El Desastre del 98 y el Regeneracionismo en España: Crisis, Consecuencias y Transformaciones

El Desastre del 98 y el Regeneracionismo en España: Una Crisis de Identidad y Modernización

La derrota y las pérdidas humanas (en torno a 50.000) sumieron a la opinión pública y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración. Significó la destrucción del mito del imperio español, en un momento en que las potencias europeas, tras la Conferencia de Berlín de 1885, estaban construyendo vastos imperios coloniales en Asia y África, dejando a España relegada a un papel secundario en el contexto internacional. Además, la prensa extranjera presentó a España como una nación moribunda, con un ejército totalmente ineficaz, un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes.

Sin embargo, a pesar de la envergadura del “desastre”, las repercusiones políticas y económicas inmediatas fueron menores de lo esperado:

  • Políticamente no hubo quiebra del Estado y el sistema de la Restauración sobrevivió.
  • Económicamente supuso un revés para algunas exportaciones españolas, pero favoreció a la Hacienda (que reformó los impuestos para financiar la guerra) y a la inversión, debido a la repatriación de capitales.

Lo que sí provocó el desastre del 98 fue una crisis moral e ideológica. Puso en evidencia las limitaciones del régimen de la Restauración para solucionar los problemas de España, propició la aparición del regeneracionismo, favoreció un gran empuje y protagonismo de los nacionalismos periféricos y un importante cambio de mentalidad de los militares que, tras la derrota, se inclinaron hacia posturas más autoritarias frente a la ola de antimilitarismo que siguió al “desastre”. El ejército volvió a injerir en la vida política, convencido de que la derrota había sido culpa de la ineficacia y corrupción de los políticos y del parlamentarismo.

El Regeneracionismo: Una Respuesta a la Crisis

En este contexto surge en España el Regeneracionismo, una corriente de pensamiento originada a raíz de la crisis del 98, como respuesta alternativa al sistema político de la Restauración. Desde un punto de vista social, el regeneracionismo representaba la opinión de amplios sectores de las clases medias y de la pequeña y mediana burguesía, que no se identificaban con un régimen al servicio de una reducida oligarquía.

No se trataba de una corriente unitaria, sino más bien de un planteamiento ético ante la sociedad y la política, que se puede dividir en tres grandes corrientes:

  • Un regeneracionismo literario vinculado a escritores de la Generación del 98 (Unamuno, Ortega y Gasset, etc.)
  • Un regeneracionismo intelectual, relacionado con la Institución Libre de Enseñanza. Esta Institución, influenciada por el Krausismo, se creó en 1876 con el objetivo de renovar la metodología pedagógica con base exclusiva en la razón y la ciencia frente a la fe y la religión defendida por la iglesia y el gobierno. Uno de sus principales seguidores fue Joaquín Costa, quien en su obra Oligarquía y caciquismo realizó un diagnóstico de los males de España: políticos, económicos, desigualdad social y analfabetismo. Para combatirlos proponía soluciones como modernizar la economía y la agricultura mediante el reparto de tierras; alfabetizar la sociedad; acabar con el caciquismo y la oligarquía para preparar a España para el parlamentarismo, la democracia y el progreso.
  • Un regeneracionismo político, conservador o “desde dentro”, adoptado por una serie de políticos como Silvela y Maura. Ambos deploraban el caciquismo y sus consecuencias y creían en “una revolución desde arriba”. Concebían la regeneración como “la dignificación de la política”, no como la modernización de la sociedad. Estas propuestas intentaron ser aplicadas en los primeros gobiernos reformistas del siglo XX a través de las presidencias de Maura y Canalejas.

La Guerra de Cuba y la Intervención Estadounidense

El gobierno, presidido por Cánovas, inició una política de mediación enviando a Martínez Campos. Esta vez fracasó, pues la insurrección era más consciente, extendida y organizada. Fue relevado por Valeriano Weyler con 200.000 soldados, iniciándose una política de represión (campos de concentración) que se tradujo en una guerra feroz entre 1896 y 1897, caracterizada por la superioridad militar española y el dominio del terreno por parte de los guerrilleros cubanos, que recibían armamento y suministros estadounidenses. Pero la combatividad de los “Mambises” y la acción combinada del calor, las tormentas y las enfermedades tropicales, se cebaron con los soldados de la península.

Tras el asesinato de Cánovas (8 de agosto de 1897), Sagasta forma nuevo gobierno e intenta una política de conciliación, concediendo a Cuba la ansiada autonomía, el sufragio universal, la igualdad entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria, enviando a Blanco en sustitución de Weyler para ponerlo en práctica.

Pero estas reformas llegaron tarde. Los independentistas, con el apoyo de EEUU, ya no se conformaban con la autonomía y aspiraban a la independencia. El nuevo presidente estadounidense, McKinley, con ayuda de la opinión pública (influida por los ideólogos del imperialismo norteamericano), decide declarar la guerra a España. El pretexto fue el hundimiento del acorazado “Maine”, atracado en el puerto de La Habana, enviado allí para “proteger los intereses norteamericanos en la isla”. Pese a la propuesta española de una comisión de investigación internacional, EEUU, tras una rápida y particular investigación, atribuyó toda la responsabilidad a España, a quien correspondía garantizar la seguridad del puerto.

El gobierno norteamericano propuso primero la compra de la isla por 300 millones de dólares y, ante la previsible negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si en tres días España no renunciaba a la isla.

Dada la desigualdad de fuerzas, la guerra tuvo un desenlace rápido. La derrota naval de Santiago de Cuba y algunas batallas terrestres fuerzan a España a pedir la Paz.

El Tratado de París y la Pérdida de las Colonias

Tras la derrota española frente a los EEUU, en diciembre de 1898 se firma el Tratado de Paz de París, según el cual España renunciaba a Cuba, Puerto Rico y Filipinas a cambio de veinte millones de dólares. Finalmente, y ante la dificultad de sostener los últimos restos de su imperio colonial en el Pacífico, España vendió a Alemania los archipiélagos de las Marianas, las Carolinas y las Palaos (por quince millones de dólares) y a EEUU algunas islas del archipiélago de Joló.

Los restos del antiguo imperio colonial español quedaron a partir de ese momento bajo la influencia y dominio americano.

Demografía y Migraciones en la España de Finales del Siglo XIX

Sin embargo, este crecimiento fue uno de los más bajos del continente (en este tiempo Gran Bretaña triplicó su población), debido al mantenimiento de un régimen demográfico antiguo caracterizado por elevados niveles de natalidad y mortalidad, baja esperanza de vida (en torno a los 34,8 años, mientras que en Francia, Gran Bretaña o Suecia superaba los 45), y elevada mortalidad infantil (29 por mil en 1900).

La elevada mortalidad fue debida a las malas condiciones sanitarias y al impacto de las enfermedades epidémicas (fiebre amarilla y cólera) y las endémicas (tuberculosis, viruela, tifus, sarampión), relacionadas con la pobreza de la mayoría de la población, unido a las crisis de subsistencia.

Las migraciones internas fueron escasas hasta 1860, pero a partir de esta fecha se inició un lento éxodo rural que provocó el aumento de la población urbana, especialmente en las capitales de provincia. El crecimiento más importante se produjo en Madrid, centro político, y en Barcelona, principal centro industrial, que al finalizar el siglo contaban con poco más de 500.000 personas. El aumento obligó a demoler sus murallas medievales y acometer los planes de reforma urbana (ensanches). A pesar de la creciente urbanización, la mayoría de la población española continuaba siendo rural.

La emigración exterior como válvula de escape de la superpoblación del campo fue considerable en la segunda mitad del siglo. La más importante fue la emigración hacia América, que entre 1882 y 1899 ascendió a un millón de personas debido a dos factores: una legislación que eliminó las trabas legales a la emigración y la crisis agraria de fines de siglo. Los focos de emigración fueron Galicia, Asturias, Cantabria, Canarias y Cataluña. Los destinos fueron Argentina, México, Cuba y Brasil.

Proteccionismo vs. Librecambismo: El Debate Económico

Frente a la primacía industrial de Gran Bretaña en el siglo XIX, todas las naciones europeas trataron de proteger sus nacientes industrias de la competencia inglesa. El medio más extendido era imponer aranceles a la importación de productos extranjeros (política económica proteccionista).

En España, los defensores de este impuesto eran los fabricantes de algodón catalanes; los productores cerealistas castellanos; y desde finales del siglo, los industriales siderúrgicos vascos.

Frente a los defensores del proteccionismo, se encontraban los defensores del librecambismo. Estos defendían que las fuerzas del mercado (ley de la oferta/demanda) debían actuar libremente. Esta posición fue defendida por los comerciantes y las compañías ferroviarias, que esperaban de la rebaja de los aranceles un aumento del comercio y los transportes. La política arancelaria española pasó por diversas etapas:

  • Un acusado proteccionismo inicial (arancel de 1826)
  • Una reducción paulatina del proteccionismo desde mediados de siglo (se reducen el número de artículos a gravar).
  • Una política relativamente librecambista con el Arancel Figuerola de 1869: no se prohibía la importación de ningún producto.
  • Un retorno al proteccionismo durante la Restauración, que culminó en el Arancel de 1891, con el que se inició un largo periodo de fuerte proteccionismo hasta 1959.

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