8.1. El Imperio de Carlos V. Conflictos internos: Comunidades y Germánías. Carlos V – primogénito de Juana y Felipe el Hermoso nacido y criado en Flandes – fue monarca de gran parte de Europa y su política exterior se vio condicionada por su idea imperial y por los territorios que heredó: De Felipe el Hermoso heredó los Países Bajos, Luxemburgo, Artois, FrancoCondado, Borgoña y Charlerois. De Fernando el Católico (abuelo materno) heredó las coronas de Castilla y Aragón De Maximiliano I, emperador de Alemania (abuelo paterno) heredó los territorios de la Casa de Habsburgo, la soberanía sobre el norte de Italia y el derecho a ser propuesto para la corona del Imperio Romano Germánico – que obtuvo en 1519. Carlos V quiso restaurar el Imperio cristiano (Universitas Christiana) y que el emperador fuese rey de reyes, no subordinado al Papa. Carlos de Habsburgo (Carlos V) ascendíó al trono de Castilla y Aragón en 1716 a la muerte de Fernando el Católico, sustituyendo los Habsburgo a los Trastámara españoles. Tomó posesión del trono en 1517; fue elegido emperador del Imperio Romano Germánico en 1519 por lo que abandonó Castilla con destino a Alemania, nombrando regente a Adriano de Utrech. Se enfrentó a Francia por la hegemonía en Europa, a los luteranos por la unidad cristiana y a los turcos en defensa de la cristiandad. Carlos V tuvo que hacer frente a dos conflictos internos: Las Comunidades de Castilla (1520-1521). En Febrero de 1520 se produjo el levantamiento en Castilla de los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado. En Julio se constituyó la Junta Santa de Ávila, que pidió a Carlos V su regreso a Castilla, la exclusión de extranjeros de cargos políticos, más protagonismo de las Cortes, reducción de gastos e impuestos y limitación de las exportaciones de lana. Los comuneros sería finalmente derrotados en Villalar en 1521. Las Germánías (1519-1524). Se desarrollaron en Valencia, Murcia y Mallorca. Tenían como principales motivos la crisis económica y el descontento de artesanos y comerciantes, que querían la reducción de los derechos de la nobleza. En Marzo de 1523 los agermanados fueron reprimidos por orden de Carlos V. Las Comunidades y las Germánías fueron antiseñoriales. Su aplastamientos significó la alianza de la monarquía y la nobleza y la marginación de la burguésía.
8.2. La Monarquía Hispánica de Felipe II.
La unidad ibérica. Aunque no reinó en Austria ni recibíó el Título Imperial que recayó sobre su tío Fernando, Felipe II (1556-1598) heredó un gran Imperio territorial. De costumbres austeras y sobrias gobernó personalmente su Imperio desde los territorios hispánicos, con ayuda de sus secretarios. Se produjo una hispanización de la monarquía, perceptible en la imposición de una política de ortodoxia católica, centralizadora y castellanizante, que se explica porque Castilla era el reino más poblado y poderoso. Esta política provocó problemas internos, como la rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1568-1570), a raíz del Decreto de 1566 donde se prohibía el uso de su lengua, vestimenta tradicional y costumbres; o la Revuelta de Aragón (1591-1592), donde el caso de Antonio Pérez hizo entrar en conflicto la legalidad foral con la voluntad centralizadora del monarca, y terminó con la entrada de las tropas reales en Zaragoza. En 1561 se establecíó la capital en Madrid, desde donde Felipe II gobernó sus posesiones ibéricas, africanas, italianas, de los Países Bajos y de la América hispana. Además desde 1580 gobierna también sobre Portugal y sus amplias colonias. Sus objetivos políticos principales siguieron siendo la hegemonía en Europa y la defensa del Catolicismo. Por tanto, sus enemigos eran prácticamente los de su padre: Francia, hasta 1559 (victoria de San Quintín en 1557) y el Imperio Otomano (victoria de Lepanto en 1571); aunque también se enfrentó a nuevos enemigos, como Inglaterra (desastre de la Gran Armada en 1588) y la Rebelión de los Países Bajos, desde 1566. Todos estos conflictos produjeron graves problemas financieros, preludio de las dificultades de la hegemonía hispánica en el Siglo XVII. La unidad ibérica sólo es comprensible desde la perspectiva de la concepción patrimonial de la Casa de Austria (iniciada con la uníón dinástica, territorial, religiosa y la política matrimonial de los Reyes Católicos); y de unitarismo de la defensa de la ortodoxia religiosa católica. En Carlos I predomina la idea de un Imperio Universal Cristiano, y de una política europea para mantener y extender sus dominios. Con Felipe II la monarquía hispánica se convirtió en el centro del Imperio, y especialmente sobre Castila recayó el peso de mantenerlo. Su política unitarista, aunque respetando los fueros de la Corona de Aragón, pretendía ante posibles conflictos imponer la jurisdicción real a la foral. El ejemplo más claro lo tenemos en la revuelta de Aragón (1591-1592) de la nobleza y la ciudad de Zaragoza, ante el intento de imponer virreyes que no eran aragoneses, y se expresa en la resolución del conflicto del ex-secretario Antonio Pérez, la entrada del ejército real en Zaragoza, la condena a muerte del Justicia de Aragón, Juan Lanuza, y la restricción de los fueros aragoneses. En 1580 Felipe II hereda Portugal al morir el rey Don Sebastián, haciendo valer sus derechos militarmente y siendo reconocido por la clase dirigente portuguesa en las Cortes de Tomar (1581), tras prometer respeto hacia la autonomía del reino. Así logró la unidad peninsular que pretendían los Reyes Católicos, fundíó los dos imperios de ultramar e hizo de Lisboa una importante base de operaciones en el Atlántico, frente a ingleses y holandeses (de allí partíó, por ejemplo, la Gran Armada en 1588). No obstante, y como en el caso de Aragón, la uníón fue meramente dinástica, pues Portugal siguió gozando de cierta autonomía, hasta la independencia conseguida en la práctica en 1640, cuando separó definitivamente su camino del resto de reinos peninsulares y de la monarquía hispánica, aunque esta independencia no fuera reconocida hasta 1688
8.2. La Monarquía Hispánica de Felipe II.
La unidad ibérica. Aunque no reinó en Austria ni recibíó el Título Imperial que recayó sobre su tío Fernando, Felipe II (1556-1598) heredó un gran Imperio territorial. De costumbres austeras y sobrias gobernó personalmente su Imperio desde los territorios hispánicos, con ayuda de sus secretarios. Se produjo una hispanización de la monarquía, perceptible en la imposición de una política de ortodoxia católica, centralizadora y castellanizante, que se explica porque Castilla era el reino más poblado y poderoso. Esta política provocó problemas internos, como la rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1568-1570), a raíz del Decreto de 1566 donde se prohibía el uso de su lengua, vestimenta tradicional y costumbres; o la Revuelta de Aragón (1591-1592), donde el caso de Antonio Pérez hizo entrar en conflicto la legalidad foral con la voluntad centralizadora del monarca, y terminó con la entrada de las tropas reales en Zaragoza. En 1561 se establecíó la capital en Madrid, desde donde Felipe II gobernó sus posesiones ibéricas, africanas, italianas, de los Países Bajos y de la América hispana. Además desde 1580 gobierna también sobre Portugal y sus amplias colonias. Sus objetivos políticos principales siguieron siendo la hegemonía en Europa y la defensa del Catolicismo. Por tanto, sus enemigos eran prácticamente los de su padre: Francia, hasta 1559 (victoria de San Quintín en 1557) y el Imperio Otomano (victoria de Lepanto en 1571); aunque también se enfrentó a nuevos enemigos, como Inglaterra (desastre de la Gran Armada en 1588) y la Rebelión de los Países Bajos, desde 1566. Todos estos conflictos produjeron graves problemas financieros, preludio de las dificultades de la hegemonía hispánica en el Siglo XVII. La unidad ibérica sólo es comprensible desde la perspectiva de la concepción patrimonial de la Casa de Austria (iniciada con la uníón dinástica, territorial, religiosa y la política matrimonial de los Reyes Católicos); y de unitarismo de la defensa de la ortodoxia religiosa católica. En Carlos I predomina la idea de un Imperio Universal Cristiano, y de una política europea para mantener y extender sus dominios. Con Felipe II la monarquía hispánica se convirtió en el centro del Imperio, y especialmente sobre Castila recayó el peso de mantenerlo. Su política unitarista, aunque respetando los fueros de la Corona de Aragón, pretendía ante posibles conflictos imponer la jurisdicción real a la foral. El ejemplo más claro lo tenemos en la revuelta de Aragón (1591-1592) de la nobleza y la ciudad de Zaragoza, ante el intento de imponer virreyes que no eran aragoneses, y se expresa en la resolución del conflicto del ex-secretario Antonio Pérez, la entrada del ejército real en Zaragoza, la condena a muerte del Justicia de Aragón, Juan Lanuza, y la restricción de los fueros aragoneses. En 1580 Felipe II hereda Portugal al morir el rey Don Sebastián, haciendo valer sus derechos militarmente y siendo reconocido por la clase dirigente portuguesa en las Cortes de Tomar (1581), tras prometer respeto hacia la autonomía del reino. Así logró la unidad peninsular que pretendían los Reyes Católicos, fundíó los dos imperios de ultramar e hizo de Lisboa una importante base de operaciones en el Atlántico, frente a ingleses y holandeses (de allí partíó, por ejemplo, la Gran Armada en 1588). No obstante, y como en el caso de Aragón, la uníón fue meramente dinástica, pues Portugal siguió gozando de cierta autonomía, hasta la independencia conseguida en la práctica en 1640, cuando separó definitivamente su camino del resto de reinos peninsulares y de la monarquía hispánica, aunque esta independencia no fuera reconocida hasta 1688