La Revolución de 1848
Los avances del liberalismo y del nacionalismo confluyeron en un movimiento revolucionario de dimensión europea. En Francia se recuperó el sufragio universal.
La “Primavera de los Pueblos”
Las revoluciones de 1848 se conocen como la “Primavera de los Pueblos”. Las esperanzas en los avances del liberalismo y las aspiraciones nacionales iban ganando influencia en la opinión pública. El desarrollo de las primeras etapas de industrialización incrementaba el malestar social. Europa fue sacudida por movimientos revolucionarios, de carácter democrático radical.
Las causas que explican la magnitud del movimiento son múltiples. En los años anteriores, las dificultades económicas produjeron efectos similares en Europa. Una enfermedad de la patata ocasionó catástrofes como la de Irlanda. Las cosechas de cereales de los años 1845-1847 fueron muy escasas. La crisis se trasladó a la industria. Esta crisis económica generalizada no fue la única causa de la revolución, pero creó un malestar que reforzó la idea de que la sociedad estaba mal organizada y mal administrada.
La Revolución en Francia
En 1848 fue derrotada la monarquía francesa y se proclamó una república. La monarquía impuesta tras la Revolución de 1830 era cada día más impopular. Un gobierno provisional tomó el poder: se proclamó la Segunda República Francesa y se convocó la elección de una Asamblea Nacional Constituyente.
Con la implantación del sufragio universal masculino, los electores pasaron de ser 250.000 a cerca de 8 millones. La mayoría de los diputados elegidos eran republicanos moderados.
El 21 de junio, el Gobierno decretó el cierre de los talleres nacionales, que daban trabajo a 120.000 parados, y se produjo el segundo acto de la Revolución parisina de 1848. Los trabajadores respondieron al cierre con una insurrección que duró tres días y que fue aplastada sangrientamente.
En diciembre de 1848, fue elegido como presidente de la República Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del añorado emperador. Tras un golpe de Estado, se proclamó el Segundo Imperio Francés y Luis Napoleón se convirtió en el nuevo emperador de los franceses con el nombre de Napoleón III.
La revolución en otros países europeos
La ola revolucionaria se extendió por toda Europa. La segunda capital de la Revolución de 1848 fue Viena. Las clases populares consiguieron la destitución de Metternich. Los austriacos constituyeron una monarquía parlamentaria y constitucional.
Los pueblos eslavos, los húngaros y los reinos italianos del norte dirigieron su actividad revolucionaria contra el dominio austriaco. El ejército aplastó brutalmente el levantamiento nacionalista de Praga y se puso fin a un breve período de autonomía.
Las consecuencias de las revoluciones de 1848
Se liquidó el feudalismo, con la excepción de la Rusia zarista. La mayor parte de Europa había establecido regímenes parlamentarios con constituciones moderadas y sistemas electorales censitarios.
Quienes resultaron derrotadas en 1848 fueron las fuerzas sociales que trataban de llevar las transformaciones más allá de lo que era conveniente para las clases burguesas: eran los obreros, los artesanos, los trabajadores y las clases populares quienes, a partir de aquel momento, participarían en los procesos de cambio social y político frente a la burguesía dominante y contra los propios estados liberales.
Naciones y nacionalismo
Junto con las revoluciones liberales, se produjo en el escenario europeo el nacimiento de los nacionalismos.
Fundamentos ideológicos del nacionalismo
El nacionalismo, el liberalismo y el socialismo fueron los grandes motores ideológicos y políticos del siglo XIX.
Había dos situaciones diferentes: por un lado, los numerosos estados alemanes e italianos, que formaban parte de realidades nacionales más amplias; y, por otro lado, los pueblos que se encontraban sometidos a la dominación extranjera: los polacos, los pueblos eslavos, etc. En estos pueblos, los objetivos de los nacionalistas eran la emancipación y la creación de su propio estado.
La unificación alemana
El sentimiento nacional alemán hunde sus raíces en la época de la Ilustración y en el Romanticismo nostálgico del pasado imperial alemán. Este sentimiento se vio potenciado por la Revolución Francesa y constituyó el principal motor de los acontecimientos de 1848 en el mundo germánico.
El reino prusiano fue quien tomó la dirección del proceso de unificación. Bismarck, político conservador, fue el gran forjador de la unidad alemana.
Prusia, junto a Austria, declaró la guerra a Dinamarca, y ambas potencias se repartieron estos territorios del norte.
Un tratado suscrito en 1867 formó la Confederación de la Alemania del Norte.
El ejército francés fue derrotado. Las tropas alemanas llegaron a las inmediaciones de París y, en 1871, quedó proclamado el Imperio Alemán.