por todo el territorio español. Los partidarios de Don Carlos lograron éxitos que no culminaron en una estrategia de cohesión y coordinación en el resto de España. Fracasó también el intento de ocupación de Madrid.
Ante la imposible victoria, el bando carlista se dividió en facciones que plantearon distintas estrategias: una derecha intransigente y reacia a cualquier pacto, y un sector moderado que, con Maroto a la cabeza, firmó la Paz de Vergara con el general Baldomero Espartero.
El final de la guerra significó el triunfo del liberalismo sobre el carlismo. Para el País Vasco y Navarra, el precio de este fracaso fue la restricción de su régimen foral.
El carlismo perdió fuerza, pero no desapareció, sino que se reorganizó y readaptó sus principios. Durante el sexenio democrático, los legitimistas protagonizarían un nuevo conflicto civil.
La guerra carlista constituyó el último intento de los sectores tradicionalistas por hacerse con el trono por medio de la fuerza. La caída de Isabel II renovó las esperanzas del carlismo. Durante el periodo de la monarquía democrática, con la esperanza de alcanzar el poder sin recurrir a la lucha armada, actuó dentro del marco constitucional, pero sus representantes se circunscribieron solamente al País Vasco y Navarra.
En 1872 se produjo un levantamiento inicial y la entrada en España de Carlos VII. Los carlistas fueron derrotados y Don Carlos tuvo que refugiarse en Francia.
En julio de 1873, Don Carlos regresó a España y se puso al frente de las tropas que tomaron Estella. El carlismo se fijó como objetivo prioritario la toma de Bilbao, para obtener así el reconocimiento de las potencias extranjeras. Finalmente, la causa carlista perdió el apoyo de los sectores más conservadores.
La peor consecuencia de las guerras carlistas fue que, en estos años decisivos en que los estados europeos hacían importantes reformas políticas y económicas que les hicieron progresar, en España muchos de sus ciudadanos estaban matándose por un asunto de legitimidad monárquica con trasfondo sociopolítico.
A causa de esta guerra sin sentido, la hacienda pública terminó sin fondos, las infraestructuras del país quedaron destruidas y los campos se llenaron de desolación, hambre y muerte.