La Monarquía Hispánica bajo los Austrias: Carlos I y Felipe II

El Imperio español: de Carlos I a Felipe II

El Imperio de Carlos I

El Imperio de Carlos I se basaba en la ideología católica, con el afán de construir un Imperio Universal Católico. Este objetivo se contraponía a los movimientos calvinistas, luteranos y anglicanos, que habían roto la unidad del Cristianismo. La visión de Carlos I era que todos los soberanos cristianos europeos estuvieran bajo la superioridad del Emperador y la asistencia del Papado para frenar la expansión de los turcos. Para Carlos I, el mantenimiento de sus territorios y la defensa de la Cristiandad fueron objetivos fundamentales. Su política exterior se basó en tres ejes:

  1. Enfrentamientos con los turcos: La lucha en el Mediterráneo contra los piratas berberiscos, que amenazaban los dominios imperiales en Centro Europa. El resultado fue negativo.
  2. Predominio en Italia: El deseo de mantener su influencia en Italia, especialmente en el ducado de Milán, lo enfrentó a Francisco I de Francia, dando lugar a continuas guerras de las que, en general, salió victorioso.
  3. Lucha contra el protestantismo en Alemania: Las continuas luchas contra los príncipes y ciudades del imperio convertidos al protestantismo culminaron con la Paz de Augsburgo. Este acuerdo reconocía el principio de que cada príncipe eligiese la religión de sus súbditos, consolidando la división religiosa en el Imperio Alemán.

En el interior, se produjeron una serie de conflictos:

A) Comunidades de Castilla

El proceso de elección como emperador llevó a Carlos I a pedir más subsidios a las Cortes, lo que consiguió con sobornos y amenazas. Sin embargo, ciertas ciudades se rebelaron, surgiendo el movimiento comunero. Esta revuelta, urbana y castellana, centrada en Valladolid y Toledo, enfrentó a los productores de la burguesía industrial (artesanos, tenderos y letrados) contra los exportadores de la burguesía mercantil y la nobleza. Una parte del campesinado se unió a la revuelta para librarse del régimen feudal. Políticamente, el movimiento comunero trató de organizar un gobierno representativo de grupos intermedios. Tras la derrota de Villalar (1521), se consolidó el poder real sobre Castilla, lo que causaría su ruina. Este hecho representó el triunfo del absolutismo en Castilla, selló la alianza entre los grandes nobles y el monarca, y marcó la decadencia definitiva de las instituciones comunitarias. También supuso el robustecimiento del poder señorial.

B) Germanías (1519-1523)

En Mallorca y Valencia estalló una protesta social contra la opresión de los señores, los excesivos impuestos y el abandono ante la peste y los ataques de los corsarios. Liderada por la burguesía y los grupos populares urbanos, la revuelta aprovechó la salida de la nobleza de la ciudad de Valencia debido a una peste para exigir participar en el gobierno de la ciudad. La revuelta derivó en múltiples violencias y fue sofocada por las tropas reales y nobiliarias, con la ejecución de sus líderes.

El Imperio Hispánico de Felipe II. La unidad ibérica.

Con Felipe II, el Imperio cambia, adquiriendo un carácter profundamente hispánico, aunque manteniendo la idea de la defensa de la Cristiandad. Felipe II fijó su capital en Madrid y mandó construir el palacio de El Escorial, desde donde dirigía el Imperio. Se cristalizó un centralismo castellano, apoyado en un ejército de burócratas, nombrando consejeros a una mayoría de castellanos. En todo su reinado, solo convocó las Cortes de la Corona de Aragón en dos ocasiones, lo que fue considerado en Aragón como un complot castellano para privarles de sus libertades. Los territorios heredados no fueron inferiores a los de su padre; aunque no heredó los territorios austriacos, las posesiones americanas se expandieron con la conquista de nuevos territorios, incluyendo las Islas Filipinas. Tras la muerte del rey Don Sebastián de Portugal sin sucesión, Felipe II fue proclamado rey de Portugal en 1580, logrando la unidad peninsular que habían perseguido los Reyes Católicos. Sin embargo, en la práctica, Portugal mantenía su independencia. Este fue el momento de máximo apogeo imperial, con las ventajas e inconvenientes de un enorme imperio, difícil de defender y muy heterogéneo.

El Imperio de Felipe II comprendía la Península Ibérica, Cerdeña, Sicilia, Nápoles, Milanesado, Borgoña, Países Bajos, plazas del Norte de África, territorios americanos y las posesiones portuguesas de América, Asia, África e islas en Indonesia. Los enfrentamientos externos que sostuvo para mantenerlo fueron:

  1. Francia: Luchas en Italia y posterior amistad con este país tras la victoria de San Quintín. Intervención en las guerras de religión apoyando a Enrique de Navarra.
  2. Países Bajos: Gobernados por Margarita de Parma, comprendían Holanda, Bélgica, Luxemburgo y algunos departamentos de la actual Francia. Estalló la sublevación de los protestantes que querían la independencia.
  3. Inglaterra: La ayuda que prestaba a los protestantes de los Países Bajos y la acción de los corsarios, llevó a Felipe II a formar la Armada Invencible (1588) para invadir el país. La derrota produjo la pérdida de la mitad de los barcos y de los hombres.
  4. Imperio Turco: El Mediterráneo estaba lleno de piratas musulmanes y el avance turco hacía peligrar la navegación y el comercio. Se formó la Santa Alianza con Venecia y el Papado, venciendo en la batalla de Lepanto. No por ello la situación dejó de ser peligrosa.

Los dos problemas internos principales fueron:

  1. La rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1568): Obligados a abandonar su lengua, su traje y sus costumbres, los moriscos se rebelaron. La revuelta fue aplastada y los moriscos repartidos por toda la península.
  2. El asunto de Antonio Pérez: Secretario del Rey, instigó un asesinato y luego huyó con papeles reales, acogiéndose al Justicia de Aragón por ser aragonés. Felipe II intentó apresarlo a través del Tribunal de la Inquisición, lo que provocó una revuelta en Zaragoza. El Rey envió un ejército que tomó la ciudad y sirvió para recortar los fueros del Reino de Aragón.

Modelo político de los Austrias

El proceso de fortalecimiento de la autoridad monárquica, iniciado en la Baja Edad Media, se acentúa con los Reyes Católicos y culmina con el establecimiento del Absolutismo. Sin embargo, este absolutismo mantuvo limitaciones de tipo feudal, debido en parte a que la monarquía se preocupaba más de mantener el Imperio que de la política interior.

Para fortalecer su poder, los Austrias utilizaron instrumentos ya existentes, ahora más desarrollados, y nuevos instrumentos. Se desarrolló la burocracia administrativa, tanto central (los Consejos) como regional (los virreinatos); se recortaron las atribuciones de las Cortes castellanas; se aceleró la decadencia de los municipios con la venta de los cargos municipales, que pasaron de electivos a hereditarios; y se fortaleció la Hacienda Real con la llegada del oro americano. Sin embargo, la centralización administrativa no era total, debido a la existencia de señoríos jurisdiccionales y varios reinos. A pesar del oro americano, los gastos de mantener un imperio eran enormes, lo que originó un endeudamiento del Estado, que cayó en manos de banqueros extranjeros. Entre los instrumentos nuevos destaca el comienzo de una diplomacia.

Las instituciones de gobierno variaron muy poco en la época de Felipe II. Se mantuvo el sistema polisinodial de los Consejos: Consejo de Castilla, Consejo Real, de la Inquisición, Órdenes Militares, Cruzada, Aragón, Cámara, Estado, Indias, Guerra, Italia, Hacienda, Juntas de Obras y Bosques, Portugal y Flandes. Los reinos que componen la monarquía seguían teniendo en común sólo la persona del rey, habiéndose conseguido por conquista y enlaces matrimoniales. La consecución del Imperio tuvo un sentido “casi” feudal, respondiendo a los intereses de la dinastía de los Austrias y la nobleza peninsular frente a los intereses de los grupos más emprendedores.

El Imperio se articulaba en torno a tres focos:

  1. Península, y más concretamente Castilla: Era el foco esencial, aportando la dirección del Imperio, los hombres y el dinero.
  2. América: Considerada casi exclusivamente como fuente de aprovisionamiento de metales preciosos.
  3. Europa: Todo se dirigía a esta zona, donde los Austrias pretendían imponer su hegemonía, a pesar de la enorme oposición (Francia, Imperio Turco, Príncipes alemanes, luteranos, calvinistas, Flandes).

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