Revoluciones Liberales y Nacionalismo en los Siglos XVIII y XIX: Estados Unidos, Francia y Europa

La Revolución de Estados Unidos

A finales del siglo XVIII, las trece colonias británicas de la costa este de América del Norte se independizaron de Gran Bretaña y protagonizaron una revolución política.

Causas del Conflicto

Las causas del proceso revolucionario fueron el descontento de los colonos, que carecían de representantes en el Parlamento británico, dependían de Gran Bretaña en el comercio y no podían ocupar los extensos territorios situados al oeste de las colonias por estar reservados a los británicos. En esta situación, la difusión de las ideas de la Ilustración llevó a considerar despótico al gobierno británico.

La chispa que encendió el conflicto fue el intento británico de implantar nuevos impuestos, como la Ley del Timbre (1765), que obligaba a pagar una tasa sobre los documentos jurídicos y comerciales, y el Acta del Té (1773), que concedía el monopolio del té en las colonias a la Compañía Inglesa de las Indias, eximiéndola de pagar impuestos y gravaba la importación de productos como papel, vidrio y plomo.

Estas nuevas cargas no fueron aceptadas por los colonos, alegando que no habían sido votadas por ellos al carecer de representantes en el Parlamento británico, y dieron lugar a distintos actos de protesta. El más importante fue el llamado motín del té, ocurrido en 1773 en Boston. En él, un grupo de colonos, disfrazados de indios, arrojó al mar la carga de té de tres buques británicos.

La Guerra de la Independencia

La dura represión de las autoridades británicas condujo a la guerra de la Independencia (1775-1783), lo que obligó a los rebeldes a organizar un ejército bajo la dirección de George Washington. En plena contienda, los representantes de las trece colonias, reunidos en Filadelfia, aprobaron la Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776. Al final, con el apoyo francés y español, los británicos fueron derrotados en Yorktown (1781), y por la Paz de Versalles (1783) reconocieron la independencia de las colonias americanas. Nacían los Estados Unidos de América.

La Revolución Política y el Nuevo Estado

Durante la guerra, los colonos protagonizaron también una revolución política. Así, la Declaración de Independencia de 1776 reconocía la igualdad de todas las personas, los derechos a la vida, a la libertad y a la felicidad; y la soberanía nacional como medio de garantizarlos.

Tras la guerra se creó un nuevo Estado, cuyo sistema liberal y funcionamiento se regula por la Constitución de 1787, la primera escrita de la historia. En ella, el nuevo Estado se organizaba como una república federal, y se establecía la soberanía nacional y la división de poderes entre el presidente, el Congreso y el Tribunal Supremo.

La revolución americana demostraba así que era posible llevar a la práctica las ideas ilustradas, de ahí su enorme influencia en Europa.

La Revolución Francesa (1789-1799)

Causas de una Revolución Histórica

En Francia, la revolución estalló por diferentes causas:

  • Políticas e ideológicas. En la segunda mitad del siglo XVIII, el absolutismo había sido criticado por la Ilustración, y la revolución americana mostró que era posible derribarlo.
  • Sociales y económicas. Todos los grupos sociales estaban descontentos. La nobleza y el clero habían perdido poder a causa del absolutismo real y, pese a su riqueza, muchos tenían dificultades económicas debido a sus elevados gastos. La burguesía carecía de influencia política, y veía obstaculizados sus negocios por el control monárquico de la economía. El campesinado, agobiado por los impuestos, apenas tenía para subsistir y los grupos populares urbanos vivían en la miseria.

La Chispa Revolucionaria

La chispa o causa inmediata que encendió la revolución fue una doble crisis económica: una crisis alimentaria, debida a las malas cosechas de los años anteriores, que hizo que el hambre se extendiera por amplias zonas del país; y una crisis financiera, motivada por el endeudamiento del Estado por los altos gastos militares y de la corte.

La única solución frente a este último problema era que los privilegiados pagasen impuestos. Ante su negativa, el rey Luis XVI convocó en 1789 a los Estados Generales, una asamblea de origen medieval que llevaba sin reunirse desde 1614 y estaba formada por representantes de los tres estamentos. Era la única institución con poder para aprobar nuevos impuestos.

Antes de su reunión, cada estamento redactó sus cuadernos de quejas, para ser expuestas por sus representantes.

El Inicio de la Revolución. La Convocatoria de los Estados Generales

Las sesiones de la asamblea se iniciaron el 5 de mayo de 1789. La discusión inicial se centró en la forma de votar. La nobleza y el clero querían un voto para cada orden o estamento; mientras el Tercer Estado, más numeroso, exigía el voto por cabeza.

Al rechazarse sus peticiones, los representantes del Tercer Estado se proclamaron Asamblea Nacional, o representantes de toda la nación. Luis XVI, alarmado, trató de disolverla, pero no lo consiguió. Al contrario, los representantes se trasladaron a la sala próxima del Juego de Pelota, y juraron no disolverse hasta haber aprobado una constitución.

La Evolución de la Revolución Francesa

La Asamblea Constituyente (1789-1791)

El 7 de julio de 1789, y mediante votación, la Asamblea Nacional decidió transformarse en Asamblea Constituyente, a fin de dotar a Francia de una constitución. Pero, ante el temor de que el ejército la disolviese, el pueblo de París asaltó el 14 de julio la fortaleza-prisión de la Bastilla para tomar sus armas y defender a sus representantes. En los días siguientes, los disturbios se extendieron a otras ciudades y al campo, donde los campesinos atacaron las casas y las propiedades de los señores.

Las primeras disposiciones aprobadas por la Asamblea Constituyente fueron la abolición del feudalismo, al eliminar los derechos señoriales y el diezmo y nacionalizar los bienes de la Iglesia. Y la aprobación de una Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), que reconocía los derechos de libertad, propiedad e igualdad ante la ley. Dos años después aprobó la primera constitución francesa: la Constitución de 1791. En ella se proclamaba la soberanía del pueblo y se establecía la división de poderes y el sufragio censitario o restringido a los varones que poseían ciertas propiedades. Así, el absolutismo daba paso a un sistema político liberal.

La Asamblea Legislativa (1791-1792)

Tras aprobarse la Constitución, la Asamblea Constituyente se disolvió y se sustituyó por una Asamblea Legislativa.

En su corta existencia tuvo que enfrentarse a varios problemas. Los más importantes fueron la oposición de los nobles exiliados, que conspiraron desde el exterior contra la revolución; la oposición del rey, que fue detenido cuando intentaba huir del país (1791); y la guerra contra Austria y Prusia, países que apoyaban a los contrarrevolucionarios temiendo que la revolución se extendiese a su territorio. También se produjeron enfrentamientos entre revolucionarios moderados —los girondinos— y grupos radicales —los jacobinos—, que agitaban a los sans-culottes, grupos populares compuestos por trabajadores independientes, pequeños comerciantes y artesanos. Para resolver estos problemas, la Asamblea Legislativa nombró una nueva asamblea, denominada Convención.

La Convención (1792-1795)

La Convención estuvo dominada inicialmente por los girondinos. En este periodo se abolió la monarquía, se proclamó la República (1792) y se procesó y guillotinó a Luis XVI (1793). Ante este hecho, las potencias absolutistas europeas declararon la guerra a Francia.

El descontento popular ante la guerra permitió a los jacobinos radicales acceder al poder en 1793. Su líder, Robespierre, rechazó la invasión extranjera; promulgó una constitución más democrática (1793) que permitía el sufragio universal masculino; dictó medidas económicas favorables al pueblo; y eliminó a la oposición con el terror y la guillotina. La revolución alcanzaba así su etapa más sangrienta.

La Europa Napoleónica (1799-1814)

Napoleón. Del Consulado al Imperio

En su etapa como primer cónsul (1799-1804), Napoleón consiguió consolidar las conquistas de la revolución, al lograr la pacificación del país y llevar a cabo numerosas reformas internas.

  • La pacificación del país la logró eliminando a la oposición radical, permitiendo el regreso de la nobleza exiliada, y firmando un acuerdo o concordato con la Santa Sede (1801). En él, reconocía la religión católica; a cambio, la Iglesia no reclamaría las tierras confiscadas al clero durante la revolución.
  • Las reformas internas más importantes fueron el Código Civil de 1804, que recogía los logros revolucionarios (igualdad ante la ley, libertad, propiedad y separación entre la Iglesia y el Estado); la implantación de la libertad económica; la creación de una asistencia social pública; el fomento de la instrucción pública; y la construcción de numerosos monumentos en París.

Estos logros otorgaron a Napoleón una gran popularidad. De ahí que fuera nombrado cónsul vitalicio en 1802; y, más tarde, emperador de los franceses en 1804, con la aprobación popular expresada en un plebiscito o consulta al pueblo.

El Imperio Napoleónico (1805-1815)

Napoleón se propuso también extender la revolución, creando un gran imperio europeo bajo la autoridad de Francia. Así, entre 1805 y 1810 se enfrentó a varias coaliciones de países europeos que se formaron contra él, a las que venció en sucesivas batallas: Austerlitz, Ulm, Jena, Eylau, Friedland y Wagram. Logró así dominar gran parte de Europa occidental. La única excepción fue Reino Unido, que derrotó a la flota napoleónica en Trafalgar (1805) y resistió el bloqueo económico decretado por Napoleón (1806).

En los países conquistados, Napoleón confió el gobierno a familiares o a generales franceses. Todos ellos difundieron las ideas revolucionarias, promulgaron constituciones, implantaron el Código Civil napoleónico y abolieron los impuestos señoriales y el diezmo.

La Caída de Napoleón

La dominación francesa no fue aceptada en muchos países, donde provocó movimientos nacionalistas contrarios a ella. Tras el fracaso del Gran Ejército enviado contra Rusia (1812) y la derrota en España (1814), una coalición de potencias europeas integrada por Reino Unido, Austria, Prusia y Rusia entró en París. Napoleón fue desterrado a la isla de Elba, y se restableció la monarquía en Francia en la persona de Luis XVIII.

Al año siguiente, Napoleón escapó de la isla y recuperó el poder durante cien días. Pero los aliados lo derrotaron definitivamente en Waterloo (1815) y lo desterraron a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821.

La Época de la Restauración

La derrota definitiva de Napoleón abrió un nuevo periodo en Europa en el que se intentó restaurar el absolutismo. No obstante, acabaron imponiéndose el liberalismo y el nacionalismo, dos nuevas ideologías surgidas de la Revolución Francesa.

La Vuelta al Absolutismo

Entre 1814 y 1815, las potencias vencedoras de Napoleón (Reino Unido, Austria, Prusia y Rusia) se reunieron en el llamado Congreso de Viena. Sus objetivos fueron dos:

  • La restauración del Antiguo Régimen. Para ello, el restablecimiento en sus tronos a los monarcas depuestos por Napoleón.
  • La reconstrucción del mapa político de Europa. Con ese fin, obligaron a Francia a volver a sus límites de 1791 y se repartieron territorios. El trazado de las nuevas fronteras, sin embargo, se hizo sin contar con los deseos de algunos pueblos, que quedaron así separados o unidos contra su voluntad.

En Viena también se acordó la convocatoria periódica de congresos, donde se tratarían diplomáticamente las posibles disputas entre países; y se autorizó la intervención de las potencias en cualquier país amenazado por una revolución.

Por último, en 1815, se crearon dos grupos de alianzas para asegurar el orden establecido: la Santa Alianza, formada por Austria, Prusia y Rusia, a la que luego se sumaron otros estados; y la Cuádruple Alianza, formada por Austria, Prusia, Rusia y Reino Unido.

Las Nuevas Ideologías

A pesar de los intentos absolutistas, la Restauración no pudo impedir la expansión por Europa de nuevas ideas y valores, representados por el liberalismo y el nacionalismo.

  • El liberalismo defendía la libertad individual, plasmada en el reconocimiento de derechos a los ciudadanos; la igualdad ante la ley, suprimiendo los privilegios; y la implantación de regímenes constitucionales, basados en la soberanía nacional y la división de poderes. La ideología liberal se extendió, sobre todo, entre los burgueses y las clases populares de las grandes ciudades.
  • El nacionalismo sostenía que el marco fundamental de la vida de las personas es la nación, o comunidad, con rasgos propios derivados de una historia, una lengua o una cultura comunes. Su objetivo era que cada nación tuviese su propio Estado (estado nación); y, por tanto, reclamaba que las fronteras de las naciones coincidieran con las de los Estados. La ideología nacionalista se extendió por los territorios sometidos a un poder extranjero, como Grecia, o por los que aspiraban a formar un Estado unificado, caso de Italia y Alemania.

Las Revoluciones Liberales del Siglo XIX

En la primera mitad del siglo XIX, la restauración del absolutismo y la extensión del liberalismo dieron lugar a nuevas oleadas revolucionarias.

Las Revoluciones de 1820 y 1830

  • Las revoluciones de 1820 se centraron en el área mediterránea y en Rusia. En ellas tuvieron un destacado papel los oficiales del ejército y las sociedades secretas. Así, los liberales protagonizaron levantamientos antiabsolutistas en España, Portugal, Nápoles, Piamonte y Rusia. Inicialmente, algunos monarcas tuvieron que aceptar constituciones; pero, al final, se impuso el absolutismo.
  • Las revoluciones de 1830 afectaron a casi toda Europa, y llevaron a los liberales al poder en muchos estados. Se iniciaron en Francia, con la destitución de Carlos X y la implantación de la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleans. Después, la revolución se extendió a Bélgica, que logró la independencia de Holanda; y a España, Portugal, Polonia y diversos estados italianos y alemanes. Sin embargo, una vez conquistado el poder, el liberalismo limitó los derechos y las libertades e implantó el sufragio censitario o restringido, excluyendo así a los grupos populares de la política y del poder.

Las Revoluciones de 1848

Las revoluciones de 1848 tuvieron mayor extensión y participación popular y fueron más radicales. Partieron de Francia, donde Luis Felipe se vio obligado a abandonar el trono, se proclamó la Segunda República, y se implantó una constitución que establecía el sufragio universal masculino. La revolución afectó también a Prusia, Austria-Hungría, Suiza, la Confederación Germánica y algunos estados italianos.

En todas ellas, los revolucionarios levantaron barricadas en las calles y exigieron más derechos, soberanía popular, sufragio universal masculino e igualdad social. Estas exigencias asustaron a la burguesía que reprimió las revoluciones e implantó un liberalismo conservador.

Las Consecuencias de las Revoluciones

A pesar de sus limitaciones, el balance de las revoluciones liberales fue positivo, pues consolidaron ciertas conquistas revolucionarias. Así, muchos países de Europa occidental adoptaron el liberalismo y se dotaron de constituciones escritas en las que se reconocía el sufragio censitario masculino. Francia mantuvo el sufragio universal masculino. Y la servidumbre se abolió en casi todos los países de Europa central y oriental, excepto Rusia.

La burguesía fue la gran triunfadora de las revoluciones liberales, y se convirtió en conservadora y defensora del orden. Los grupos populares, en cambio, resultaron derrotados, al no conseguir transformaciones políticas y sociales más profundas. Pero tomaron conciencia de clase, y comenzaron a organizarse para enfrentarse a la burguesía y al Estado liberal que habían contribuido a crear.

Los Nacionalismos. El Nacimiento de Nuevos Estados

Las ideas nacionalistas favorecieron algunos procesos de unificación. Fueron los casos de Italia y de Alemania, donde contribuyeron a la difusión de las ideas de construcción de un Estado liberal unitario. También impulsaron el proceso de descomposición del imperio turco y el surgimiento de nuevos Estados.

La Unificación de Italia (1859-1870)

El proceso de unificación fue dirigido por el reino de Piamonte-Cerdeña. Sus protagonistas fueron el rey Víctor Manuel II y su primer ministro Cavour, que se ganaron la confianza de las corrientes nacionalistas más significativas, y el revolucionario Garibaldi. La unificación se realizó en varias etapas.

  • Primero, Víctor Manuel II incorporó Lombardía al reino de Piamonte-Cerdeña, luchando contra Austria, y los ducados centrales de Italia. Mientras, Garibaldi conquistaba el reino de Dos Sicilia, en el sur, al frente de un ejército conocido como «los mil camisas rojas».
  • Tras esta unificación parcial, se proclamó el reino de Italia (1861). Finalmente, la unidad se completó con la anexión de Venecia (1866) y la conquista de los Estados Pontificios (1870).

El nuevo Estado implantó un sistema político liberal basado en el sufragio censitario.

La Unificación de Alemania (1864-1871)

Los protagonistas de la unificación fueron el reino de Prusia, regido por Guillermo I, y el canciller Bismarck. Ambos se propusieron unificar Alemania sin incluir a Austria, su rival político.

El proceso de unificación se llevó a cabo en dos etapas. Primero, Prusia se enfrentó y derrotó a Austria en Sadowa (1866), lo que permitió unificar los estados alemanes del norte. Luego, se enfrentó y venció a Francia en Sedán (1870), incorporando Alsacia y Lorena; y unificó los estados alemanes del sur. Se iniciaba así el II Reich o imperio alemán (1871).

El nuevo Estado adoptó una constitución que establecía el sufragio universal masculino y un sistema político federal, formado por estados con amplias competencias.

Los Nacionalismos Independentistas

Los movimientos nacionalistas independentistas se extendieron por los países sometidos a un poder extranjero y se aliaron con el liberalismo.

Como resultado de estos, se produjo la independencia de la mayoría de las colonias españolas de América Latina (1825); la de Grecia del imperio turco (1829); y la de Bélgica del reino de los Países Bajos (1839). En cambio, Irlanda, anexionada a Inglaterra en el siglo XVII, no logró sus objetivos.

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