La Revolución Francesa
La Revolución Francesa fue el cambio político más importante que se produjo en Europa a fines del siglo XVIII. No fue sólo importante para Francia, sino que sirvió de ejemplo para otros países, en donde se desataron conflictos sociales similares en contra de un régimen anacrónico y opresor, como era la monarquía. Esta revolución significó el triunfo de un pueblo pobre, oprimido y cansado de las injusticias sobre los privilegios de la nobleza feudal y del estado absolutista.
El Reinado de Luis XIV y la Crisis del Antiguo Régimen
Durante el reinado de Luis XIV (1643-1715), Francia se hallaba bajo el dominio de una monarquía absolutista. El poder del rey y de la nobleza era la base de este régimen. Sin embargo, el estado se encontraba en una situación económica bastante precaria, que se agravó por el mal gobierno de Luis XV (bisnieto de Luis XIV), y que tocó fondo durante el reinado de Luis XVI, gobernante bien intencionado, pero de carácter débil, por lo que se lo llamaba «el buen Luis».
Consecuencias de la Revolución Francesa
Las principales consecuencias de la Revolución Francesa fueron el derrocamiento de Luis XVI del trono, como así la abolición de la Monarquía en Francia, con la consecuente proclamación de la llamada I República, poniendo fin así al Antiguo Régimen.
Este proceso le puso fin a los privilegios con los que contaban tanto la aristocracia como el Clero, eliminando la servidumbre, el diezmo y los derechos feudales. También se disgregaron las propiedades como se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos.
Otras consecuencias de la Revolución Francesa fueron las diversas transformaciones sociales y económicas, donde debemos incluir la supresión de la pena de prisión por deudas y la abolición de la herencia de tierras al primogénito en las familias.
No debemos olvidar que, dentro de las consecuencias de la Revolución Francesa, ubicamos a Napoleón Bonaparte, quien instituyó durante el Consulado algunas reformas de gran importancia, como la fundación del Banco de Francia, la implantación de un sistema educativo que revocaba al anterior secular y muy centralizado.
Además, ordenó crear la Universidad de Francia, a la cual podían ingresar todos los ciudadanos a un puesto de enseñanza sin importar su procedencia ni su estatus social. Propuso además reformas legales, como son el derecho de habeas corpus, la celebración de juicios justos y, sobre todo, la igualdad ante la ley.
La religión no quedó fuera de las consecuencias, ya que se desempeñó un importante papel, más que nada a favor de la sociedad, permitiendo la libertad de culto y la libre expresión de la fe que profesara cada uno de los integrantes de la sociedad francesa de la época.
Lista de Consecuencias Clave
- Se destruyó el sistema feudal.
- Se dio un fuerte golpe a la monarquía absoluta.
- Surgió la creación de una República de corte liberal.
- Se difundió la declaración de los Derechos del Hombre y los Ciudadanos.
- La separación de la Iglesia y del Estado en 1794 fue un antecedente para separar la religión de la política en otras partes del mundo.
- La burguesía amplió cada vez más su influencia en Europa.
- Se difundieron ideas democráticas.
- Los derechos y privilegios de los señores feudales fueron anulados.
- Comenzaron a surgir ideas de independencia en las colonias iberoamericanas.
- Se fomentaron los movimientos nacionalistas.
La Unificación Italiana
En 1848, surgió la idea de la unificación italiana, que partía del reino de Piamonte, uno de los siete en los que se hallaba dividida luego del Congreso de Viena. La mayoría de estos eran dominados por el imperio austríaco. Estos conformaban el reino Lombardo-Véneto, con capital en Milán. En el centro se hallaban los estados pontificios, cuya autoridad era el Papa, con capital en Roma, y en el sur, una rama de la dinastía de los Borbones, de carácter absolutista, gobernaba el reino de las Dos Sicilias, con capital en Nápoles. También la conformaban los ducados de Parma, Módena y Toscana.
Sin embargo, Piamonte se hallaba en una situación particular, impregnada de un intenso espíritu nacionalista y de las nuevas ideas liberales, fomentadas hacía algunas décadas por el líder de la asociación masónica “Joven Italia”, Giuseppe Mazzini, que pretendía formar una república, y por Giuseppe Garibaldi, un mercenario que luchó en África del Norte y en América del Sur.
Desde el poder, Víctor Manuel II y el Conde de Cavour, su ministro del Consejo, que impulsó la economía y el ejército, emprendieron la obra de unificación. Cavour se había formado en las ideas liberales en sus viajes por Francia e Inglaterra, y si bien bregaba por la unificación, no aspiraba a constituir una república como Mazzini, sino a respetar la monarquía, aunque con poderes limitados por un parlamento. Tanto los Estados Pontificios como los dependientes de Austria se mostraban reticentes a la unidad, por su espíritu conservador.
A pesar de que durante mucho tiempo Italia debió soportar constantes guerras entre franceses, austríacos, españoles y alemanes, los italianos se sentían culturalmente unidos por un sentimiento nacional que se expresaba en una raza, una lengua y una religión común.