Contexto histórico y surgimiento de los nacionalismos
Los textos a analizar son dos ensayos de temática política, de fuente primaria, dirigidos al pueblo catalán y vasco para difundir la ideología nacionalista. El texto de Enric Prat de la Riba se relaciona con el nacionalismo catalán, y el de Sabino Arana con el vasco. Surgieron en el último cuarto del siglo XIX, durante la regencia de María Cristina, como reacción al centralismo del periodo de la Restauración y favorecidos por la expansión del nacionalismo en Europa. Esto fue consecuencia de las revoluciones liberales burguesas que buscaban el reconocimiento de las naciones como entidades políticas y como reacción a la abolición de los fueros vascos en 1876 y a las políticas económicas librecambistas de los liberales.
Aunque no figura en los textos, se debe hacer referencia también a Galicia y Canarias, cuyo atraso socioeconómico, sin una burguesía que lo apoyara, dificultó el desarrollo de un movimiento nacionalista. Este surgió solo entre una minoría intelectual con una difusión muy limitada.
Los argumentos de Prat de la Riba justifican el nacionalismo dentro de un marco cultural y reivindica un poder regional integrado en el Estado español, como se observa en el segundo párrafo. Arana, en los dos párrafos, defiende un ruralismo idealizado, con una propuesta independentista, como reacción xenófoba a la llegada de inmigrantes del resto de España.
Similitudes entre el nacionalismo catalán y vasco
Ambos nacionalismos aparecieron en dos regiones caracterizadas por un desarrollo industrial y por el auge de una burguesía que apoyó la ideología nacionalista y su sistema económico proteccionista, frente al centralismo uniformador del Estado liberal de la Restauración, incapaz de construir un nacionalismo español que integrara a los regionalismos periféricos.
Derivan de los regionalismos, producto del Romanticismo del siglo XIX, con su exaltación de las tradiciones populares, reivindicando la identidad diferencial de la región, con su particularismo lingüístico, cultural, institucional e histórico, como se aprecia en los textos. Dichos regionalismos periféricos fueron utilizados por las burguesías dirigentes locales como arma política frente al Gobierno de Madrid para obtener ventajas en el terreno económico.
Los dos nacionalismos tenían una ideología conservadora y representaban a la burguesía, surgida a finales del siglo XIX con la revolución industrial, que supuso la aparición del proletariado y la modificación de la estructura social. Consideraban el avance del movimiento obrero, movilizado por el Partido Socialista Obrero Español en el País Vasco y por el anarquismo en Cataluña.
Diferencias entre el nacionalismo catalán y vasco
El catalanismo tiene su origen remoto en el movimiento cultural de la Renaixença, en la década de 1830, que reclamaba la lengua y la cultura propias de Cataluña, y cuya expresión más notable es la producción literaria, manifestada popularmente en los Jocs Florals a mitad del siglo XIX. En cambio, en el nacionalismo vasco el euskera, limitado al ámbito rural, carecía de una tradición literaria. Sabino Arana dedicó parte de su obra a normalizar y estructurar la lengua vasca.
Los nacionalistas catalanes veían su participación en el sistema político de la Restauración y carecían en sus orígenes de un carácter separatista, como se aprecia en el texto. El nacionalismo vasco reivindicó, en sus inicios, un Estado propio para defender sus tradiciones y la superioridad de la raza vasca con un carácter marcadamente racista, antiespañolista y xenófobo, reconocible en el texto; pero a principios del siglo XX moderó su ideología, volviéndose autonomista, para ampliar su base social en los medios urbanos. El catalanismo consiguió más avances en el marco legal, como fue la creación en 1914 de la Mancomunidad de Cataluña, que aunque solo contaba con competencias administrativas, se concibió como un órgano de poder propio de Cataluña. Luego, durante la Segunda República, también sería Cataluña la primera.
Reformismo de José Canalejas y la Ley de Mancomunidades
El gobierno de la Restauración fue sustituido por el liberal José Canalejas (1910), cuyo programa político intentaba incorporar nuevos apoyos al sistema y atajar algunos de los principales focos de descontento popular.
- Mejoras laborales: Se impulsó la reducción de la jornada laboral (aunque de difícil aplicación en el campo), la regulación de los contratos de aprendizaje y la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres en talleres y fábricas.
- Abolición de la Contribución de Consumos: Se suspendió el impuesto de consumos, un impopular tributo sobre determinados artículos, algunos de primera necesidad, que suponía una carga añadida a la precaria situación de las clases populares. Además, se implantó un nuevo impuesto progresivo sobre las rentas urbanas.
- Ley de Reclutamiento (1912): Introdujo el servicio militar obligatorio en caso de guerra; sin embargo, las nuevas medidas no acabaron con los pagos a cambio de la reducción del servicio, que seguía beneficiando a las clases pudientes.
- Ley de Asociaciones Religiosas (conocida como la «Ley del Candado»): Intentaba limitar la creación de nuevas órdenes religiosas para frenar la influencia de la Iglesia en la sociedad y en la mentalidad de la época.
- Cuestión regional: Se aprobó la Ley de Mancomunidades de 1912, que permitió la agrupación de las diputaciones provinciales.
Asimismo, para Canarias, se aprobó la Ley de Cabildos, oficialmente conocida como la Ley Administrativa de Canarias, promulgada el 11 de julio de 1912. La constitución de los cabildos insulares supuso una modificación trascendental en la organización político-administrativa del archipiélago, constituyendo la primera solución legislativa del siglo XX que reconoció las singularidades de las islas Canarias.
Esta política reformista quedó definitivamente frustrada tras el asesinato de José Canalejas en un atentado anarquista en 1912. A partir de este momento, comenzó el declive del sistema de la Restauración, con las disputas entre los partidos dinásticos, el abandono de las propuestas regeneracionistas y el cuestionamiento del turno pacífico.
Por otra parte, la neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial tuvo aspectos muy positivos para las industrias españolas, que se beneficiaron de una gran demanda de pedidos de una Europa en guerra. Sin embargo, la situación no fue tan favorable para las clases populares, que padecieron el alza de precios (se hundieron las exportaciones agrarias y hubo problemas de abastecimiento de cereales). El deterioro de la capacidad adquisitiva de los trabajadores generó una fuerte conflictividad social.
El movimiento obrero: socialismo y UGT
El socialismo, menos extendido que el anarquismo, defendía la participación política. En 1879, el tipógrafo Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), aunque no tuvo representación parlamentaria hasta 1910, cuando consiguió un diputado en las Cortes. En 1888 impulsaron la creación de un sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT). Partido y sindicato tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia, mientras que su representación en Cataluña y Andalucía fue escasa.
El PSOE se definía como un partido marxista, de orientación obrerista y partidario de la revolución social. Organizó el Primero de Mayo de 1890 como Día del Trabajador, con una participación multitudinaria. Protagonizó algunas grandes huelgas en Vizcaya y consiguió obtener algunos concejales en los ayuntamientos.
La UGT respondía al modelo de sindicato de masas que englobaba a todos los sectores de la producción y se organizaba en secciones de oficios en cada localidad. Elaboró un programa reivindicativo de mejoras en las condiciones laborales de los obreros, defendiendo la negociación colectiva entre obreros y patronos, así como el recurso a la huelga.