El Reinado de Fernando VII: Absolutismo, Liberalismo y Conflictos (1814-1833)
El reinado de Fernando VII se caracteriza por el arraigo de las instituciones del Antiguo Régimen en España.
En diciembre de 1813, con el Tratado de Valençay, Napoleón permitió a Fernando VII regresar a España. Las Cortes intentaron que el rey jurara la Constitución en Madrid, pero Fernando VII se desvió a Zaragoza y luego a Valencia (16 de abril).
Sexenio Absolutista (1814-1820)
El 12 de abril de 1814, diputados absolutistas firmaron el Manifiesto de los Persas. Este documento criticaba a las Cortes de Cádiz y pedía a Fernando VII un golpe de Estado contra la Constitución para restablecer las instituciones del Antiguo Régimen.
Fernando VII, viendo la debilidad liberal, promulgó el 4 de mayo de 1814 en Valencia un Real Decreto anulando la Constitución. El rey regresó a Madrid aclamado como «El Deseado«.
El rey derogó la Constitución de 1812 y los Decretos de las Cortes de Cádiz, disolviéndolas. Se restableció el Antiguo Régimen: exenciones fiscales, derechos señoriales, gremios, Inquisición y privilegios de la Mesta.
Se inició una dura represión contra liberales y afrancesados. Aproximadamente 15.000 españoles se exiliaron al Reino Unido y Francia, constituyendo el primer gran exilio de la España contemporánea.
La pérdida de las colonias causó una fuerte contracción económica. La situación económico-financiera fue un grave problema, y las medidas tomadas fueron ineficaces.
Muchos militares (Porlier, Espoz y Mina, etc.) que lucharon contra los franceses se opusieron a la restauración y protagonizaron pronunciamientos militares, sin éxito.
Trienio Liberal (1820-1823)
(Levantamiento del general Riego)
Ante la situación insostenible, triunfó el pronunciamiento de Rafael del Riego (1 de enero de 1820) en Cabezas de San Juan (Sevilla). Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución de Cádiz de 1812.
Nacieron las Juntas Liberales. La tensión entre el rey y los gobernantes fue intensa. Fernando VII intentó bloquear las reformas y mantuvo contactos secretos con la Santa Alianza.
Los liberales se dividieron en:
- Moderados: Reformistas, partidarios del sufragio censitario y una Cámara Alta.
- Exaltados: Seguidores de Riego, defensores del sufragio universal y una sola Cámara.
La oposición absolutista se manifestó con partidas armadas de voluntarios realistas apoyadas por el rey (bases del futuro carlismo). El pronunciamiento de Riego aceleró la independencia de las colonias.
El Trienio Constitucional finalizó con la intervención de las tropas francesas de los Cien Mil Hijos de San Luis (acuerdo del Congreso de Verona, 1823), que restablecieron a Fernando VII.
Década Ominosa (1823-1833)
La vuelta al absolutismo supuso la anulación de lo realizado por los liberales.
Se produjo una durísima represión: unos 130 militares liberales fueron ejecutados y cerca de 60.000 civiles perdieron empleos, propiedades o fueron encarcelados. Muchos se exiliaron, primero a Inglaterra y luego a Francia. Los casos de Torrijos y Mariana Pineda se convirtieron en símbolos del heroísmo liberal.
Se restableció parcialmente el Antiguo Régimen. La Hacienda fue el principal problema, con gastos derivados de la guerra, la pérdida de colonias y los privilegios fiscales, que redujeron notablemente los ingresos.
Fernando VII encargó la gestión a burócratas experimentados, como Cea Bermúdez, que intentaron modernizar el sistema, pero el absolutismo no pudo resolver el problema de la deuda.
La Revuelta de los Agraviados o Malcontents (Cataluña, 1827), partidarios del absolutismo más radical, provocó que los absolutistas más intransigentes se agruparan en torno a Carlos María Isidro.
Al morir Fernando VII (1833) surgió el problema sucesorio. Aunque la Ley Sálica fue abolida y se confirmaron los derechos de su hija Isabel, Carlos María Isidro se proclamó sucesor, dando inicio a la Iª Guerra Carlista.