La intolerancia religiosa, especialmente en épocas de crisis, fue frecuente durante la Edad Media. Algunos judíos, que trabajaban como prestamistas y banqueros, estaban protegidos por el rey, pero esto no los libró del rechazo general ni de falsas acusaciones. Además, los judíos eran objeto de gran impopularidad, pues estaban relacionados con la usura y la recaudación de impuestos. Los Reyes Católicos emprendieron reformas para lograr la unidad religiosa cristiana, promulgando el Decreto de la Alhambra el 31 de marzo de 1492, que obligaba a los judíos a elegir entre la conversión o la expulsión. Este decreto afectó a unas 100.000 personas, que se exiliaron a Portugal, Marruecos y diversas ciudades europeas; mientras que otros 50.000 judíos optaron por convertirse al cristianismo (cristianos nuevos o «marranos»). Sin embargo, se desconfiaba de la sinceridad de su conversión, y fueron vigilados y perseguidos por la Inquisición. La expulsión tuvo un impacto negativo en la economía, especialmente en la artesanía y el comercio.
Expulsión de los Moriscos
Tras la rebelión de las Alpujarras en 1568, se produjo un bautismo forzoso y masivo de los moriscos. A pesar de estos decretos de conversión, los moriscos continuaron practicando su religión y manteniendo sus costumbres. Además, existía temor de una posible colaboración entre la población morisca y el Imperio Otomano en contra de España. Durante el reinado de Felipe III, entre 1609 y 1612, fueron expulsados alrededor de 300.000 moriscos, lo que provocó un trastorno significativo en la economía de Valencia y el valle del Ebro debido a la pérdida de mano de obra barata y cualificada.
Los Reyes Católicos: Unión Dinástica e Integración de los Reinos Peninsulares
Isabel y Fernando, ambos de la dinastía Trastámara, se casaron en 1469. A la muerte de Enrique IV de Castilla (1474), su hermanastra Isabel se autoproclamó reina. Sin embargo, una parte de los castellanos no la reconoció como tal y defendió los derechos sucesorios de la hija del rey difunto, Juana la Beltraneja. Como consecuencia, estalló la Guerra de Sucesión Castellana, de la que Isabel salió victoriosa tras las batallas de Toro y la Albuera. Con la firma del Tratado de Alcaçovas, Isabel fue reconocida como reina. Cuando Juan II de Aragón murió en 1479, Fernando se convirtió en el nuevo rey aragonés. Al acceder ambos al trono, se creó una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. El reinado de los Reyes Católicos, a caballo entre los siglos XV y XVI, marcó el fin de la Edad Media y la crisis del Estado feudal, sentando las bases del Estado Moderno, basado en:
- Fortalecimiento del poder real (monarquía autoritaria) a costa de la nobleza y a parte del clero, gracias a la creación de un ejército permanente, una diplomacia moderna y una burocracia estatal compleja.
- Unión dinástica de Castilla y Aragón. Ambos monarcas unieron sus fuerzas, aunque cada reino mantuvo sus propias leyes, instituciones, moneda y lengua.
- Expansión territorial con una doble dimensión:
- Control de toda la Península Ibérica. En 1492 se conquistó Granada, y en 1512 se anexionó el reino de Navarra. Portugal quedó al margen, aunque hubo intentos de integrarla mediante una política matrimonial.
- Expansión atlántica (incorporación de Canarias y descubrimiento de América) y expansión por el Mediterráneo (hacia el sur de Italia y el norte de África).
Política Exterior de la Monarquía Hispánica de Felipe II
Felipe II heredó un inmenso imperio de su padre, Carlos I. Se convirtió en el primer imperio global, abarcando posesiones en todos los continentes. En el primer año de su reinado, Felipe II se enfrentó a Francia, donde los tercios españoles vencieron en San Quintín (1557). Durante las guerras de religión en Francia, Felipe II apoyó a los católicos frente a los hugonotes. La guerra en los Países Bajos surgió por el descontento ante los altos impuestos, el surgimiento de un sentimiento nacionalista y el conflicto religioso por la extensión del calvinismo. La rebelión en Flandes fue apoyada por Francia e Inglaterra. En 1579, el sur católico aceptó la autoridad de Felipe II, pero el norte calvinista continuó luchando por su independencia. La rebelión nunca fue completamente controlada, y Felipe II designó a su hija Isabel Clara Eugenia como gobernadora. Sin embargo, al no tener descendencia, los Países Bajos volvieron a la Corona española en el siglo XVII, reabriendo el conflicto.
Ante la expansión del Imperio Otomano por el Mediterráneo, se formó la Santa Liga, una alianza con Génova, el Papado Venecia. El enfrentamiento tuvo lugar en el golfo de Lepanto (1571). La victoria de a Santa Liga alejó el problema turco del Mediterráneo occidental durante años. Con Inglaterra al principio había amistad, ya que Felipe II se casó con la reina María Tudor. Sin embargo, al subir al trono Isabel I, de religión anglicana y proteger a los corsarios que atacaban los barcos españoles, comenzaron los enfrentamientos. Felipe II preparó una gran flota para atacarla: la Armada Invencible. La expedición fue un desastre y regresó diezmada y vencida en 1588. Por último, en 1581, Felipe II anexionó Portugal (y sus posesiones de ultramar) tras la muerte sin descendencia del rey portugués, ya que era hijo de Isabel de Portugal.