El Reinado de Isabel II y la Consolidación del Estado Liberal en España
Tras la muerte de Fernando VII, comenzó un proceso imparable de cambios sustanciales que terminaron por establecer un Estado liberal-burgués, con el desarrollo del constitucionalismo, un sistema de producción industrial y un nuevo pensamiento basado en la racionalidad y el cientifismo. Avances que necesitaron tiempo, con mayor o menor desarrollo dependiendo de la etapa del reinado de Isabel II, donde en términos generales se desarrolló el desmantelamiento definitivo del Antiguo Régimen.
La Primera Guerra Carlista y la Regencia de María Cristina
Su primera etapa fue condicionada por el problema dinástico o de sucesión, ya que su tío Carlos María de Isidro se negó a reconocer la herencia fernandina, a través de un Manifiesto de Abrantes que rechazó la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica. Oposición a la reina niña, que con tres años de edad recurrió a la regencia de su madre María Cristina, quien decidió rodearse de los liberales más moderados (Cea Bermúdez), consciente de la atracción absolutista hacia Carlos, que se hizo ver como el defensor del Antiguo Régimen.
Desde dichos paradigmas entendemos las guerras carlistas (1833-1839, 1846-1848 y 1872-1876), conflicto por la sucesión que se convirtió en ideológico, entre unos liberales y absolutistas que potenciaron el “Duelo a garrotazos” (Francisco de Goya). Los carlistas, con bases en los apostólicos o la Regencia de Urgell, fueron impulsando sus bases, resumidas en el absolutismo monárquico, la intransigencia religiosa y la defensa de unos fueros que buscaban potenciar una reacción rural contra el progreso político y cultural de la ciudad. Con una gran implantación en País Vasco, Navarra, Cataluña y el Maestrazgo (sur de Aragón), y con el apoyo de las monarquías centroeuropeas (Austria, Prusia y Rusia), fueron la reacción hacia la regencia cristiana, que supo rodearse de intelectuales, alta nobleza y los altos mandos militares para ir ganando un conflicto donde destacamos la batalla de Luchana o el sitio de Bilbao.
El anterior sitio, sofocado por el líder liberal Baldomero Espartero, va a ser clave para la victoria liberal en el Abrazo de Vergara. A pesar de la resistencia de carlistas como Zumalacárregui o Ramón Cabrera, el general Maroto terminó cesando la lucha, permitiendo la consolidación de un nuevo modelo de Estado liberal donde los vencedores se dividieron en dos tendencias políticas: los moderados y los progresistas.
La Regencia de María Cristina: Entre el Estatuto Real y la Desamortización
Bajo dichos aspectos se dio el reinado isabelino, incluida una regencia de María Cristina (1833-1840) que jugó entre dos aguas, en una postura centrista que buscó ser práctica, debido a la necesidad de apoyos contra los carlistas. Su primer presidente fue Cea Bermúdez, clave en una división provincial de Javier de Burgos que no fue suficiente para una oposición que quería más aperturismo. Desde lo anterior entendemos el nombramiento de Francisco Martínez de la Rosa, que se encargó de promulgar el Estatuto Real (1834), carta otorgada muy conservadora que no reconocía ni la soberanía nacional ni los derechos del individuo.
Poco compromiso reformista que provocó la movilización progresista, que consiguió el nombramiento de un Juan Álvarez Mendizábal que fue más allá, a través de una desamortización eclesiástica (1836) que incrementó el cabreo eclesiástico, ya iniciado con la matanza de jesuitas (1834) o los motines anticlericales de 1835. Avances que, aunque contaron con el retorno moderado (gobierno de Istúriz), permitieron un avance del liberalismo, especialmente tras el Motín de la Granja de San Ildefonso, pronunciamiento militar que supuso la llegada de José María Calatrava al poder.
La Constitución de 1837 y la Ley de Ayuntamientos
Este se encargó de convocar Cortes Constituyentes, acelerando reformas antiseñoriales y la promulgación de una nueva Constitución (1837) que intentó ser conciliadora y práctica, en un momento tenso ya que se desarrollaba la Marcha Real de Carlos sobre Madrid. Acontecimiento que va a fracasar, reforzando una carta magna que reconoció la soberanía nacional, la división de poderes, las Cortes bicamerales y la tolerancia religiosa, en un triunfo liberal tanto en la guerra como en la ley.
Hechos que parecían consolidar la regencia de la reina madre, que sin embargo cometió el error de plantear una nueva Ley de Ayuntamientos (1840). Planteándose reducir la capacidad ejecutiva de los concejos, la regente buscó el apoyo de los “héroes de guerra” que habían vencido al carlismo. Entre ellos se encontraba “el espadón por excelencia”, Baldomero Espartero, que rechazó la nueva ley y asumió el poder total con el apoyo de los ayacuchos, en una regencia de tres años donde se potenció el ideal progresista con medidas como la abolición del diezmo o la desamortización definitiva del clero secular.
La Regencia de Espartero y el Fin de las Regencias
Todo lo anterior le generó la oposición moderada, que no fue la única ya que la tendencia más democrática de los progresistas denunciaron un abuso de poder reflejado en el bombardeo de Barcelona. Esto fue el principio del fin de una regencia finalizada con la intervención de Ramón Narváez, a través de una batalla de Torrejón de Ardoz que dio por concluida una larga etapa de regencias. Aunque Isabel II sólo tenía trece años, fue declarada mayor de edad y se inició el reinado efectivo de la joven monarca.