Unidad antifranquista en el exilio: El Pacto de Baiona (1945)

El Pacto de Baiona (1945): Uniendo Fuerzas Antifranquistas en el Exilio

El texto se sitúa históricamente en los primeros años del franquismo, una época en la que el gobierno practicaba una política basada en la represión de todo tipo de libertades. En especial, para el País Vasco significó la negación de su cultura y su lengua, mientras que en Europa estaba a punto de finalizar la II Guerra Mundial. En este contexto, la oposición al franquismo se encontraba en la cárcel o reunida en el exilio con el objetivo de revitalizarse. Tanto el nacionalismo vasco como las organizaciones republicanas confiaban en que tras la II Guerra Mundial los aliados acabasen con el régimen franquista, pero sus esperanzas no dieron fruto porque Franco se declaró anticomunista, ganándose así a los países del bloque occidental.

La caída del “Cinturón de Hierro” de Bilbao el 19 de junio de 1937 supuso, en la práctica, el fin de la guerra en Euskadi, aunque prosiguió hasta la firma del Pacto de Santoña (24 de agosto de 1937).

En 1939, la República perdió la guerra y sus líderes tomaron el camino del exilio. Acabó, además, dividida y enfrentada entre sus varias facciones. Estas disputas y enfrentamientos siguieron en el exilio. El PSOE estaba dividido en cuatro tendencias. Es cierto que las dos más importantes eran las encabezadas por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, apoyado por el PCE, y por Indalecio Prieto. La influencia de ambas corrientes, en parte, se debía al control de fondos que proporcionaban a uno y otro la necesaria autonomía financiera. Esta situación afectó al ámbito vasco y alcanzó al PSOE, a los partidos republicanos integrantes del gobierno vasco y a Acción Nacionalista Vasca (ANV) que había estado integrado en el Frente Popular.

En la prisión de Burgos, en la que se encuentra Juan de Ajuriaguerra, se sientan las bases para un acuerdo entre nacionalistas y socialistas. A finales de octubre de 1944 había surgido en Toulouse el Bloque Nacional Vasco, integrado tanto por las organizaciones regionales de las principales organizaciones políticas identificadas con el Frente Popular (PSOE, UGT, CNT, PCE y partidos republicanos), como por las fuerzas nacionalistas, PNV, ANV y ELA-STV.

El Pacto de Baiona supone, pues, el punto de arranque para consolidar la unidad vasca, si bien, como veremos, ésta aún tardará un año en producirse. Dicho Pacto sustituía al acuerdo de obediencia vasca de 1940 y sus cinco puntos marcarán un programa de actuación futura.

En primer lugar, suponía un respaldo al Gobierno vasco (cuestionado por los prietistas) «como representación legítima del pueblo vasco».

En su punto tercero se acordaba: “Respetar y defender, una vez restablecida la normalidad democrática, los deseos del pueblo vasco que los expresará libremente». Quizá la clave de aquel acuerdo estuvo en que se priorizaba la recuperación de las libertades democráticas a cualquier otra cuestión.

Esta situación se daba porque el franquismo fue un régimen basado en la represión de todo tipo de libertades; en especial para el País Vasco significó la negación de su cultura y su lengua, el euskera. En los años 40 la oposición democrática estuvo reprimida, obligada a la clandestinidad en el interior del país, aunque las organizaciones políticas continuaron su existencia en el exilio.

El Pacto fue firmado por representantes del PNV, ANV, PCE, UGT, Euzko Mendigoizale Batza, IR, CCSE (PSE), Partido Republicano Federal, CNT y ELA-STV. Se afirmaba en dicho pacto la confianza de estas organizaciones en el mencionado Gobierno al que se ofrecía “la colaboración necesaria… siempre que recoja sus aspiraciones (las del pueblo) políticas y sociales». Estas fuerzas se comprometían a “continuar al lado de los pueblos, partidos políticos y organizaciones sindicales de la Península» en su lucha contra el gobierno establecido en 1939 y contra todo intento de restauración monárquica que pudiera surgir al calor de la coyuntura histórica europea.

En el grupo del PNV y los nacionalistas, mientras Irujo redactaba un proyecto de constitución vasca y hacía acuerdos con De Gaulle, el lehendakari Aguirre era más conciliador con las fuerzas no nacionalistas de su gobierno. Ambos confiaban en la ayuda de los aliados para liberar el territorio vasco una vez vencieran a las potencias fascistas en la guerra, incluso el PNV colaboró con el espionaje norteamericano, pero sus esperanzas no se cumplieron. Por lo tanto, en el Pacto de Baiona (1945), texto que comentamos, se unieron las fuerzas políticas antifranquistas por encima de sus diferencias políticas o ideológicas para devolver la democracia a España y defender tanto el Estatuto como el Gobierno Vasco.

Todo esto ocurrió en parte por la gran preocupación de J.A. Aguirre por mantener la unidad del entorno vasco, quien no solo se preocupó por eso, sino también por evitar la disolución del Gobierno, que era lo que quería Prieto.

Miles de trabajadores se habían concentrado el 14 de abril en diversas poblaciones para conmemorar la proclamación de la República. La policía no intervino y este éxito hizo que se convocase un paro el 1 de mayo en protesta contra la Dictadura. La huelga afectó a las grandes empresas vizcaínas (Naval, Altos Hornos, Euskalduna, etc.) y a algunas guipuzcoanas. Hubo unos 30.000 huelguistas, movilizados también por la crítica situación social. El régimen respondió despidiendo masivamente a los trabajadores y readmitiéndolos de forma controlada, con pérdida de derechos de antigüedad.

Por su parte, la Iglesia en el País Vasco estuvo controlada radicalmente por el Régimen Franquista aunque, en la clandestinidad, bastantes sacerdotes y religiosos eran proclives al nacionalismo. Las «ramas obreras» de la Iglesia tuvieron cierta importancia en estos años. El Gobierno Vasco en el exilio firmó en 1957 el Pacto de París (renuncia a la República y apoyo a la democracia para aunar a las fuerzas opositoras más moderadas).

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