Decretos de Nueva Planta: Centralización y Transformación en España (1707-1716)
Los Decretos de Nueva Planta fueron un conjunto de normas promulgadas por Felipe V entre los años 1707 y 1716, con el propósito de suprimir los fueros, instituciones y sistemas legales propios de aquellos territorios que habían respaldado a la Casa de Austria durante la Guerra de Sucesión Española. Estas medidas no solo significaron la eliminación de las leyes y costumbres tradicionales en regiones como Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca, sino que también establecieron el derecho castellano como la legislación dominante en dichos territorios, reduciendo así su autonomía política y jurídica en favor del gobierno central ubicado en Madrid.
Estos decretos pueden interpretarse como una reacción de Felipe V ante la resistencia que encontró a su reinado, especialmente tras haber estado en peligro de ser derrocado. A través de estas disposiciones, el monarca pretendía consolidar su autoridad, eliminando cualquier estructura regional que pudiera representar una amenaza a su poder.
El primer decreto se promulgó en 1707, después de la victoria borbónica en la Batalla de Almansa, afectando al Reino de Valencia y al de Aragón. Posteriormente, en 1715, se extendió a Mallorca, y finalmente, en 1716, tras la caída de Barcelona, se aplicó a Cataluña.
La instauración de los Decretos de Nueva Planta supuso una transformación radical en la organización territorial y administrativa de los antiguos dominios de la Corona de Aragón. No solo se disolvieron sus estructuras políticas y legales previas, sino que se implantó un nuevo modelo de gobierno alineado con la política centralizadora de Felipe V.
Consecuencias de los Decretos de Nueva Planta
La aplicación de los Decretos de Nueva Planta tuvo efectos profundos y duraderos en los ámbitos político, social y cultural de España. Estas repercusiones se hicieron evidentes tanto a corto como a largo plazo, modificando la estructura del Estado y su sistema de administración.
Concentración del Poder
Uno de los cambios más inmediatos fue la consolidación del poder en manos del monarca. La eliminación de los fueros y de las cortes regionales permitió que todas las decisiones políticas y administrativas trascendentales fueran tomadas desde Madrid. Esto no solo reforzó la figura del rey, sino que también facilitó la implantación de políticas homogéneas en todo el país.
La adopción del derecho castellano como sistema legal en los territorios de la Corona de Aragón permitió una mayor uniformidad en la administración de justicia y en la gestión fiscal y económica. No obstante, esto se hizo a costa de la diversidad jurídica que había caracterizado a España durante siglos.
Los decretos también impactaron de manera significativa en la identidad de las regiones afectadas. La imposición del castellano como idioma oficial en la administración y en la educación restringió el uso de las lenguas locales, lo que llevó a una progresiva pérdida de las tradiciones culturales y lingüísticas propias de cada territorio.
Desde el punto de vista económico, la centralización modificó la estructura fiscal y productiva de estas regiones. Su integración más estrecha en la economía nacional y la unificación de sus sistemas tributarios con los de Castilla tenían como objetivo mejorar la recaudación y la eficiencia administrativa.
A largo plazo, los Decretos de Nueva Planta sentaron las bases para la conformación del Estado-nación moderno en España. Sin embargo, este proceso fue gradual y no estuvo exento de conflictos. La resistencia a la pérdida de autonomía local continuó a lo largo del tiempo, manifestándose en diversos grados y desembocando en movimientos regionalistas y nacionalistas en diferentes partes del país.
La Guerra de Sucesión Española (1701-1713/1714)
Tras la muerte de Carlos II sin descendencia, designó como su sucesor a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y bisnieto de Felipe IV. Con su llegada al trono como Felipe V, la dinastía de los Habsburgo en España llegó a su fin y comenzó el reinado de los Borbones. Sin embargo, su ascenso no fue aceptado por todos, y tanto dentro como fuera de España surgió un bando que apoyaba al Archiduque Carlos de Habsburgo como pretendiente al trono, lo que dio inicio a un conflicto de gran escala.
Esta guerra tuvo dos dimensiones principales:
- En el ámbito europeo, la coronación de Felipe V generó temor por la posible unión de España y Francia bajo un mismo monarca, lo que fortalecería la hegemonía francesa. Este peligro llevó a Inglaterra y a los Países Bajos a respaldar al candidato austriaco, quien contaba con el apoyo de la Casa de Habsburgo de Viena. De este modo, las potencias europeas se involucraron en la disputa por la sucesión española.
- A nivel interno, el conflicto reflejaba dos modelos políticos en pugna: Felipe V defendía un sistema centralista inspirado en el modelo francés y contaba con el respaldo de la Corona de Castilla, mientras que el Archiduque Carlos representaba el sistema foralista, apoyado por la Corona de Aragón, especialmente en Cataluña.
Finalmente, Felipe V salió victorioso. Además de triunfar en batallas decisivas como las de Almansa, Brihuega y Villaviciosa, un evento internacional influyó en el desenlace del conflicto: en 1711, el Archiduque Carlos heredó el Imperio Alemán, lo que redujo su interés en gobernar España. Ante la posibilidad de que Austria y España quedaran bajo el mismo monarca, Inglaterra y los Países Bajos reconsideraron su apoyo al bando austracista.
El Tratado de Utrecht (1713) y Rastatt (1714)
La guerra concluyó con la firma del Tratado de Utrecht en 1713 y del Tratado de Rastatt en 1714. Los acuerdos establecieron las siguientes condiciones:
- Felipe V fue reconocido como rey de España por las potencias europeas, pero tuvo que renunciar a cualquier derecho de sucesión sobre la corona francesa. Austria oficializó este reconocimiento con el Tratado de Rastatt.
- Austria recibió los Países Bajos y varios territorios italianos, entre ellos Nápoles y Cerdeña, mientras que el Reino de Saboya se anexionó la isla de Sicilia.
- Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca, así como el navío de permiso, que le concedía un acceso limitado al comercio con las colonias españolas en América, y el asiento de negros, un derecho exclusivo para comerciar esclavos en las Indias.
El Tratado de Utrecht marcó el inicio del dominio británico en el escenario internacional, consolidando su influencia en el comercio y en la geopolítica europea.
La Política Exterior de los Borbones en España
Las grandes líneas de la política exterior española arrancan de la difícil situación creada tras el Tratado de Utrecht. La política exterior se planteó los siguientes objetivos: recuperar Gibraltar y Menorca, territorios españoles en manos británicas, y conseguir establecer a los príncipes de la familia Borbón en los territorios italianos perdidos. Para ello, la política exterior española se basó en la alianza con Francia, concretada en varios Pactos de Familia, y el enfrentamiento con Inglaterra en el Atlántico ante la amenaza británica a las posesiones españolas en las Indias.
La política exterior de Felipe V (1700-1756) se dirigió a la recuperación de los territorios italianos. Ante el fracaso de los primeros intentos en solitario se optó por la alianza con Francia. Esta alianza se concretó en el Primer Pacto de Familia (1734) y el Segundo Pacto (1743). Fruto de estos pactos fue la participación apoyando los intereses franceses en la Guerra de Polonia (1733-1738) y en la Guerra de sucesión de Austria (1743-1748). Como resultado de esta intervención, Felipe Consiguió que el infante Carlos, el futuro Carlos III de España fuera coronado Rey de Nápoles y Sicilia y que el infante Felipe fuera nombrado Duque de Parma.
Con Fernando VI (1746-1759), el gobierno español adoptó una política exterior de neutralidad, equidistante entre Londres y París.
Carlos III (1759-1788) volvió a la alianza con Francia y firmó el Tercer Pacto de Familia (1761) y a la participación de España en la Guerra de los Siete Años (1761). La victoria británica, junto a su aliada Portugal, llevó a firma del Tratado de París (1763) por el que cedimos Florida a Inglaterra y Sacramento a Portugal. Para compensar esas pérdidas Francia nos cedió Luisiana. De nuevo en América, España junto a Francia apoyó a los rebeldes norteamericanos contra Inglaterra. La derrota británica llevó a la firma del Tratado de Versalles (1783) lo que permitió la recuperación de Menorca, Florida y Sacramento.
La política exterior de Carlos IV (1788-1808) estuvo completamente marcada por la Revolución Francesa y nos llevará a la trágica guerra de la Independencia contra Napoleón en los inicios del siguiente siglo.