En el último tercio del siglo XIX, los restos del imperio colonial español ultramarino en el Caribe y el Pacífico se independizaron de España. En la misma época, las potencias europeas acordaban repartirse gran parte del planeta. La pérdida de las colonias españolas puso de manifiesto, por una parte, la debilidad y el escaso peso de España en el contexto internacional y, por otra parte, fue una de las causas de una crisis interna en la sociedad española de finales de siglo, denominada “crisis del 98”. Las guerras coloniales. Los restos del imperio colonial español, tras la pérdida de América continental a principios de siglo, consistían en dos de las grandes islas del Caribe (Cuba y Puerto Rico) y las islas Filipinas, la situación de Cuba y Puerto Rico presentaba unos rasgos coloniales muy peculiares; ambas islas tenían una vida económica basada en la agricultura de exportación, con el azúcar de caña como principal producto, y en menor medida, café y tabaco. Aportaban a la economía española un continuo flujo de beneficios, sobre todo Cuba, llamada por eso “la perla de las Antillas”. Esto se debía a los fuertes aranceles que Madrid imponía a estas colonias los productos españoles podían pagar un 11% de arancel, mientras que los de otras procedencias pagaban un 40%. Constituían, por tanto, un mercado reservado, obligado a comprar las carísimas harinas castellanas y los textiles catalanes, y estaban privadas de toda capacidad de autogobierno. La dependencia de España se mantenía por el papel que cumplía la metrópoli, que aseguraba, con sus tropas y su administración, la explotación esclavista en beneficio de una oligarquía española y criolla de grandes hacendados que controlaban la producción y el comercio del azúcar.En Cuba, el origen de la crisis estuvo en las reivindicaciones que en 1868 hicieron una parte del pueblo cubano (autonomía política y abolición de la esclavitud).La guerra que comenzó entonces (Guerra “larga” o de los Diez Años) fue la primera de las tres guerras cubanas por la independencia y concluyó con la Paz de Zanjón (1878),
fue provocada por la falta de un verdadero proceso descentralizador, el retraso en la abolición de la esclavitud y la política fuertemente proteccionista, con la que se estrangulaba a la economía cubana, favorecieron el surgimiento de nuevas revueltas).Además, los Estados Unidos habían aumentado a lo largo del siglo XIX sus intereses en la isla, puesto que eran el principal receptor de las exportaciones azucareras cubanas), en cuya industria habían invertido capitales, y consideraban Cuba un lugar estratégico para controlar el Caribe y el estrecho de Panamá. Aunque Cuba era políticamente una colonia española, económicamente dependía de los EE.UU. El presidente norteamericano amenazó entonces con cerrar las puertas del mercado estadounidense a los productos cubanos si no se llegaba al acuerdo de un nuevo arancel. La propuesta de una nueva ley de autonomía para Cuba era, a esas alturas del siglo, insuficiente para contentar los deseos de la mayoría de los cubanos, que en febrero de 1895 iniciaron su tercera (y definitiva) guerra por la independencia.La insurrección (grito de Baire) comenzó en la parte oriental de la isla y entre sus dirigentes contó con Antonio Maceo y Máximo Gómez, que consiguieron extender la guerra a la parte occidental. El líder inicial fue José Martí . Al principio se intentó llevar a cabo una política de pacificación, pero pronto se vio que no era efectiva, y se decidió enviar a la isla al general Valeriano Weyler, militar rígido, riguroso e inflexible, que se ganó el apodo de el Sanguinario. Su propósito fue desarrollar una “guerra total”. Para cortar el apoyo rural a la guerrilla independentista, decretó la “reconcentración” de la población campesina en aldeas y ciudades vigiladas por guarniciones españolas, con el consiguiente abandono de los cultivos.En 1897 se intentó probar una estrategia de conciliación y se concedió a Cuba autonomía política y arancelaria, sufragio universal e igualdad de derechos con los peninsulares.Sin embargo, estas medidas llegaron demasiado tarde para los cubanos y además EE.UU. había decidido intervenir en defensa de sus intereses económicos y en el marco de su política expansionista.
Casi simultáneamente, en 1896, había estallado una sublevación en Filipinas. El levantamiento, dirigido por José Rizal, fue duramente reprimido y ese mismo año se produjo el fusilamiento de su líder. Las campañas de prensa promovidas por Hearst y Pulitzer habían movilizado a la opinión pública norteamericana a favor de la guerra con España. Cuando en febrero de 1898 se produjo la voladura del acorazado Maine, por causa desconocida, fondeado en la bahía de La Habana, apareció el pretexto perfecto para una declaración de guerra que se desarrolló en el Caribe y en Filipinas. . La superioridad de las fuerzas estadounidenses originó dos desastres navales para España. Por una parte, el de Cavite (Filipinas) aniquiló la flota del Pacífico; poco después, el de Santiago de Cuba supuso la destrucción de la escuadra del Atlántico y fue seguido por el desembarco norteamericano en Puerto Rico. La guerra hispano-norteamericana concluyó en diciembre de 1898 con la Paz de París, por la que Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en el archipiélago de las Marianas) fueron cedidas a EE.UU., y Cuba alcanzó la independencia, aunque quedó bajo influencia norteamericana. La pérdida del imperio español se completó al año siguiente con la venta a Alemania del resto de las Marianas y del archipiélago de las Carolinas. España quedó como un pequeño país sin relevancia internacional.Las repercusiones del Desastre. El Desastre del 98 tuvo diversas consecuencias de todo tipo para España: económicas y humanas; culturales e ideológicas; políticas y sociales.• Económicas y humanas
. En el orden económico, no hubo una crisis generalizada a pesar de la pérdida de los territorios coloniales y de la deuda causada por la guerra. Para la industria textil catalana, sin embargo, sí representó un duro golpe puesto que el mercado reservado cubano absorbía buena parte de su producción. Otra consecuencia fue el encarecimiento de los precios, que afectó a los sectores más humildes de la sociedad, los mismos que soportaron las pérdidas humanas del conflicto.
Se calcula que unos 55.000 jóvenes murieron en la guerra de Cuba. En la conciencia popular, esta circunstancia contribuyó a despertar un profundo sentimiento de hostilidad contra el régimen oligárquico de la Restauración y contra la empresa de nuevas aventuras coloniales en África. • Culturales e ideológicas. La derrota militar avivó y extendió el debate, iniciado ya antes del Desastre, sobre “los males de la patria” y sus posibles remedios. Intelectuales y políticos reflexionaron críticamente sobre el régimen de la Restauración y, más allá, sobre la naturaleza e identidad misma de España. El denominador común de esas reflexiones fue la necesidad de regenerar y europeizar España en todos los órdenes (Regeneracionismo*), La figura más destacada fue la de Joaquín Costa, el regeneracionismo tuvo una plasmación práctica restringida. Fue un movimiento básicamente intelectual, que no supo encauzar políticamente sus planteamientos, aunque sí influyó en la actividad política española. La crisis de la conciencia nacional que provocó el 98 afectó también al mundo de la creación literaria. El Desastre dio cohesión a un grupo de escritores conocido como la Generación del 98 (Unamuno, Azorín, Valle Inclán, Baroja o Machado) que se caracterizaron por su profundo pesimismo y su crítica frente al atraso español, Por último, la derrota supuso también un importante cambio en la mentalidad de los militares, que se inclinaron en buena parte hacia posturas más autoritarias y antidemocráticas. Políticas y sociales. La pérdida del imperio no generó una crisis política inmediata: ni se cambió el sistema emanado de la Constitución de 1876, ni la imagen de la monarquía salió perjudicada. Sin embargo, sí colaboró a la desintegración del régimen de la Restauración. El regeneracionismo político alcanzó también a los partidos dinásticos, que pretendieron llevar intentos de reforma del sistema, desaparición de Cánovas (1897) y Sagasta (1903), la Semana Trágica en 1909, que desencadenaron una campaña en su contra (“¡Maura no!”) y provocaron su destitución.
Las propuestas de renovación desde fuera del sistema provinieron de los republicanos, de los nacionalismos periféricos y del movimiento obrero, pero la escasa representación de estas opciones no permitió que se articulasen en una alternativa viable para salir de un sistema viciado y en descomposición interna. Desde mediados del siglo XIX, España había procurado ampliar su influencia en África (golfo de Guinea, costa sahariana y Marruecos), pero el interés colonialista se acentuó con la derrota de 1898. Además, el Ejército vio la oportunidad de restaurar el prestigio perdido en Cuba. La Conferencia de Algeciras (1906) confirmaba que España iba a estar presente en el reparto internacional de Marruecos —proceso que culminó en 1912 con la creación de sendos protectorados* español y francés—, pero la presencia efectiva se adelantó para proteger intereses mineros en la zona del Rif. En conclusión, en este período, el régimen de la Restauración demostró sus limitaciones para afrontar los problemas de la modernización y el progreso de España, y se perfilaron las cuestiones fundamentales que van a marcar la historia posterior (el divorcio entre la España oficial y la España real, el peso creciente del ejército, la presencia colonial en Marruecos, los nacionalismos periféricos y el fortalecimiento del movimiento obrero), que se agudizaron después de la crisis del 98.