Los Primeros Homínidos en la Península Ibérica
El proceso de hominización, la evolución que culmina con la aparición del Homo sapiens, comenzó en África hace aproximadamente cinco millones de años. El yacimiento de la Gran Dolina, en Atapuerca (Burgos), es de vital importancia, ya que allí se encontraron los restos del Homo antecessor (con una antigüedad de 800.000 años), que habría evolucionado del Homo ergaster y salido de África hace entre 1,5 y 1 millón de años. También en Atapuerca, en la Sima de los Huesos, se hallaron restos de Homo heidelbergensis (300.000 años), considerado un eslabón intermedio entre el Homo antecessor y el Homo neanderthalensis. Este último, una especie cazadora adaptada al frío, colonizó el continente europeo hace entre 200.000 y 30.000 años.
Las investigaciones basadas en los hallazgos de Atapuerca sugieren que, de la comunidad de Homo antecessor que permaneció en África, surgió la especie Homo sapiens. Esta especie habría salido de África hace entre 300.000 y 100.000 años, expandiéndose por todo el planeta y sobreviviendo mientras otras especies, como los Homo erectus asiáticos o los Neandertales europeos, se extinguían. Los restos más antiguos de Homo sapiens en la Península Ibérica datan de hace 40.000 años (Cueva de El Castillo, Cantabria), mientras que en Zafarraya (Málaga) y Gibraltar se encontraron restos de Neandertal de 30.000 años de antigüedad. Esto demuestra que, antes de la extinción del Neandertal, ambas especies coexistieron en la Península durante aproximadamente 10.000 años.
Pueblos Prerromanos: Celtas e Iberos
El mosaico de pueblos y comunidades que habitaban la Península Ibérica antes de la conquista romana se divide en dos grandes conjuntos: celtas e iberos. En la zona norte, centro y oeste de la península, los pueblos indígenas se fusionaron con los invasores celtas. En el norte, donde es característico el hábitat en castros, astures, vascones, cántabros y galaicos tenían un grado de desarrollo menor que los del centro y el oeste (vettones, arévacos, vacceos, etc.). Sin embargo, en general, su economía se basaba en la agricultura cerealista y la ganadería, con estructuras sociales basadas en el parentesco. Muchos de estos pueblos dominaban la metalurgia.
Por su parte, la cultura ibera se extendió por el litoral mediterráneo, abarcando a numerosos pueblos (layetanos, edetanos, bastetanos, turdetanos, etc.) con diferente organización política, pero similitudes económicas y de hábitat. Mantuvieron un estrecho contacto con los colonizadores mediterráneos, lo que supuso un mayor grado de desarrollo cultural y material. La legendaria Tartessos habría sido una cultura de gran riqueza material (minería), aunque las investigaciones intentan contrastar las fuentes griegas con restos arqueológicos fiables. Como se ha mencionado, del Mediterráneo oriental proceden los fenicios (que arribaron en los siglos IX-VIII-VI a.C.), los griegos (a partir del siglo VI) y los cartagineses (presentes en la Península entre los siglos V y III a.C.). Todos acudieron en busca de metales y otros recursos, y legaron una serie de aportaciones trascendentales como la metalurgia del hierro, el torno alfarero, el alfabeto (fenicios), la moneda (griegos), nuevos cultivos, etc. Además, fundaron importantes enclaves como la fenicia Gades, la griega Ampurias o las importantes bases cartaginesas Ebussus (Ibiza) y Cartago Nova.
La Conquista Romana y la Romanización
Tras su llegada a la Península en el contexto de la guerra contra Cartago, después de la toma de la colonia griega de Sagunto por Aníbal, Roma conquistó Iberia en un largo proceso en el que se distinguen tres etapas:
- La Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.)
- Las Guerras Celtíberas (155-133 a.C.) y Lusitanas (150-139 a.C.)
- Las Guerras Cántabras (29-19 a.C.)
Respectivamente, en cada una de ellas, Roma incorporó a su control la franja litoral levantina y andaluza, ambas mesetas y el oeste, y la franja cantábrica. Roma fue incorporando a su dominio a los distintos pueblos prerromanos, alternando la presión militar con el pacto político. La cultura de los distintos pueblos peninsulares se fue adaptando progresivamente a las pautas culturales y modos de vida romanos, en un proceso conocido como romanización. El grado de asimilación fue dispar, siendo más fácil en los pueblos del ámbito mediterráneo (ya influenciados por fenicios, griegos y cartagineses) que en los pueblos del centro y, sobre todo, del norte.
La señal más evidente de romanización fue la generalización del latín, que fue desplazando a las lenguas indígenas, sobre todo entre las élites. Sin embargo, no desapareció un fuerte sustrato lingüístico prerromano. El derecho romano se impuso en la Península, así como la organización administrativa del territorio. La literatura latina también encontró en la Península a algunos de sus autores más destacados, como Séneca, Marcial o Quintiliano. Las obras públicas (puentes, acueductos, calzadas, teatros, etc.) jalonan todo el territorio peninsular. Lugo, Zaragoza, León y muchas otras ciudades fueron fundadas por los romanos.