España en el Siglo XVII: Reinados de Felipe III, Felipe IV y la Época de los Validos

Los Austrias Menores y el Gobierno de los Validos

Tras la muerte de Felipe II en 1598, se sucedieron tres reinados (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), conocidos como los de los Austrias Menores. Estos monarcas recurrieron a la figura de los validos para gobernar: hombres de la confianza personal del rey que tomaban las decisiones de gobierno más importantes.

Estos validos gobernaron a menudo al margen de las instituciones tradicionales (como los Consejos), aprovechando la falta de interés o la incapacidad del rey para ocuparse directamente de las decisiones políticas. Su actuación generó grandes conflictos y rivalidades en la corte, ya que frecuentemente se preocupaban más de su propio enriquecimiento y de favorecer a sus partidarios que de los intereses generales de la monarquía.

Durante el reinado de Felipe III (1598-1621), su principal valido fue el Duque de Lerma, quien se mantuvo al frente del gobierno durante casi todo el reinado. Una de las decisiones más trascendentales de este periodo fue la expulsión de los moriscos entre 1609 y 1614. Oficialmente, se les consideraba falsos conversos y poco adaptados a la sociedad cristiana, pero también existían temores sobre su alta natalidad y su posible colaboración con los piratas berberiscos o el Imperio Otomano.

El reinado de Felipe IV (1621-1665) fue una época de grandes dificultades internas y externas. El rey dejó el gobierno en manos del Conde-Duque de Olivares, cuya ambiciosa acción política estuvo marcada por importantes proyectos, pero también por notables fracasos. Olivares pretendió:

  • Una mayor centralización de la monarquía.
  • La unificación de los distintos reinos bajo las leyes e instituciones de Castilla.
  • Una contribución equitativa de todos los territorios al esfuerzo bélico exterior de la monarquía, inmersa en costosas guerras europeas.

Su proyecto más destacado fue la Unión de Armas (propuesta en 1626), en el marco de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta iniciativa exigía que todos los reinos aportaran hombres y dinero en proporción a su población y riqueza, rompiendo con la tradición de que el principal esfuerzo recaía sobre Castilla. Esta política generó una fuerte oposición y fue una de las causas principales de la grave crisis de 1640.

La Crisis de 1640: Cataluña y Portugal

El Conde-Duque de Olivares, en el contexto de la guerra contra Francia (iniciada en 1635 dentro de la Guerra de los Treinta Años), pretendía abrir un frente en los Pirineos y obligó a Cataluña a contribuir con soldados y dinero, así como a alojar a las tropas reales, a pesar de la negativa de las Cortes catalanas de 1626 a aprobar la Unión de Armas.

Un ejército real entró en Cataluña y las tropas cometieron abusos contra la población local, que estaba obligada a alojarlas y mantenerlas (régimen de alojamientos). La tensión acumulada estalló en la rebelión de los segadores (Corpus de Sangre) en Barcelona en junio de 1640.

La rebelión se extendió por Cataluña y, ante la represión del ejército real, los dirigentes catalanes (encabezados por Pau Claris) pidieron ayuda a Francia. El rey francés Luis XIII fue proclamado Conde de Barcelona, y las tropas franco-catalanas combatieron al ejército de Felipe IV. Sin embargo, la presencia francesa y el centralismo de su gobierno generaron descontento. Finalmente, tras la caída de Barcelona en 1652, Cataluña se reintegró a la Monarquía Hispánica, con la promesa de Felipe IV de respetar sus fueros e instituciones tradicionales.

En el mismo año crucial de 1640, se produjo también la rebelión de Portugal. Aprovechando la crisis catalana, la nobleza portuguesa proclamó rey al Duque de Braganza (como Juan IV), restaurando la independencia que se había perdido en 1580. Comenzó una larga guerra (Guerra de Restauración portuguesa) que se prolongó hasta 1668, culminando con el Tratado de Lisboa, mediante el cual la regente Mariana de Austria (en nombre de Carlos II) reconoció finalmente la independencia de Portugal y sus colonias.

Además de Cataluña y Portugal, durante esos años se produjeron otras sublevaciones, conspiraciones y tensiones separatistas en diversos territorios de la monarquía, destacando las de Andalucía (protagonizada por el Duque de Medina Sidonia), Aragón y Nápoles.

La Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) se inició como un conflicto religioso y político en el Sacro Imperio Romano Germánico, con la rebelión protestante en Bohemia contra el emperador católico Fernando II, de la Casa de Habsburgo austriaca. Felipe IV acudió en auxilio de sus parientes austriacos, y las fuerzas católicas hispano-imperiales obtuvieron victorias iniciales importantes (Montaña Blanca, 1620).

La guerra se extendió a otros frentes. En Flandes, la lucha contra las Provincias Unidas (Holanda) se reanudó tras la Tregua de los Doce Años, con éxitos españoles iniciales como la rendición de Breda (1625), inmortalizada por Velázquez.

Posteriormente, intervinieron en apoyo de los protestantes el rey de Dinamarca, Cristián IV, y más tarde el rey de Suecia, Gustavo II Adolfo. Este último invadió Europa Central en 1630 y obtuvo importantes victorias hasta su muerte en la batalla de Lützen (1632). Su ejército fue finalmente derrotado por los tercios españoles en Nördlingen (1634).

La guerra cambió decisivamente de signo cuando la Francia católica, dirigida por el Cardenal Richelieu, intervino directamente en 1635. Por razones de Estado (luchar contra la hegemonía de la Casa de Habsburgo en Europa), Francia se alió con el bando protestante contra España y el Imperio Austriaco.

Los contendientes, agotados por la larga y devastadora guerra, especialmente en Europa Central, entablaron negociaciones de paz que culminaron con los Tratados de Westfalia en 1648. Estos tratados tuvieron enormes consecuencias:

  • Marcaron el fin de la hegemonía española y de los Habsburgo en Europa.
  • España reconoció la independencia definitiva de las Provincias Unidas (Holanda).
  • Se aceptó la fragmentación política y religiosa del Sacro Imperio Romano Germánico (se consolidó el principio cuius regio, eius religio,»la religión del príncipe es la religión del territori»).
  • Se estableció un nuevo equilibrio de poder en Europa basado en los intereses de los Estados-nación, con Francia como potencia ascendente.

Sin embargo, la guerra entre España y Francia continuó más allá de Westfalia, hasta la Paz de los Pirineos en 1659, que supuso una clara victoria para Francia. España cedió a Francia los territorios del Rosellón y la Cerdaña (la parte al norte de los Pirineos), así como algunas plazas en Flandes (Artois) y Luxemburgo. Además, se acordó la boda del rey de Francia, Luis XIV, con la infanta María Teresa, hija de Felipe IV (esta boda sería clave para las futuras reclamaciones borbónicas al trono español).

La Crisis General del Siglo XVII en España

El siglo XVII fue un periodo de profunda crisis en la Monarquía Hispánica, que afectó a diversos ámbitos:

Crisis Demográfica

A diferencia del crecimiento del siglo XVI, el XVII se caracterizó por un estancamiento o incluso retroceso demográfico, especialmente acusado en los reinos interiores como Castilla y Extremadura. Las causas principales fueron:

  • Sucesivas oleadas de epidemias, especialmente de peste bubónica (1597-1602, 1647-1652, 1676-1685).
  • Las constantes guerras en Europa, que exigían un gran esfuerzo humano y provocaban mortandad directa e indirecta.
  • Las malas cosechas y crisis de subsistencia, que debilitaban a la población.
  • La expulsión de los moriscos (1609-1614), que afectó gravemente a reinos como Valencia y Aragón.
  • La emigración a América, que aunque continuó, no compensó las pérdidas.

Crisis Económica

La economía, sobre todo la castellana, sufrió un grave retroceso:

  • Disminución de la llegada de metales preciosos de América, base de las finanzas estatales y del comercio.
  • Crisis de la agricultura (malas cosechas, despoblación) y de la ganadería (problemas para la Mesta y las exportaciones de lana).
  • Decadencia de la artesanía y el comercio interior, incapaces de competir con productos extranjeros.
  • Los enormes gastos de las guerras llevaron a repetidas bancarrotas de la Hacienda Real (1607, 1627, 1647, 1652…).
  • La presión fiscal aumentó considerablemente para intentar sufragar los gastos, ahogando aún más la actividad económica.
  • Se recurrió a préstamos de banqueros (nacionales y extranjeros, como los genoveses) y a la manipulación monetaria: emisión masiva de moneda de vellón (cobre con poca o ninguna plata), lo que provocó una fuerte inflación y devaluaciones que perjudicaron el comercio y la estabilidad económica.

En este contexto de dificultades, surgieron los arbitristas, pensadores y economistas que analizaban las causas de la crisis y proponían soluciones (arbitrios) a los problemas económicos y sociales, dentro de un marco general de pensamiento mercantilista (que enfatizaba la acumulación de metales preciosos, la protección de la producción nacional y una balanza comercial favorable).

Crisis Social y Mentalidades

La crisis económica y demográfica agudizó las tensiones sociales:

  • Se produjo una fuerte polarización social: una minoría de nobles y clérigos acumulaba tierras, rentas y privilegios, mientras una gran mayoría (campesinos, artesanos urbanos) vivía en condiciones de pobreza o miseria, agravadas por las crisis. Aumentó el número de mendigos y pícaros.
  • Se extendió una mentalidad rentista y una desvalorización del trabajo manual y las actividades productivas, consideradas de poco prestigio social.
  • Muchos aspiraban a vivir de las rentas (ser hidalgo), a enriquecerse rápidamente en América, o a ingresar en el clero o el ejército como vías para mejorar su posición social o simplemente sobrevivir, lo que restaba mano de obra a la economía productiva.
  • La burguesía (comerciantes, financieros, artesanos cualificados) era débil en comparación con otros países europeos y tendía a la llamada «traición de la burguesía»: abandonar sus negocios en cuanto podían para adquirir tierras, títulos nobiliarios o cargos, buscando el prestigio y la seguridad de la nobleza rentista.

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