Política, Sociedad y Economía en la España de los Siglos XV al XVIII

La Unidad Religiosa en Tiempos de los Reyes Católicos

El fortalecimiento del estado bajo el reinado de los Reyes Católicos tuvo como uno de sus pilares la unidad religiosa. En 1478, el papa Sixto IV autorizó el establecimiento del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en ambas coronas. Las persecuciones a los judíos durante la Baja Edad Media habían provocado conversiones masivas, pero muchos de ellos seguían practicando su antigua religión en secreto. Aunque el Santo Oficio no tenía jurisdicción sobre los judíos practicantes, se temía que pudieran influir en los conversos, lo que llevó a los Reyes Católicos a decretar su expulsión en marzo de 1492, salvo que optaran por el bautismo. Según las últimas investigaciones de Henry Kamen, de los 80.000 judíos y 200.000 conversos que había en España, unos 40.000 optaron por la emigración.

A partir de entonces, se produjo una distinción entre cristianos viejos y cristianos nuevos o conversos, lo que se manifestó en los llamados estatutos de limpieza de sangre. Estos estatutos controlaban el acceso de personas con antepasados judíos o musulmanes a multitud de instituciones y corporaciones: órdenes militares, Iglesia, gremios, cofradías, centros educativos, administración, etc.

Con respecto a los musulmanes, los Reyes Católicos habían acordado, tras la conquista de Granada, el respeto a su práctica religiosa. Sin embargo, pronto encomendaron al primer arzobispo de la ciudad, Fray Hernando de Talavera, la conversión de los musulmanes por métodos pacíficos. Tras la visita de los reyes a Granada en 1499, se asombraron de que aún conservara un aire tan musulmán, y por ello encargaron al cardenal Cisneros intentar persuadir con más dureza a la conversión. Finalmente, después de varios levantamientos, se decretó su conversión o su expulsión en 1502. A partir de entonces, se les conoció como moriscos, y quedaron concentrados en Granada, Valencia y el valle del Ebro.

Política Exterior Durante el Reinado de Felipe II

Felipe II continuó la política internacional heredada de su padre, basada en la defensa del catolicismo y la hegemonía del imperio hispánico en Europa. Los ejes de esta política fueron:

Francia

Felipe II prosiguió la guerra con Francia debido a su apoyo a los rebeldes flamencos. En 1557, el día de la festividad de San Lorenzo, obtuvo una gran victoria en San Quintín. En 1559, la Paz de Cateau-Cambrésis ratificaba la supremacía española, al tiempo que se pactaba el matrimonio del monarca con la princesa francesa Isabel de Valois. Posteriormente, se enfrentó a Enrique IV por su tolerancia hacia los hugonotes, hasta 1598, cuando se firmó la Paz de Vervins, por la que Felipe renunciaba a intervenir en los asuntos franceses.

Los Turcos

Los turcos, bajo el reinado de Solimán el Magnífico, habían atacado varios puertos venecianos y conquistado la isla de Chipre, en su política de expansión mediterránea. En 1571, una coalición de España, Venecia y el Papado, conocida como la Liga Santa, se enfrentó a los turcos en Lepanto, bajo el mando de Juan de Austria, obteniendo una resonante victoria. Sin embargo, los diferentes conflictos en los que estaban inmersos ambos imperios les llevaron a firmar posteriormente diversas treguas.

Rebelión de los Países Bajos

En este conflicto, que comenzó en 1566, se mezcló la cuestión religiosa, por el ascenso del calvinismo en estos territorios, con las cuestiones políticas, por el deseo de la nobleza flamenca de tener mayor autonomía. Felipe II, a través del duque de Alba, gobernador de los Países Bajos, aplicó una dura represión en el terreno religioso, ya que no admitía concesiones a los protestantes. Los rebeldes, dirigidos por Guillermo de Orange, obtuvieron la ayuda de los protestantes alemanes y de los hugonotes franceses. La guerra fue muy larga y dura, pero Felipe II no conseguía doblegar a los flamencos. En 1579 se llegó a un acuerdo: las provincias del sur formaron la Unión de Arrás, manteniéndose católicas, mientras que las del norte formaron la Unión de Utrecht y se mantuvieron protestantes. A la muerte de Felipe II, todas las provincias pasaron a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno Alberto de Austria. El conflicto se reavivó en 1621, pasando a ser un frente más de la Guerra de los Treinta Años, la cual no acabaría hasta 1648.

Inglaterra

Al comienzo del reinado, las relaciones con Inglaterra eran buenas, ya que Felipe II estaba casado con la reina María I y era, por tanto, rey consorte de Inglaterra. Sin embargo, la muerte de María en 1558 y su sucesión por la protestante Isabel I encendió el enfrentamiento, debido al hostigamiento de los ingleses a las flotas españolas en América y por el apoyo inglés a los rebeldes de los Países Bajos. La ejecución de la reina católica de Escocia, María Estuardo, por parte de Isabel, decidió a Felipe II a enviar en 1588 la Grande y Felicísima Armada para invadir Inglaterra. Esta operación resultó un fracaso por las malas condiciones meteorológicas.

Incorporación de Portugal

En 1580 quedó vacante el trono de Portugal, y Felipe II reclamó sus derechos al trono, ya que su madre, la emperatriz Isabel, era hija de Manuel I de Portugal y de María, hija de los Reyes Católicos. Antonio, prior de Crato, nieto ilegítimo de Manuel I, se autoproclamó rey con el apoyo del pueblo llano. Felipe II envió un ejército al mando del duque de Alba y fue proclamado rey en septiembre de 1580 y jurado rey como Felipe I de Portugal en las Cortes de Tomar en abril de 1581. Con ello se lograba la ansiada unidad ibérica bajo un solo monarca.

La Explotación Económica de América y el Trato a los Indígenas

La reina Isabel la Católica, en su testamento, indicó expresamente que los indios eran súbditos y no esclavos, y que debían ser tratados con justicia, tanto en sus personas como en sus bienes. No obstante, la situación era complicada, porque si bien por una parte se quería defender al indio, por otra no se olvidaba la necesidad de una producción económica que aumentara los ingresos de la Corona. Para ello se arbitraron soluciones, como la encomienda, por la que un encomendero protegía y cristianizaba a la población india a cambio de su trabajo. Sin embargo, esto no evitó los abusos.

Durante la regencia de Fernando el Católico, la publicación de las Leyes de Burgos (1512) intentó frenar los abusos sobre la población indígena. Muerto Fernando, el cardenal Cisneros envió a tres frailes jerónimos como gobernadores de las islas con el fin de estudiar la situación de los indios. Fray Bartolomé de las Casas llevó a cabo fuertes críticas contra los encomenderos que hicieron eco en la corte de Carlos I. Famosa fue su disputa intelectual con el filósofo Ginés de Sepúlveda, quien defendía la inferioridad intelectual de los indios y la necesidad de evangelizarlos para apartarlos de sus costumbres idolátricas. Todo ello llevó a la publicación de las Leyes Nuevas (1542), que prohibieron expresamente la esclavización de los indígenas y las encomiendas dejaron de ser hereditarias. En su lugar, las explotaciones pasaron a ser plantaciones o estancias ganaderas. Otro sistema de explotación fue la mita, que consistía en la obligación por parte de los indígenas de aportar fuerza de trabajo durante determinadas épocas del año. Como los indios no estaban acostumbrados a trabajos sistemáticos, para solucionar el problema de la mano de obra comenzaron a traerse esclavos negros que no tenían ninguna voz que los defendiera. A pesar de esta legislación a favor del indio, no se pudo evitar una grave disminución de la población indígena, sobre todo en los primeros años de conquista, debido a enfermedades como la gripe o la viruela, las guerras, o el propio choque cultural.

El sistema de asientos fue una licencia emitida por la corona española por el cual un grupo de comerciantes recibía el monopolio en una ruta comercial o en un producto. Se estableció en el Caribe cuando empezó a disminuir la población indígena y los españoles necesitaron otra fuente de mano de obra. Al principio fueron transportados algunos africanos cristianos nacidos en la Península, pero a medida que la población indígena disminuía y surgían opositores al trabajo indígena, como Bartolomé de las Casas, se permitió la importación directa de esclavos de África, constituyéndose el primer asiento de negros en 1518.

En este primer asiento se concedió a un comerciante flamenco el monopolio de importación de esclavos durante ocho años con un máximo de 4000. A partir de entonces las licencias empezaron a comprarse y venderse. España no tenía acceso a las fuentes africanas de esclavos ni la capacidad de transportarlos, por lo que el sistema de asientos era una forma de garantizar un suministro legal de esclavos al Nuevo Mundo, lo que generaba ingresos para la corona española. En cuanto a las minas, tan importantes para la obtención de metales preciosos, fueron una regalía de la Corona. Se cedía a particulares su explotación a cambio de una quinta parte del total (quinto real). La Casa de Contratación de las Indias Occidentales, creada en 1503 y con sede en Sevilla, controlaba toda la actividad comercial entre España y los territorios americanos. En lo que respecta a la administración del territorio, la legislación fue una copia de la de Castilla. El Consejo de Indias, creado por Carlos I en 1524, asesoraba al monarca en los asuntos americanos y actuaba en causas civiles y criminales. Por debajo del monarca se situaban los virreyes, al frente de dos virreinatos, el de Nueva España con capital en México y el del Perú con capital en Lima. Existían también gobernaciones, similares a los corregimientos de Castilla; audiencias y capitanías generales como demarcaciones militares. Al frente de las ciudades, los cabildos eran equivalentes a los concejos castellanos. La labor de España en América se tradujo en una hispanización del territorio, tanto en religión como en lengua y cultura. A mediados de siglo se crearon las primeras universidades.

El Despotismo Ilustrado en la España del Siglo XVIII

En este siglo aparecieron en España un nutrido grupo de intelectuales cuyo principal objetivo fue la reforma de la sociedad y la modernización de la cultura. Fueron firmes partidarios de la educación y del progreso, criticaron los principios de la sociedad estamental y afirmaron la igualdad y el derecho a la libertad de todos los hombres. Criticaron también la organización económica del Antiguo Régimen, la falta de libertad para comprar y vender y defendieron la propiedad y libertad de comercio e industria. Los ilustrados españoles no negaron la existencia de Dios, pero se opusieron al dominio ideológico de la Iglesia y defendieron la libertad de cultos. Surgió a mediados del siglo XVIII una generación de pensadores y políticos de indudable valía: Jerónimo Feijoo, Gregorio Mayans, Gaspar Melchor de Jovellanos, Campomanes, el conde de Aranda, Cabarrús, etc. Pero a finales de siglo, coincidiendo con el pánico que se desató en España con la Revolución Francesa, el pensamiento ilustrado entró en decadencia y sus principales representantes fueron apartados del poder, encarcelados u obligados a retractarse de sus ideas.

Los ilustrados, al igual que los reyes que promovieron este pensamiento, quisieron hacer una revolución desde arriba, destinada a beneficiar al pueblo, pero sin contar con él: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Las ideas ilustradas fueron asumidas en parte por el poder en lo que se ha denominado Despotismo Ilustrado, una forma de gobierno que concilió el absolutismo monárquico con el espíritu reformista de la Ilustración. Algunas de sus ideas fueron aceptadas por los reyes: la mejora de la economía, la racionalización del Estado o el impulso de la educación, pero nunca se plantearon ningún intento democratizador. Ejemplos de reyes ilustrados fueron: José I de Austria, Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia o Carlos III de España. El reinado de Carlos III se considera la plenitud del despotismo ilustrado. El nuevo monarca había ya reinado durante un cuarto de siglo en Nápoles, donde adquirió gran experiencia de gobierno. En los primeros años, la política de reformas fue impulsada por un gobierno dirigido por ministros italianos que vinieron con él desde Nápoles. Estos ministros representaron una política reformista radical que ocasionó la oposición de los privilegiados.

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