El reinado turbulento de Alfonso XIII: Auge, crisis y caída de la Restauración

La crisis del sistema de la Restauración (1902-1931)

La segunda etapa del régimen de la Restauración arranca del Desastre del 98 y coincide casi en su totalidad con el reinado de Alfonso XIII. Hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, Alfonso XIII (1886-1931) reinó bajo la regencia de su madre hasta 1902, y de manera efectiva a partir de este momento (contaba 16 años). Se le educó para rey-soldado, en una rígida disciplina católica y una conciencia liberal. El contacto con la realidad política del país le hizo ver el alejamiento entre la España oficial y la España real, de ahí su empeño en conectar directamente con esta última en medio de las ficciones del sistema canovista, dominado por el caciquismo.

Perteneció por edad y talante a la generación posterior al desastre de 1898, que deseaba regenerar a España (de ahí el nombre de regeneracionismo), para lo cual sometió a un crítico examen de conciencia todos los aspectos de la vida nacional. Hubo de afrontar problemas derivados de la etapa anterior, pero también otros que surgirán con el nuevo siglo: problema social, radicalismo de las organizaciones obreras, guerras de Marruecos, la quiebra del turnismo político, el surgimiento de los nacionalismos catalán y vasco, y otros. Demostró siempre una tendencia a intervenir personalmente en la política, lo cual le era permitido por la Constitución de 1876.

Los grupos políticos: Dinásticos, republicanos y socialistas

El comienzo del reinado de Alfonso XIII coincidió con un cambio generacional decisivo en la situación de los partidos dinásticos (el Conservador y el Liberal). Desaparecidos Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta -los principales dirigentes de ambos partidos-, varios políticos se disputaron el liderazgo dentro de cada formación política. La renovación de comportamientos políticos que el país demandaba tuvo principalmente dos valedores: Antonio Maura dentro de los conservadores y José Canalejas por los liberales. Ambos se propusieron regenerar el sistema político dándole autenticidad y acabando con los pucherazos y el caciquismo (esto último no lo consiguieron totalmente). Se trató también de atender a las reivindicaciones de las clases populares (creación del Instituto Nacional de Previsión para las pensiones (1908) Ley de Huelga (1909)), y de lograr la integración en el sistema de las nuevas fuerzas políticas en expansión como el PSOE que tuvo su primer diputado en 1910 o los regionalistas catalanes (Lliga Regionalista y Solidaritat catalana) y los republicanos (Partido Republicano Radical de Francisco Lerroux y Partido Republicano Reformista de Melquíades Álvarez).

Sin embargo, a lo largo de toda la etapa se mantuvo la alternancia bipartidista y todos los gobiernos estuvieron integrados por políticos pertenecientes a los dos partidos dinásticos: el Conservador y el Liberal, limitándose los cambios a la persona de los primeros ministros y al reparto de carteras fruto de las luchas internas dentro de éstos partidos. Es, sin embargo, una de las épocas doradas del parlamentarismo español y la de los grandes oradores de una etapa en la que el juego político se desarrollaba realmente en el parlamento, no como ahora que lo hace en los medios de comunicación de masas.

La Guerra de Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona

La decisión del gobierno de Maura de movilizar a los reservistas para reforzar a las tropas españolas en Marruecos, incapaces de proteger la construcción del ferrocarril de la Compañía de Minas del Rif, objeto de los ataques de los independentistas, provocó un levantamiento de los reclutados en el puerto de Barcelona apoyado por los partidos obreros con la convocatoria de una huelga general (25 de Julio-1 de Agosto de 1909). El gobierno declaró el estado de guerra en la Ciudad Condal y tras una semana de barricadas y duros enfrentamientos en las calles que causaron centenares de muertos, los rebeldes fueron derrotados y sus dirigentes procesados en juicios sumarísimos por tribunales militares que dictaron 15 condenas a muerte de las cuales se ejecutaron cinco, la de mayor trascendencia la del escritor, pedagogo, y director de la Escuela Moderna Francés Ferrer Guardia, presentado por las autoridades como el dirigente supremo del movimiento.

La oleada de repulsa en España y el resto del mundo por esta ejecución obligó finalmente a la dimisión de Maura, presentado como el símbolo de la “España Negra”, y abrió el camino a los gobiernos liberales de José Canalejas que intentaron una reforma social y tomaron las medidas más avanzadas del período (separación real de la Iglesia y el Estado, reforma educativa, reducción y reforma del servicio militar…).

La crisis de 1917 y sus consecuencias

La neutralidad de España en la I Guerra Mundial (1914-1918), propiciada por el propio rey Alfonso XIII que decidió personalmente no intervenir en el conflicto, abrió mercados y favoreció el crecimiento económico, pero también la agitación social. La mayoría de los políticos, como Romanones, eran partidarios de la intervención para evitar el aislamiento de España, y la opinión pública estaba profundamente dividida en dos bandos “espiritualmente beligerantes”, los germanófilos (generalmente conservadores) y los aliadófilos (liberales y partidos de izquierda).

La guerra permitió amasar grandes fortunas a los fabricantes textiles catalanes, a los comerciantes exportadores y a los empresarios de la siderurgia vasca, pero ni los obreros ni tampoco el Estado se beneficiaron de esta abundancia. Las diferencias sociales se agudizaron y la crisis de 1917 aumentó la descomposición del régimen político. En 1917 se unieron “tres revoluciones”: el sindicalismo militar que se oponía a los ascensos por méritos de guerra (Juntas Militares de Defensa), la Huelga general revolucionaria convocada por los sindicatos y partidos obreros (PSOE, UGT, CNT) en un contexto de revolución proletaria por toda Europa, y el nacionalismo burgués catalán dirigido por Cambó que ante la negativa de Eduardo Dato a abrir la Cortes convocó una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona (15 de Julio) en abierta rebelión contra el gobierno y con el objetivo de crear un estado federal en el que Cataluña tuviera una amplia autonomía y el reconocimiento de su derecho a la separación.

La agonía del Régimen de la Restauración (1918-23)

El gobierno consiguió finalmente restaurar el orden en Cataluña y en el resto del país ya que la opinión pública se asustó ante el giro independentista de la Asamblea de parlamentarios y ante el peligro real de una revolución comunista al estilo de la soviética. Los partidos dinásticos reaccionaron formando sucesivos gobiernos de concentración integrados por miembros de los dos principales partidos pero el reajuste económico posterior a la Guerra Mundial aumentó las dificultades internas y favoreció el crecimiento de los partidos obreros y especialmente del anarcosindicalismo (CNT) que se reorganizó tras el Congreso de Sans (1918). Convulsiones sociales y problemas regionales, unidos a los fracasos militares en Marruecos (culminados en el llamado desastre de Annual de 1921), acrecentaron la debilidad de los gobiernos, incapaces de hacer frente a estas situaciones.

            Una oleada de huelgas sacude a España entre los años 1918-20 -es el denominado “trienio bolchevique” por los historiadores de derechas-, y los patronos reaccionan contratando pistoleros que atacan, intimidan e incluso asesinan a los dirigentes sindicales que a su vez responden con atentados anarquistas contra políticos y empresarios. Dentro del movimiento socialista se produce en estos momentos una escisión entre los partidarios de realizar en una revolución violenta del estilo de la soviética y los que preferían ir más despacio y participar en el sistema parlamentario. Los primeros, minoritarios pero muy activos,  fundaron en 1921 el Partido Comunista de España y el resto permanecieron en el PSOE.

            Otro gran problema de los últimos años del reinado de Alfonso XIII fue la cuestión de Marruecos. España intentó recuperar en África el prestigio perdido en 1898 y tras una serie de negociaciones con  Francia y Alemania se adjudicó el noroeste de Marruecos (la zona del Rif) cuyo control se consideraba indispensable para asegurar la defensa de Ceuta y de Melilla y para evitar que fuese otro país el que ocupase el territorio y pasase a controlar el estrecho de Gibraltar. Hubo además intereses económicos por la riqueza minera de la zona (hierro y  fosfatos) que llevaron a una ocupación que la opinión pública nunca vio con buenos ojos después de los desastres de Cuba y Filipinas. Al principio, la ocupación fue pacífica firmando acuerdos con las cabilas  y los jefes de los diferentes clanes, pero pronto estallaron rebeliones independentistas contra los invasores que se llevaban las riquezas del país. Los ataques de las cabilas insurrectas contra los ferrocarriles mineros provocaron en 1909 la denominada guerra de Melilla (que a su vez provocó la “Semana Trágica”) y los independentistas dirigidos por Mohamed Abd-el-Krim fueron creciendo en número y haciéndose con la mayor parte del territorio hasta relegar a los españoles a unas pocas ciudades. En 1921 las tropas de Abd-el-Krim atacan y ocupan Alhucemas e Igueriben y cercan Annual, población en la que se concentraban casi 20.000 soldados españoles que quedaron aislados y sin posibilidad de socorro ya que en la Península, las Juntas Militares de Defensa creadas en 1917 bloqueaban los reclutamientos y en Marruecos los generales Silvestre y Berenguer hacían cada uno la guerra por su cuenta. El general Silvestre, que mandaba las tropas de Annual, intentó una retirada que se convirtió en una carnicería en la que murieron cerca de 14.000 soldados españoles –la mayoría en el denominado “barranco del Lobo”-, incluido el general Silvestre que según algunos testimonios se suicidó en le campo de batalla.

            El tercer gran problema al que hubieron de enfrentarse los últimos gobiernos de la época de Alfonso XIII fue el crecimiento de los partidos nacionalistas y de las reivindicaciones federalistas o independentistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia.

            En Cataluña, después de una primera fase de reivindicación cultural y tímidas peticiones autonomistas, a comienzos del siglo XX se produce un cambio de dirección en el catalanismo. En 1901 se funda la Lliga catalana que obtiene sus primeras victorias electorales en las municipales de 1905. En 1906 publica Prat de la Riba su libro La nacionalitat catalana, fundamento teórico del nacionalismo catalán en el que se afirma que Cataluña es una nación con una lengua, una cultura y una historia diferenciada. En 1906 se funda también Solidaridad catalana, coalición que agrupaba a todos los grupos nacionalistas (Lliga, carlistas, republicanos federalistas etc.), la cual obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones de 1907 (un 67% de los votos en Cataluña y el 70% en Barcelona).

Las victorias electorales desatan las reivindicaciones independentistas en algunos círculos cuyos órganos de expresión eran el periódico La Veu de Catalunya y la revista satírica Cut-Cut en los que se atacaba la unidad de España y se satirizaba al Rey y al Ejército. En Barcelona, con ocasión de uno de éstos artículos en los que se ridiculizaba al ejército, los oficiales de la guarnición, sin contar con órdenes superiores, asaltaron y destruyeron los locales de ambas publicaciones causando varios heridos y humillando a los redactores a los que obligaron, a golpe de espada, a dar vivas al Rey y a España. La situación fue de gran tensión y el presidente Montero Ríos llegó a proclamar el estado de excepción. Meses más tarde se promulgaba la polémica Ley de Jurisdicciones en la que se establecía que los delitos de injurias y calumnias al ejército serían juzgados por tribunales militares y con acuerdo al Código de Justicia Militar. Finalmente, las repercusiones de la Semana Trágica de 1909 rompieron la unidad nacionalista que no se recuperó hasta la II República.

En el País Vasco, tras la muerte de Sabino Arana en 1903, se abren dos tendencias: la radical, partidaria de la independencia inmediata y la posibilista que se conformaba con la autonomía y la “reintegración foral” a la espera de una futura independencia a conseguir cuando las circunstancias fuesen propicias. Esta línea triunfó entre 1907-15 bajo la dirección de Luis Arana, hermano del fundador del partido, en cuya etapa el PNV se presenta con buenos resultados a las elecciones municipales y pacta con los carlistas y tradicionalistas para crear un contrapoder frente al del Estado ya que con sus escuelas (Ikastolas), sus bares y locales sociales (Batzokis), sus asociaciones juveniles y de montañeros  y sus sindicatos (ELA-SOV) el PNV era, más que un partido, una comunidad y casi una administración paralela a la del Estado.

            Por lo que respecta a Galicia, los intentos de imitar el ejemplo catalán con la creación de Solidadridad Gallega en 1907 resultaron un fracaso y el galleguismo no renace hasta 1916 de la mano de Antón Vilar Ponte y sus Irmandades da Fala que en la Asamblea de Lugo (1918) aprueban un programa netamente nacionalista abandonando la antigua ambigüedad regionalista. A Nosa Terra, fue el periódico portavoz de las Irmandades que nunca consiguieron atraer al grueso de la ciudadanía y que se descompusieron por las tensiones internas entre los grupos republicanos de izquierdas y los tradicionalistas católicos de derechas entre los que destacan Antón Losada Diéguez y Vicente Risco, autor de la Teoría do Nacionalismo Galego (1920). En 1922 se consuma la escisión y surge la Irmandade Nacionalista Galega (ING) encabezada por Risco

  1. La dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la II República

                    El golpe militar de Miguel Primo de Rivera en Barcelona (13 de septiembre de 1923) fue la solución de fuerza adoptada ante la crisis. El rey aceptó el hecho y España dejó de ser una monarquía parlamentaria. La dictadura fue bien acogida por muchos sectores sociales en los primeros años: terminó con la guerra de Marruecos (desembarco de Alhucemas en 1925 y huída de Abd-el-Krim a la zona francesa) y desarrolló una labor de orden social y de incremento de las obras públicas lo que le granjeó la simpatía de la burguesía e incluso de parte del movimiento obrero (socialistas y UGT) que colaboró con el dictador.

            En los primeros años (1923-25) el gobierno quedó en manos de un Directorio Militar que actuaba como Consejo de Primo de Rivera, en la práctica un ministro único que acumulaba todos los poderes. Las medidas que se tomaron fueron la suspensión de la Constitución, la sustitución de todos los gobernadores civiles por delegados gubernativos adictos al Directorio y una ley de incompatibilidades que impedía que los altos funcionarios pertenecieran a los consejos de administración de empresas privadas. Las elecciones fueron suprimidas, excepto las municipales para ganar las cuales se creó la Unión Patriótica.

            En una segunda etapa (1925-30) se constituyó un Directorio Civil integrado por militares, aristócratas y políticos nuevos como Calvo Sotelo. Se inició una política de obras públicas propiciada por una economía en alza y se impuso una reforma fiscal en la que por primera vez se introducía un impuesto sobre la renta. A pesar de la estructura autoritaria no hubo gran represión y se intentó contar con los sindicatos más moderados (UGT) lo que propició el calificativo de “Dictablanda” para referirse al sistema primoriverista.

            Persistía sin embargo el problema catalán (la Dictadura prohibió el uso del catalán en todos los actos oficiales), el problema obrero (CNT y comunistas) y la oposición de los intelectuales (Unamuno fue desterrado a Fuerteventura) y de una parte del ejército lo que motivó que la Dictadura recurriera de nuevo al caciquismo para asegurar el control de los municipios con el consiguiente descrédito del sistema y el aumento de las protestas que llevaron a Primo de Rivera a dimitir.

Tras el definitivo fracaso de Primo de Rivera en 1930, Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional, pero los partidos tradicionales estaban resentidos, y republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda (Alcalá Zamora, Indalecio Prieto, Azaña…) unidos en el Pacto de San Sebastián de 1930 estaban decididos a acabar definitivamente con la monarquía. Las elecciones municipales del 13 de abril de 1931 dieron el triunfo en la mayoría de las ciudades a socialistas y republicanos. El rey, para evitar una lucha civil abandonó el país, pronunciando sus palabras más célebres: “espero que no habré de volver, pues ello sólo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz”. El 14 de abril de 1931 se proclamaba la II República.

                    Alfonso XIII vivió en el exilio aún diez años. De su matrimonio con Victoria Eugenia de Battenberg, con quien se había casado en 1906, tuvo seis hijos: Alfonso, muerto en 1938; Jaime, sordomudo que renunció a la sucesión; Beatriz; Cristina; Juan, al que nombró sucesor de los derechos dinásticos, y Gonzalo, muerto en 1934. Durante la Guerra Civil (1936-1939) se inclinó por el bando franquista. Sus últimos años los pasó en Roma, donde murió y fue enterrado en 1941. Sus restos fueron trasladados en 1980 al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial (Madrid).

LA ECONOMIA

En el primer tercio del siglo XX España vive una fase de claro crecimiento económico y se convierte definitivamente en un país industrial.

En el terreno de la agricultura hay una etapa de expansión (el producto agrario crece un 55 % entre 1900 y 1931) propiciada por la mejora tecnológica en el campo, el incremento de los precios agrícolas internacionales y las ayudas estatales a los campesinos, aunque seguía pendiente la reforma agraria que modificase la estructura de la propiedad de la tierra.

            En la industria, hubo también un importante crecimiento, sobre todo en la industria pesada, debido a las medidas de fomento económico, a la adopción de aranceles proteccionistas y a las consecuencias positivas de la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial. El sector servicios también vivió un fuerte desarrollo debido al crecimiento urbano y puede decirse que en 1932 España había dejado de ser un país rural recuperando una buena parte del terreno perdido frente al resto de las naciones europeas.

            Persistían, sin embargo, fuertes diferencias de crecimiento entre las diferentes zonas de España y el desarrollo industrial no llevó aparejado un aumento de la renta de los trabajadores sino que se agudizaron las diferencias de clase, lo que explica los frecuentes conflictos sociales de la época.

            En Galicia, el período es también de crecimiento y transformación. En el ámbito agrario, la Ley de redención de foros (1926), acabó definitivamente con un sistema agrícola propio del Antiguo Régimen y estimuló el desarrollo agrario y la renovación técnica del sector apoyada desde las instituciones con las Granjas Agrícolas, las Misiones Biológicas y las Estaciones agrarias.

            En la industria tiene lugar un fuerte crecimiento de la industria conservera (llegó a ser el 60% de toda la española) favorecido por la reducción del precio de la hoja de lata y por el desarrollo del ferrocarril que permitía distribuir fácilmente el producto por el mercado español. Paralelamente crece la actividad pesquera y la construcción naval ya que en estos momentos se produce el abandono de los sistemas de pesca tradicionales y la primera modernización y motorización de la flota pesquera gallega.

            Hubo también un cierto desarrollo del sector eléctrico (centrales hidráuldicas) y de la minería (hierro, estaño, wolframio…), en manos de empresas extranjeras y con destino a la exportación.

LA POBLACION

Paralelamente a las transformaciones económicas que vive España en esta época, se producen grandes cambios sociales y si en 1900 el 60% de la población vivía de la agricultura y la ganadería, en 1936 es el 65 % el que lo hace de la industria y los servicios y el 45 % el que vive en ciudades de más de 100.000 habitantes.

            El rasgo más característico de sociedad española la época es el de la desigualdad: el 65 % forma parte de las clases bajas de obreros y campesinos con salarios miserables que no llegaban a 3 pesetas diarias y jornadas laborales agotadoras (12 horas diarias). El resto integra las clase medias de funcionarios, comerciantes y profesionales liberales (abogados, médicos..) a los que podríamos añadir a los oficiales del ejército, y una reducida clase alta (3 %) de terratenientes latifundistas, industriales, grandes comerciantes y banqueros. Estas desigualdades explican los conflictos sociales que si no fueron mayores fue por la extensión del caciquismo y el clientelismo e incluso por una cierta pasividad y resignación de raíz católica muy extendida en las clases populares españolas.

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