12.7. SUBTEMA: GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898
12.7.1. La guerra colonial. La pérdida de Cuba y Filipinas
Entre 1868 y 1878, tuvo lugar la primera guerra independentista en Cuba, la Guerra de los Diez Años o la Guerra Grande, iniciada con el grito de Yara de Carlos Manuel de Céspedes. La guerra terminó con la Paz de Zanjón, firmada por el general español Martínez Campos y los insurgentes cubanos. Esta paz no garantizaba los dos objetivos principales de la guerra: la independencia de Cuba y la abolición inmediata de la esclavitud. Sólo contemplaba la concesión de una cierta autonomía para Cuba, la formación de partidos políticos cubanos autonomistas (pero no independentistas) y una futura abolición de la esclavitud. Pero entre la Paz de Zanjón de 1878, y el inicio de la última guerra cubana (1895), la única medida que se aprobó en España fue la abolición definitiva de la esclavitud (1888), ya que las propuestas de autonomía para Cuba fueron rechazadas por las Cortes.
Las tensiones aumentaron por los fuertes aranceles proteccionistas que España impónía a Cuba, mercado reservado a los productos españoles. Estos aranceles provocaban un gran malestar tanto en Cuba como en EEUU, el mayor comprador de productos cubanos.
El año 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, inició la revuelta independentista en 1895 (El grito de Baire). La insurrección comenzó en la parte oriental de la isla. Sus dirigentes, Antonio Maceo y Máximo Gómez, una vez muerto José Martí, consiguieron
extender la guerra a la parte occidental. El gobierno, presidido por Cánovas, respondíó enviando un ejército a Cuba, comandado por el general Martínez Campos, el militar más adecuado para combinar la represión militar con la flexibilidad necesaria para llegar a acuerdos que pusiesen fin al levantamiento.
La falta de éxitos militares decidíó el relevo de Martínez Campos por el general Valeriano Weyler, que empleó métodos más contundentes. La ofensiva militar de Weyler fue acompañada de la «concentración» de los campesinos en aldeas cerradas para aislarlos de las tropas insurrectas. Pero la dificultad de proveer de alimentos y de facilitar asistencia médica, tanto al ejército como a los campesinos, trajo consigo una elevada mortalidad entre la población civil y los soldados.
Tras el asesinato de Cánovas (Agosto 1897), el nuevo Gobierno liberal de Sagasta, intentó la conciliación. Relevó a Weyler y concedíó autonomía a Cuba, el sufragio universal, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, que contaban con apoyo estadounidense (el presidente de EEUU era McKinley, del partido republicano), se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.
Coincidiendo con la insurrección cubana, se produjo también la de Filipinas (1896-97). El levantamiento filipino fue duramente reprimido y su principal dirigente, José Rizal, fue ejecutado.
En 1898, EEUU se decidíó a declarar la guerra a España. El pretexto fue el hundimiento, tras una explosión de uno de sus buques de guerra, el Maine, anclado en el puerto de La Habana. El 18 de Abril, los americanos intervinieron en Cuba y en Filipinas (donde estalló una nueva insurrección independentista), desarrollando una rápida guerra que terminó con la derrota de la escuadra española en Cavite (Filipinas) y Santiago (Cuba). En Diciembre de ese mismo año se firmó la Paz de París, que significó el abandono por parte de España de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.
12.7.2. Las consecuencias del 98. El regeneracionismo
La derrota de 1898 sumíó a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración. Pero, a pesar de la envergadura del «desastre» y de su significado simbólico, sus repercusiones inmediatas, en lo político y en lo económico, fueron menores de lo esperado. El sistema de la Restauración pervivíó. Los políticos conservadores y liberales se adaptaron a la retórica de la «regeneración», y el turno dinástico se mantuvo. Tampoco hubo crisis económica a pesar de la pérdida de los mercados coloniales protegidos y de la deuda causada por la guerra. En los primeros años del s-XX, se produjo una inflación baja, una reducción de la Deuda Pública y una considerable inversión proveniente de capitales repatriados de las antiguas colonias.
La crisis del 98 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica.
La crisis colonial favorecíó la aparición de movimientos regeneracionistas que criticaron el sistema de la Restauración y plantearon la necesidad de una modernización de la política española. Estos movimientos contaron con respaldo de las clases medias (destaca la acción organizativa de Basilio Paraíso) y cuyos ideales quedaron recogidos en el pensamiento de Joaquín Costa (Oligarquía y caciquismo), que propugnaba la necesidad de modernizar la economía y alfabetizar a la población («escuela y despensa»). El «desastre» dio cohesión a un grupo de intelectuales, conocido como la Generación del 98, caracterizada por una crítica mordaz al atraso peninsular, planteando una profunda reflexión sobre el sentido de España y su papel en la Historia.
Los movimientos nacionalistas conocieron una notable expansión, en el País Vasco y en Cataluña, donde la burguésía industrial fue consciente de la incapacidad de los partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y orientó su apoyo hacia las formaciones nacionalistas, que reivindicaban la autonomía y prometían una política nueva y modernizadora de la estructura del Estado y de la economía.
La derrota militar supuso también un importante cambio en la mentalidad de los militares, que se inclinaron en buena parte hacia posturas más autoritarias, impulsadas por la ola de antimilitarismo que siguió «desastre». Esto comportó el retorno de la injerencia del ejército en la vida política española, convencido de que la derrota fue culpa de los políticos y del parlamentarismo.