Evolución Social y Movimiento Obrero en la España del Siglo XIX: Demografía y Clases

Transformaciones Sociales, Crecimiento Demográfico y el Movimiento Obrero en la España del Siglo XIX

Crecimiento Demográfico y Transición Social

El panorama general de la población española a finales del siglo XIX mostraba un predominio del mundo rural frente a unas pocas ciudades en crecimiento. Según los censos, la población española pasó de 10.5 millones de habitantes en 1797 a casi 19 millones en 1900. La relación entre crecimiento demográfico y modernización económica resulta evidente. Las mejoras económicas y sociales permitieron la paulatina erradicación de las causas extraordinarias de mortalidad. En la medida en que mejoraron la alimentación, la vivienda y las condiciones higiénicas y sanitarias, aumentó la esperanza de vida y mejoró su calidad. Inicialmente, la esperanza de vida no llegaba a los 35 años. Esta situación se debía a:

  • Las crisis de subsistencias, debidas a las malas condiciones climáticas y al atraso técnico de la agricultura, que repercutía en bajos rendimientos, y a un sistema de transportes y comunicaciones deficiente.
  • Las epidemias periódicas que afectaron a España, como la fiebre amarilla y el cólera.
  • Las enfermedades endémicas permanentes como la tuberculosis, la viruela, el sarampión, la escarlatina o la difteria.

La población española continuó las dos tendencias de siglos anteriores: por una parte, el desplazamiento desde el norte hacia el sur y, por otra, el abandono de la Meseta Central (salvo Madrid) hacia la periferia.

La explicación se encuentra en las ventajas económicas que ofrecían las regiones costeras: tierras más fértiles; el transporte por mar era más barato, seguro y rápido que por el interior. En consecuencia, la población levantina y meridional se duplicó; en cambio, la del interior descendió en más del 50%. Estos movimientos, junto a las transformaciones políticas en el siglo XIX, tuvieron una gran repercusión social, pues supusieron el cambio del Antiguo al Nuevo Régimen, con la sustitución de la antigua sociedad estamental a la sociedad de clases, más dinámica y basada en la riqueza, por la que se consigue la igualdad de derechos y deberes entre todos los ciudadanos.

De la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases

En la nueva estructura social, la media y la baja nobleza desaparecerán como grupo privilegiado, agrupándose con la burguesía media y los profesionales liberales, formando una minoritaria clase media. La alta nobleza y burguesía, acaparadoras de la riqueza y el poder, aprovechando las desamortizaciones y las leyes de ferrocarriles, formarán la clase dirigente, la clase alta. Mientras, los elementos más pobres del antiguo estado llano, es decir, el campesinado y el proletariado urbano, se vieron perjudicados por los cambios económicos y sociales que comportaba el Nuevo Régimen (ellos fueron las víctimas indirectas de las desamortizaciones, haciendo que sus condiciones de vida empeoraran). En Europa, la mano de obra sobrante en el campo fue absorbida por las industrias urbanas. Sin embargo, en España,

durante el siglo XIX se inició una industrialización lenta, escasa y tardía, por lo que el éxodo rural se aplazó hasta finales del siglo. A pesar de lo deficiente de la industrialización española, el nuevo marco industrial trajo consigo la aparición de las primeras reivindicaciones laborales por parte de los obreros fabriles. Al principio, no perseguirán fines políticos sino mejorar las condiciones de trabajo (aumentar los salarios, reducción de la inseguridad laboral, etc.). Solamente a partir de los años 70 a estos planteamientos se unirán otros políticos. Las primeras acciones del movimiento obrero aparecen al principio del reinado de Isabel II. En la década de los 30 se dieron las primeras revueltas espontáneas de carácter ludista (antimaquinismo), como ocurrió en Barcelona en 1835, pero fue sofocada rápidamente. Surgen también en esta época las llamadas «mutualidades» o «sociedades de socorro mutuo», con el fin de ayudar económicamente en caso de enfermedad, accidente, etc. Sin embargo, estas sociedades no tuvieron especial repercusión. Así, a pesar de la prohibición de asociación, entre 1842 y 1855 se creó una organización que dirigió la primera huelga general en España, durante el bienio Progresista en Barcelona, marcando el inicio del sindicalismo de clase y consolidando la huelga como instrumento eficaz en defensa de las reivindicaciones obreras. Más tarde, durante el Sexenio Revolucionario, se produce un gran impulso de estas organizaciones, por la que penetraron en

Génesis y Desarrollo del Movimiento Obrero en España

España la ideología del anarquismo y el marxismo. La primera llegó de la mano de Fanelli cuando creó la Federación Española de la AIT y estableció los primeros núcleos de afiliados. Por ello el anarquismo se impuso en estos primeros momentos (1868) entre el movimiento obrero español, haciéndose fuerte en Cataluña, Valencia, Andalucía y Aragón. A partir de 1871, se difundieron las ideas marxistas a través del yerno de Marx, Paul Lafargue, quien formó grupos de ideología marxista en Madrid, Bilbao, Cantabria y Asturias. A pesar de tener en común la defensa de los trabajadores, el enfrentamiento entre ellos era frecuente. Mientras que los marxistas expulsaron a los anarquistas de la AIT, en España la separación definitiva de ambas tendencias tendrá lugar en el Congreso Obrero celebrado en Zaragoza en 1872 donde los marxistas crearon su propio grupo independiente que será el germen del Partido Socialista Obrero Español, fundado por Pablo Iglesias. Por la rápida difusión de estas ideologías en el territorio nacional y temiendo que ocurriera algo parecido a la Comuna de París, en 1874 el general Serrano prohibió el asociacionismo obrero, y la Iglesia, viendo la repercusión y seguimiento que estos movimientos, que difundían el ateísmo y el anticlericalismo, el Papa León XIII escribió varias encíclicas al amparo de la doctrina social de la Iglesia para proteger a los obreros e iniciar un movimiento católico para la defensa del proletariado.

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