Crisis de 1808, Constitución de 1812 y emancipación de América

La Crisis de 1808, la Guerra de la Independencia y los comienzos de la revolución liberal

El rey Carlos IV subió al trono español en 1788. El miedo a la expansión revolucionaria congeló todas las reformas iniciadas por el despotismo ilustrado de Carlos III y apartó del gobierno a los ministros ilustrados. Nombró ministro a Manuel Godoy en 1792. La ejecución de Luis XVI en 1793 provocó la ruptura de la tradicional alianza con Francia. España se unió a una coalición internacional y participó en la Guerra de la Convención. El fracaso bélico precipitó la firma de la Paz de Basilea y la vuelta a la tradicional alianza con Francia contra Inglaterra. Esta alianza se selló en el Tratado de San Ildefonso, firmado en 1796. En 1807, Godoy firmó con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, en virtud del cual se permitía a las tropas francesas su paso por territorio español para conquistar Portugal.

La entrada de las tropas francesas en España provocó el Motín de Aranjuez (marzo de 1808). En torno al Príncipe Fernando se había formado un partido opuesto al excesivo poder del primer ministro Godoy; este partido fomentó el asalto popular al palacio de Godoy en Aranjuez. Carlos IV se vio obligado a destituir a Godoy y a abdicar en su hijo Fernando. Pero pidió ayuda a Napoleón para recuperar el trono. El enfrentamiento entre los miembros de la familia real española provocó las Abdicaciones de Bayona. Napoleón logró reunir a Carlos IV y a su hijo, el nuevo rey Fernando VII, en Bayona. Allí consiguió la abdicación en cadena de los miembros de la familia real española, nombrando rey de España a su hermano José I Bonaparte, quien publicó el Estatuto de Bayona, Carta Otorgada que concedía algunos derechos más allá del absolutismo.

Ante la evidencia de la invasión francesa, el descontento popular acabó por estallar: el 2 de mayo de 1808 se inicia una insurrección en Madrid, abortada por la represión de las tropas napoleónicas. Los días siguientes, los levantamientos antifranceses se extienden por todo el país. Se inicia la Guerra de la Independencia (1808-1814). Las abdicaciones de Bayona y la insurrección contra José I significaron una situación de «vacío de poder» que desencadenó la quiebra de la monarquía del Antiguo Régimen en España. Para hacer frente al invasor, se constituyen Juntas Provinciales, que asumen la soberanía en nombre del rey ausente. Las Juntas Provinciales se coordinaron y se constituyó la Junta Central Suprema.

La situación bélica provocó la asunción de medidas revolucionarias como la convocatoria de Cortes. La resistencia española contaba con la ayuda del ejército inglés, dirigido por el Duque de Wellington, y de la guerrilla popular. Se desarrolló en tres etapas:

  • Primera: La resistencia plantó cara a la invasión napoleónica. Consiguió derrotar al ejército francés en Bailén (julio de 1808), impidiendo la invasión de Andalucía. Tras la derrota de Bailén, José I se vio obligado a abandonar Madrid y establecerse en Vitoria.
  • Segunda: Napoleón decidió dirigir personalmente la invasión al frente de la Grande Armée. Consigue dominar toda España, excepto la ciudad de Cádiz.
  • Tercera: A partir de 1812 se sucederán las victorias de las tropas españolas e inglesas, favorecidas por la marcha de buena parte del ejército napoleónico a la invasión de Rusia. A finales de 1813 se firmó el Tratado de Valençay, que ponía fin al conflicto y mediante el cual Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

La Junta Suprema Central se había mostrado incapaz de dirigir la guerra y decidió disolverse en enero de 1810. Las Cortes se abrieron en septiembre de 1810 y podemos distinguir diferentes grupos:

  • Liberales: Defendían la soberanía nacional, la división de poderes y la igualdad jurídica ante la ley. Apostaban por la desaparición de los privilegios señoriales propios del Antiguo Régimen. Era el grupo mayoritario.
  • Absolutistas o serviles: Pretendían mantener la monarquía absoluta. Apostaban, por tanto, por el mantenimiento del Antiguo Régimen.
  • Jovellanistas o ilustrados: Existía un grupo intermedio, reformistas moderados. Defendían la soberanía compartida entre el rey y las Cortes.

La principal obra legislativa de las Cortes de Cádiz fue la elaboración de la Constitución de 1812, aprobada el 19 de marzo de 1812, conocida como “La Pepa”. Fue la primera constitución liberal del país. Se trata de una Constitución muy larga (384 artículos) y revolucionaria, aunque mantiene algunas concesiones a la tradición española, especialmente el reconocimiento a la religión católica. Fue el resultado del compromiso entre liberales y absolutistas. Sus rasgos más significativos son los siguientes:

  • Se establece el principio de soberanía nacional.
  • La estructura del nuevo Estado era una monarquía limitada por la Constitución, con división estricta de poderes: el poder legislativo queda en manos de las Cortes junto con el Rey; el poder ejecutivo recae en el Rey, pero está obligado a firmar lo decretado por el Gobierno; por último, el poder judicial quedaba en manos de tribunales independientes.
  • Las Cortes elaboraban las leyes, decidían sobre la sucesión de la corona, aprobaban tratados internacionales, etc. Eran unicamerales, elegidas por sufragio indirecto masculino.
  • Se garantizaba toda una serie de derechos fundamentales del individuo: igualdad ante la ley, inviolabilidad del domicilio, libertad de imprenta, educación elemental, garantías penales y procesales, sufragio masculino, etc.
  • Se imponía el catolicismo como religión oficial y única.

Fernando VII: Absolutismo y liberalismo. La emancipación de la América española

Durante toda la Guerra de la Independencia (1808-1814), Fernando VII había permanecido retenido en Francia. En diciembre de 1813, Fernando VII firmó con Napoleón el Tratado de Valençay, que ponía fin a la guerra y significaba la recuperación del trono de España en su persona. Cuando Fernando VII regresa, un grupo de diputados absolutistas le entregan el conocido como “Manifiesto de los Persas”, donde le animan a restaurar el Antiguo Régimen. Unos días después, Fernando VII firma en Valencia el Decreto del 4 de mayo por el que se declara nula la Constitución y todas las leyes aprobadas en las Cortes de Cádiz.

El Sexenio Absolutista (1814-1820)

El retorno de Fernando VII dio el poder a los absolutistas. Se restablecieron las antiguas instituciones, incluida la Inquisición, se recuperó el régimen señorial y se suprimieron todas las libertades, iniciándose una persecución de liberales y afrancesados, que tuvieron que marchar al exilio. España entró en una fase de aislamiento y desprestigio en toda Europa. El absolutismo fue incapaz de encontrar una solución a la crisis general del Antiguo Régimen. Ante esta situación, los liberales intentaron provocar la caída de la monarquía absoluta y el restablecimiento de la Constitución. Entre 1814 y 1820 hubo casi una veintena de pronunciamientos (Espoz y Mina, Díaz Porlier, Lacy…) que fracasaron en su intento de acabar con el absolutismo. En 1820, un pronunciamiento iniciado por el coronel Rafael de Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla) terminará triunfando y abriendo una nueva etapa.

El Trienio Liberal (1820-1823)

El triunfo del pronunciamiento de Riego supuso el restablecimiento de los derechos y libertades aprobados en la Constitución de Cádiz en 1812. Durante el Trienio, España vivió un clima de gran libertad, con un alto número de periódicos y de centros de discusión política y con la participación de los ciudadanos mediante la celebración de elecciones. Los liberales pusieron en práctica la desamortización de bienes de la Iglesia, la supresión del feudalismo, la reforma fiscal, etc. Los liberales se encontraban divididos entre el partido moderado o doceañista (Martínez de la Rosa, Argüelles), que gobernó durante la mayor parte del Trienio, y el partido exaltado o veinteañista (Romero Alpuente), que apostaba por medidas más revolucionarias. Las reformas del Trienio provocaron una constante agitación política y la oposición al gobierno liberal de la Iglesia, de la aristocracia y del campesinado. El propio Fernando VII encabezaba esa oposición. Los absolutistas crearon partidas guerrilleras y plantearon varios golpes de estado contra el régimen constitucional. En julio de 1822, la Guardia Real, fuerza militar de élite vinculada al Rey, protagonizó un levantamiento en Madrid que fue sofocado por la Milicia Nacional. El fracaso provocó la ruptura definitiva entre los liberales y Fernando VII; además, el partido moderado pasó a la oposición y el partido exaltado accedió al poder (general San Miguel). Los fracasos de las intentonas absolutistas provocaron que el rey se planteara la intervención extranjera como única manera de acabar con el liberalismo.

La Década Ominosa (1823-1833)

La Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia), ante el temor de que la experiencia liberal española se extendiera al resto de Europa, decidieron en el Congreso de Verona enviar un ejército francés a España, “los Cien Mil Hijos de San Luis”. Esta nueva invasión francesa está dirigida por el duque de Angulema y apenas encuentra resistencia entre el pueblo español. El gobierno y las Cortes se refugiaron en Cádiz con el Rey, pero en octubre de 1823 Fernando VII fue liberado y la Constitución nuevamente abolida. Comienza así la denominada por los liberales “Década Ominosa”, es decir, abominable, donde retorna la persecución y represión de los liberales. La Santa Alianza pretendía que España adoptase un “absolutismo moderado”, donde desde la monarquía se diese paso a reformas paulatinas, no se recuperase la Inquisición y la persecución a los liberales estuviese limitada. Fernando VII gobernó así de manera errática, apoyándose a veces en el sector moderado (López Ballesteros) y otras en el sector ultra (Calomarde). Tanto liberales como absolutistas se sintieron defraudados por la nueva política. Los absolutistas más radicales (apostólicos) se agruparon en torno al hermano del rey, don Carlos María Isidro, conspirando (“guerra de los agraviados”, 1827) contra el rey en un preludio de la “guerra carlista” que se desarrollará a partir de 1833.

La emancipación de América

Durante el reinado de Fernando VII, en América culminará buena parte del proceso de emancipación. Entre las causas principales destacan: el ejemplo que supuso la independencia de los Estados Unidos; la influencia de las ideas ilustradas y de la Revolución Francesa; el apoyo británico, que deseaba comerciar libremente con América; y el deseo de los criollos de liberarse de la administración colonial. El vacío de poder en España con la invasión francesa de 1808 agravó los problemas que tenía la monarquía para mantener el Imperio colonial. En las colonias, los virreyes aceptaron a José I, pero el pueblo se mantuvo fiel a Fernando VII, produciéndose un movimiento similar con la formación de Juntas; esas juntas terminarían por liderar el independentismo. Entre 1810 y 1814, se destituyen a los virreyes y a los capitanes generales, empezando así las declaraciones de independencia, que cuentan con el apoyo de Estados Unidos y de Inglaterra. Los criollos mexicanos se aliaron con los peninsulares para aplastar el movimiento. En 1814, tras el regreso de Fernando VII, se mandan tropas al mando del general Morillo para sofocar la sublevación. Consiguen controlar todo el territorio salvo Río de la Plata. Pero en 1816 nuevamente estalla la sublevación: Bolívar conquista Venezuela y Colombia, y San Martín desde Buenos Aires cruza los Andes y toma Chile. Morillo, acorralado, solicita urgentemente el envío de tropas desde España, pero la sublevación en 1820 de Riego lo impide. Las tropas de Bolívar desde el norte y las de San Martín desde el sur convergen en Perú, derrotando a las tropas españolas en la Batalla de Ayacucho (1824). La pérdida de Perú pone fin a la guerra. Toda Sudamérica se independiza, formándose repúblicas que dejaban el poder en manos de la minoría criolla. En México, a partir de 1820 los criollos liderarán el independentismo. Tras un efímero régimen monárquico, en 1824 se proclama una República. En España, las repercusiones fueron sobre todo económicas: el comercio con América se redujo en gran medida y afectó especialmente a zonas como Cataluña, que orientaba gran parte de su producción a la exportación a las colonias. Desapareció también una fuente importante de ingresos para la Hacienda Real. Cuando termina el reinado de Fernando VII (1833), España, de su gran imperio colonial, sólo conserva las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

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