Historia de Hispania Romana
Las Guerras Púnicas y la Conquista Romana
Entre el 264 y el 146 a. C., Roma y Cartago se enfrentaron en las Guerras Púnicas por el dominio del Mediterráneo. La Primera Guerra Púnica terminó con la derrota de Cartago, que tuvo que pagar una gran indemnización a Roma. Incapaces de pagar, enviaron un ejército en busca de riquezas. Este avance alarmó a Roma, que les impuso el Tratado del Ebro. Sin embargo, Roma infringió este tratado al firmar un pacto con Sagunto, ciudad al sur del río. Aníbal, general cartaginés, conquistó Sagunto, iniciando la Segunda Guerra Púnica.
En esta guerra, Roma se enfrentó a su mayor enemigo: Aníbal. Tras la derrota y muerte de los Escipiones, Roma envió a Escipión el Joven, quien se alió con tribus ibéricas, conquistó Cartago Nova, derrotó a los ejércitos púnicos y expulsó a los cartagineses. La guerra culminó con la victoria de Roma y el hundimiento de Cartago.
Consolidación del Dominio Romano
El dominio romano en Hispania duró casi 700 años, hasta la caída del Imperio a finales del siglo V d. C. Hispania se convirtió en una fuente de botines, esclavos y gloria para Roma.
Entre el 155 y el 133 a. C., estalló una guerra generalizada. En el norte, las tribus celtíberas del valle del Duero resistieron, culminando con la resistencia de Numancia (Soria). En el oeste, los lusitanos, liderados por Viriato, emprendieron una feroz guerra de guerrillas. Tras el asesinato de Viriato en el 139 a. C., la resistencia lusitana terminó. Al final de la República, Roma controlaba el territorio al sur del Ebro y el Duero, e Hispania se integró plenamente a Roma.
El Reinado de Augusto y la Reorganización
El reinado de Augusto marcó un punto de inflexión. Augusto dirigió las campañas y reorganizó el territorio, culminando la conquista de la Península en el 19 a. C. tras guerras contra cántabros, astures y galaicos.
En el 197 a. C., Hispania se dividió en dos provincias: Citerior y Ulterior, gobernadas por magistrados romanos. La romanización fue desigual, siendo más rápida en el valle del Guadalquivir y la costa mediterránea. En la Meseta, la resistencia y el menor desarrollo ralentizaron el proceso.
Tras la conquista, Augusto reorganizó la administración, dividiendo Hispania en tres provincias: Bética, Lusitana y Tarraconense. Para asegurar el control, impulsó la urbanización, fundando ciudades como Emérita Augusta, y construyendo calzadas como la Vía Augusta y la Vía de la Plata. Augusto extendió la ciudadanía romana a muchas ciudades, proceso que continuó con sus sucesores y culminó con el Edicto de Vespasiano, otorgando a todas las ciudades hispanas el estatus de municipios latinos. Hispania alcanzó su apogeo en los dos primeros siglos de nuestra era, aportando familias al Senado y emperadores como Trajano, Adriano y Marco Aurelio.
Economía y Sociedad
Inicialmente, los romanos se centraron en el saqueo, pero la explotación de recursos se sistematizó. Roma impuso un tributo del 5% sobre las cosechas y obligó a suministrar tropas. Los romanos controlaron minas, productos agrícolas, ganaderos y salazones. La tierra conquistada, inicialmente estatal, se concentró en manos de terratenientes, generalizándose el sistema de villas con mano de obra esclava o asalariada.
Hispania mantuvo una importante industria de salazones y cerámica. Los romanos desarrollaron técnicas agrícolas, introduciendo la parcelación geométrica, el arado romano, los regadíos, el olivo y la vid.
En los siglos I y II, la sociedad hispana se asemejó a la romana, con la aristocracia romana en la cima, seguida de trabajadores libres, soldados y esclavos. El latín se extendió, especialmente entre las élites. Los romanos implantaron sus cultos y adaptaron algunos indígenas.
Crisis y Decadencia
La prosperidad se mantuvo hasta la primera mitad del siglo III. A partir de entonces, la crisis se manifestó con el abandono de minas, la disminución de obras urbanas y la decadencia de ciudades. El aumento de impuestos y la inflación llevaron al abandono de las ciudades. Las villas crecieron al decretar Diocleciano que los trabajadores debían permanecer en sus tierras para asegurar el cobro de impuestos, convirtiendo a campesinos libres en colonos.
El cristianismo se reconoció en Hispania con el Edicto de Milán en 313. La Iglesia se convirtió en una gran terrateniente.
Invasiones Bárbaras y Fin del Dominio Romano
Las invasiones bárbaras del siglo IV devastaron ciudades. A comienzos del siglo V, Hispania fue escenario de luchas entre emperadores, usurpadores y caudillos. Vándalos, suevos y alanos saquearon el territorio. Roma pidió ayuda a los visigodos, quienes expulsaron a los invasores, pero consolidaron su influencia hasta asentarse en la Península en el siglo VI.
El Reino Visigodo
La dominación visigoda duró poco más de dos siglos. Los visigodos, menos numerosos que los hispanorromanos, asimilaron su cultura. Los nobles visigodos se apropiaron de grandes propiedades, mientras que la aristocracia romana conservó el resto. En el siglo VI, Toledo se convirtió en la capital.
Las sucesiones visigodas fueron conflictivas, con rebeliones, golpes de estado y luchas entre nobles. En el siglo VII, las campañas contra francos, vascos y cántabros fueron constantes.
Godos y romanos se fusionaron. Recaredo se convirtió al catolicismo, unificando la Iglesia, pero persiguió a la población judía.
El feudalismo se agudizó, fusionando esclavos y colonos en siervos. La monarquía se debilitó frente a la nobleza. La violencia aumentó, y tras la muerte de Vitiza en 710, un golpe de estado de Rodrigo dividió a la aristocracia, coincidiendo con la invasión árabe. El reino visigodo se derrumbó sin resistencia.