I.- EL DESASTRE DE 1898
1.- El conflicto cubano. Reflexión inicial
Hasta la regencia de María Cristina de Habsburgo, tiempo en que se consumó la independencia de las islas del Caribe, Cuba había sido una colonia muy especial, más rica incluso que la metrópoli en muchos aspectos desde el primer tercio del siglo XIX, momento en el que se implanta en la isla una nueva forma de explotación basada en el sistema de plantaciones, especialmente de azúcar, tabaco y café. De la prosperidad cubana habla, a título de ejemplo, el primer ferrocarril que funcionó en España, que no fue, contra lo que suele creerse, el de Barcelona-Mataró, sino el de La Habana-Güines. El problema de la secesión cubana no puede ser considerado, por tanto, de la misma manera que el de la América continental, la que se perdió tras la batalla de Ayacucho.
A la hora de entender el porqué de la popularidad del problema cubano-español, en Cuba y en los Estados Unidos, conviene tener en cuenta algunos datos objetivos acerca de los vínculos no sólo culturales sino familiares, económicos y sociales entre España y las islas de las Antillas, Cuba y Puerto Rico eran sentidas desde la Península de manera similar a como eran las Baleares o las Canarias. No obstante, para tener previamente una idea más exacta de la situación conviene tener en cuenta cómo era percibido el conflicto por la otra parte: los rebeldes cubanos y los Estados Unidos: como guerra de liberación e independencia por los primeros y como imperialista por los segundos.
1.1.- La Guerra desde el punto de vista popular
En Cuba, la guerra independentista era un fenómeno popular entre las clases inferiores, especialmente entre los campesinos. La lucha de los mambises (los alzados contra el dominio español en la segunda mitad del siglo XIX) contra España se hacía para mejorar su situación económica y social, que a su entender tenía que pasar por la independencia nacional de Cuba, a ejemplo de la Guerra de la Independencia norteamericana emprendida por las trece colonias contra los ingleses en el siglo XVIII. El ejemplo y el apoyo de este país contribuyó a incrementar y a hacer más popular el alzamiento entre los criollos.
– por cuanto se refiere a los campesinos, el recuerdo de la esclavitud y la persistencia del esclavismo en la isla hasta tiempos muy recientes fue un factor decisivo para que la mayoría de la población, especialmente los campesinos negros o mulatos, se sumaran a la rebelión. La esclavitud en Cuba no dejaba de ser un hecho sorprendente, habida cuenta de que esta práctica, como tal, había sido un fenómeno extraño en la América española hasta el siglo XVIII, si bien a partir de entonces se incrementó notablemente cuando los negreros ingleses o portugueses introdujeron grandes cantidades de población africana.
– el General Martínez Campos se dio cuenta rápidamente de que dicha revuelta era no sólo popular, sino también revolucionaria y con escasas posibilidades de poder ser sofocada. En España, la popularidad de la guerra era prácticamente unánime. Sólo el Partido Socialista Obrero Español se manifestaba contrario a ella. Y es que en Cuba confluían muchos sentimientos y demasiados intereses económicos, especialmente catalanes. Todo esto propició unas jornadas de auténticas tormentas políticas.
1.2.- Cuba en la órbita económica de los Estados Unidos
En otro apartado social, el oficial o el de oligarquías económicas (criollos o norteamericanas), el interés era también manifiesto, toda vez que a partir de la presidencia de Bill McKinley la economía cubana había entrado progresivamente en la órbita económica de los Estados Unidos. El desarrollo del mercado norteamericano, la proximidad a la isla de Cuba y la capacidad de la economía norteamericana para absorber la producción cubana hacían de los Estados Unidos el mercado natural de la isla. No es extraño, pues, que, en virtud de esta situación, la derrota española en Santiago de Cuba viniera a confirmar de otra manera lo que ya era un hecho económico: que la vinculación y dependencia de la producción de la isla respecto del mercado de los Estados Unidos había desplazado a nuestro país del centro de los intereses económicos de la burguesía cubana.
Tanto en Cuba como en España o en Norteamérica se era consciente de que la guerra independentista cubana podría desembocar en un enfrentamiento directo entre ambos países. El dilema era por tanto terrible y casi irresoluble para España; o bien se iba a una guerra segura contra los norteamericanos para defender lo que se suponía indefendible; o, por el contrario, se corría el riesgo del enfrentamiento con el ejército propio en el caso de vender, abandonar o entregar la isla, arriesgando además lo que era intocable: la monarquía y el equilibrio constitucional tan laboriosamente conseguido. Tampoco hay que excluir la posibilidad de que estallara en España una nueva guerra civil: la última del siglo XIX.
2.- Los hechos: La Guerra de las Trochas y la intervención de EE.UU
A partir de la Paz de Zanjón (1878), que había puesto fina la Guerra de los Diez Años, el comercio cubano se orientaba cada vez más hacia los Estados Unidos, que habían realizado grandes inversiones de capital en la isla, especialmente en la industria azucarera. Añádase a esto el que España anduviera remisa a cumplir los acuerdos pactados en Zanjón y se tendrán dos elementos fundamentales a la hora de entender el recelo y la hostilidad que se suscitó en la isla contra la metrópoli. Durante la Restauración se fundaron en Cuba dos partidos, el Liberal Autonomista, que recogía las aspiraciones de autogobierno, y la Unión Constitucional, el partido de los grandes hacendados que dominaban la isla, que se fueron distanciando de España en la misma medida en que los gobernantes de la Restauración, Canovas y Sagasta, desoían sus peticiones.
Antonio Maura, que se dio cuenta de la gravedad de la situación, propuso la concesión del autogobierno para Cuba en el año 1892, nada más ser nombrado Ministro de Ultramar, pero su proyecto fracasó por causa de las presiones ejercidas por los hacendados cubanos y por los españoles con intereses en las Antillas, grupos oligárquicos con gran influencia en el parlamento español.
El año 1895 se reinició la sublevación con el grito de Baire, siendo enviado el general Martínez Campos para dominar. El militar español comprendió que la revuelta cubana no era un asunto de bandolerismo, sino todo lo contrario: una sublevación que contaba además con el apoyo de los campesinos.
Martínez Campos comprendió igualmente que con la sola represión militar, aunque fuera tan intensa y generalizada como la rebelión, no podría solucionarse el conflicto. No quiso afrontar esta responsabilidad y presentó su renuncia, aconsejando el nombramiento de un general duro, Valeriano Weyler, que sí se encontraba dispuesto a combatir la guerra con la guerra. Weyler dio la vuelta completamente a la situación militar, gravemente comprometida con Martínez Campos, utilizando para ello una inteligente estrategia de lucha contra las guerrillas de Antonio Maceo, el verdadero caudillo de la independencia cubana, y la de Máximo Gómez. Consistía en compartimentar el territorio de la isla por medio de trochas, o líneas fortificadas que impedían el paso de los insurrectos, con l oque se facilitaba su eliminación. Con la muerte de Manceo la guerra estaba prácticamente ganada por España, pero entonces se produjo la intervención norteamericana.
La intervención de los Estados Unidos se había producido realmente antes en forma de presiones para que España les vendiera la isla, (el gobierno de Sagasta había concedido a los cubanos una amplia autonomía en 1897). España se negó a la venta de la isla por múltiples razones, no siendo la menor la posibilidad de que se provocara con ello un nuevo estallido de la guerra civil, tanto en Cuba y en España, según se ha dicho. En el mes de febrero de 1898 se produjo el hundimiento del barco de guerra estadounidense Maine en el puerto de La Habana, pero fue atribuido a un sabotaje español. Estados Unidos declaró la guerra a España. En la batalla naval de Santiago de Cuba (3 de Julio de 1898), la flota española cayó derrotada por la potencia de los barcos americanos y el gobierno español no tuvo más remedio que pedir la paz. En la Paz de París (10 de diciembre de 1898)
, España perdía definitivamente todas sus posesiones de ultramar: Cuba y Puerto Rico, en las Antillas y Filipinas –donde la flota española fue derrotada por la estadounidense en la batalla naval de Cavite–
Y las Islas Marianas, en el Pacífico.
Estas derrotas tan espectaculares conmovieron a la opinión pública española y acabaron con las esperanzas del sistema de la Restauración. Se produjo la crítica al sistema y la aparición de la idea de regeneracionismo del país mediante el saneamiento de la Hacienda, el crecimiento económico, la mejora de la educación, etc. La pérdida de las colonias supuso un duro golpe para las exportaciones de algunas industrias españolas, que tenían en estas posesiones importantes mercados y eran lugar de producción de determinados productos y materias primas. Un grupo de intelectuales y escritores, la Generación del 98, se planteó la necesidad de regenerar la sociedad española, mediante la exaltación del nacionalismo español y de los valores de España, destacando Unamuno, Ortega y Gasset, Maeztu, Pío Baroja, etc.