Cortes de Cádiz y Constitución de 1812: Un Movimiento Revolucionario
El 2 de mayo de 1808 comenzó la Guerra contra los franceses, que finalizó en diciembre de 1813 con la Paz de Valençay. Esta guerra tuvo dos vertientes: una como guerra de liberación y otra como movimiento revolucionario, que es el tema que nos ocupa.
Este movimiento revolucionario fue el primer intento de implantar un estado liberal al estilo de la Revolución Francesa.
Los encargados de este primer intento fueron un grupo de diputados de Cádiz, única ciudad que no había sido tomada por los franceses y símbolo de la revolución.
En 1810, la Junta Central Suprema (organismo que coordinaba las acciones de las Juntas Provinciales y suplía el vacío de poder), con sede en Cádiz (anteriormente Aranjuez y Sevilla), traspasó sus poderes a una regencia colectiva de 5 miembros encargados de convocar las Cortes Constituyentes.
Las Cortes fueron unicamerales, formadas por el Congreso de los Diputados, donde predominaban las clases medias, eclesiásticos, militares, abogados, funcionarios y catedráticos. Sin embargo, dejaban al margen a las masas populares.
Quedaron, pues, dos tendencias perfiladas: liberales y “serviles”.
Por otra parte, se trata de un texto largo y técnicamente perfecto, hasta el punto de que sirvió de modelo para otras constituciones de países extranjeros y españolas.
Tiene un carácter liberal, pero contiene reminiscencias del Antiguo Régimen.
Así, se terminó la revolución legal: el pueblo, que seguía luchando contra los invasores franceses, se había mantenido ajeno al proceso que se había dado en Cádiz.
Por otro lado, la vuelta del “Deseado” supuso la anulación de la labor de Cádiz (Decreto de mayo de 1814).
Será durante el reinado de Isabel II cuando se implante definitivamente el liberalismo.
Fueros y Liberalismo: Las Guerras Carlistas y el Proceso de Abolición Foral
La muerte de Fernando VII dejó un problema dinástico que pasó a ser ideológico y que duró desde 1833 hasta 1876, esto es, durante el reinado de Isabel II y el Sexenio, y que terminó con la derrota militar e ideológica del carlismo.
Fernando VII, para asegurar los derechos de su hija al trono, había promulgado la Pragmática Sanción que derogaba la Ley Sálica vigente en España desde el siglo XVIII. Los partidarios de su hermano, Don Carlos María Isidro, no aceptaban las medidas.
Pero, el carlismo, que empieza siendo un conflicto dinástico, será en realidad un conflicto ideológico: Los carlistas eran partidarios del Antiguo Régimen y defensores de la tradición, por lo tanto, de una monarquía absoluta, de la propiedad tradicional de la tierra, de la religión católica y de los fueros. Los isabelinos, por el contrario, eran partidarios de las reformas, de una monarquía constitucional, de un sistema capitalista liberal y de mayores derechos y libertades.
Se trata, por lo tanto, de dos formas de pensar casi antagónicas.
El conflicto se desarrolló en dos focos: el foco Vasco-Navarro y la zona del Maestrazgo (Valencia, Castellón y alrededores).
Contó con seguidores entre el bajo clero (párrocos), los campesinos y algunos elementos de la nobleza.
Aunque el enfrentamiento es continuo, se habla de tres guerras carlistas:
Primera Guerra Carlista (1833-1840)
La primera (1833-1840) tuvo su principal foco de operaciones en el País Vasco-Navarro. El carlismo fue allí tan popular debido a su ideología. El general al mando de las tropas carlistas era Zumalacárregui, que tomó el mando en 1833.
Fue un conflicto de guerrillas en la que el carlismo tuvo ventaja gracias a su conocimiento del terreno. Por eso, mantuvieron todo el territorio vasco excepto las capitales. La obsesión de los carlistas por conquistar Bilbao llevó a la muerte de su general, por lo que los liberales de Espartero consiguieron romper el sitio a la villa. Con esta derrota, la moral carlista estaba por los suelos, por lo que los generales Maroto y Espartero pudieron firmar la paz que quedó rubricada en el Convenio de Bergara de 1839. El régimen foral sobrevivió en las provincias vascas, encajando en el nuevo sistema constitucional.
Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
La segunda (1846-1849) tuvo lugar en la zona del Maestrazgo, Cataluña y Aragón. El carlismo ganó nuevos apoyos en los sectores afectados por la desamortización.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La tercera (1872-1876) se desarrolló en el País Vasco. La revolución de 1868 y la I República hicieron que el carlismo consiguiera nuevos adeptos, sobre todo en la zona donde se produce esta tercera guerra, en donde los carlistas obtuvieron mayor apoyo al introducir en su ideología la defensa de los fueros, que estaban amenazados por el centralismo de los nuevos sistemas. Con la defensa de la Iglesia y de los fueros por bandera, los carlistas, liderados por Nicolás Ollo, se lanzaron al ataque de la ciudad de Bilbao. La ciudad resistió hasta la llegada de refuerzos, mientras que los carlistas no tuvieron más remedio que retirarse al establecerse la monarquía de Alfonso XII tras el pronunciamiento en Sagunto del general Martínez Campos en 1874. La llegada de Cánovas al gobierno supuso la pérdida de los fueros en 1876, lo cual suponía la pérdida de la exención fiscal y militar, del derecho civil y penal propio y de la hidalguía universal.
Para contrarrestar la inestabilidad política que podía haberse producido, Cánovas dio al País Vasco un régimen excepcional, los Convenios Económicos, por la Ley de Julio de 1876, que fue un intento de conseguir la unidad constitucional aceptando la tradicional autonomía fiscal de las diputaciones.
Según el Real Decreto de Febrero de 1878, las diputaciones mantenían la capacidad de fijar, recaudar y administrar los impuestos, siempre que se pagase una cantidad al Estado prefijada anteriormente y que variaría cada cierto tiempo.
Este régimen de conciertos económicos permitió a las diputaciones una amplia autonomía administrativa que se aprovechó para desarrollar diversas actividades, como carreteras, ferrocarriles…
Con la derrota militar e ideológica del carlismo, se impuso el liberalismo en España, por lo que el Antiguo Régimen quedó enterrado definitivamente, quedando como una fuerza muy secundaria.