Los imperios plurinacionales
El conjunto de las grandes potencias europeas del último tercio del siglo XIX se completaba con tres viejos imperios, que tenían en común su extensión territorial y su diversidad: el Imperio austrohúngaro, el Imperio ruso y el Imperio turco otomano. El rasgo fundamental del Imperio austrohúngaro de los Habsburgo era su gran diversidad étnica, cultural y religiosa. El Imperio tenía dos grandes centros: Austria, de cultura Alemana, y Hungría, de cultura magiar. Estuvo gobernado por Francisco José I. En la primera parte de su reinado, el emperador trató de aplicar una política de centralismo y absolutismo germánicos. Por ello se acordó un compromiso que dividió el Imperio en dos reinos: Austria y Hungría. La firma de este compromiso solventó el problema húngaro, pero no el de las restantes nacionalidades. Los problemas fueron constantes con el nacionalismo polaco, checo, esloveno, croata y serbio.
El Imperio de los zares se parecía bastante a una monarquía absoluta. La extensión territorial del Imperio ruso había aumentado tras el Congreso de Viena de 1815, a pesar de lo cual mantuvo constantes aspiraciones expansionistas en tres direcciones:
- Hacia Extremo Oriente, en la zona de Manchuria, y la isla de Sajalín, que se anexionó en 1875 y fue repartida tras la guerra con Japón en 1905.
- Hacia el sur, con la incorporación de Turquestán y los intentos de ocupar la zona fronteriza con Irán y los territorios al norte del Caspio.
- Al oeste se hizo con Besarabia, Finlandia y parte de Polonia.
La política interna de los zares fue la de mantener el régimen autocrático con pequeñas reformas. El reinado del zar Alejandro II estuvo condicionado por los efectos de la guerra de Crimea, de la que Rusia salió derrotada, lo que obligó a emprender reformas sociales. La primera fue la abolición de la servidumbre, mediante varios decretos que liberaron a 22,5 millones de siervos. Sin embargo, la aplicación de esta reforma no mejoró la situación del campesinado ruso. En esta época también se inició una tímida industrialización, que afectó a la minería y se comenzó a construir la red de ferrocarril, cuyo mejor ejemplo fue la construcción del Transiberiano, comenzada en 1891. Nicolás II continuó la labor represiva y la política de rusificación, lo que intensificó el descontento. Asimismo, apoyó la expansión imperialista hacia la zona oriental, que le llevó a la guerra con Japón de la que salió derrotado. Esta derrota desacreditó al zar y el malestar social condujo a la revolución de 1905.
Estados Unidos, una potencia emergente
En las primeras décadas del siglo XIX se fue afianzando un sentimiento nacionalista apoyado en la doctrina Monroe, según la cual ningún Estado europeo tenía el derecho a extender su dominio sobre América, y que en la práctica, sirvió para justificar la política exterior imperialista de Estados Unidos. Paralelamente, el elevado crecimiento de la población y la constante aportación de la inmigración europea desde 1820 impulsaron la expansión territorial y la colonización del Oeste.
El problema de la esclavitud desempeñó un papel fundamental en el conflicto regional Norte-Sur. El norte tenía una economía industrial y una sociedad heterogénea y sin esclavos, mientras el Sur tenía una economía agraria basada en grandes plantaciones de algodón trabajadas por esclavos y una sociedad relativamente homogénea dominada por los blancos. La elección como presidente de Estados Unidos de Abraham Lincoln, conocido antiesclavista, desencadenó la crisis. Entre diciembre de 1860 y febrero de 1861 los Estados del Sur constituyeron una Confederación de Estados de América. En abril comenzó la guerra civil o de Secesión. La superioridad demográfica y económica del Norte inclinó la balanza a su favor. Su victoria significó la consolidación de Estados Unidos como nación. En 1865 se aprobó una enmienda a la Constitución por la que se abolía la esclavitud.
Las relaciones internacionales
Desde la guerra franco-prusiana de 1870 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, se desarrolló un pulso entre las grandes potencias por la hegemonía, en Europa y en aquellas áreas donde se disputaba el reparto de los dominios coloniales o de las zonas de influencia.
La llamada era bismarckiana fue la etapa en la que el canciller Bismarck impulsó los intereses de Alemania al resto de los países europeos. Los objetivos de su política fueron tres:
- Mantener a Francia en un aislamiento diplomático y hacerle pagar una cuantiosa indemnización de guerra de 5000 millones de francos, tras su derrota en la batalla de Sedán. Era la forma de debilitar a Francia y evitar que pudiera tomarse la revancha.
- Mediar entre Rusia y Austria-Hungría, que se enfrentaban por el control de los Balcanes.
- Desarrollar una política de rearme bélico como elemento disuasorio de posibles enemigos, lo que desencadenó una carrera armamentística con otros países (Francia, Reino Unido, Italia, EEUU).
Sin embargo, el sistema de alianzas ideado por el canciller alemán comenzó a desmoronarse definitivamente. Entre 1891 y 1893, Francia firmó con Rusia dos tratados, uno político y otro militar. El fin del aislamiento francés y el acercamiento de Rusia significaron el final de la era bismarckiana.