El modelo político de los Austrias. La unión de reinos

Respecto a los consejos territoriales, el más importante siguió siendo el Consejo de Castilla, que era el órgano principal de gobierno. A su lado se desarrolló la Cámara de Castilla, compuesta por tres o cuatro consejeros que asesoraban al rey en los asuntos relacionados con la Iglesia española y en los nombramientos de cargos judiciales.
Otro de los consejos territoriales creado en este momento fue el Consejo de Indias, que tenía a su cargo todos los asuntos relacionados con las posesiones americanas, y que también sirvió como instrumento para imponer la autoridad real en las colonias. Junto al Consejo de Indias hay que mencionar la Casa de Contratación, que desde su creación en el año 1503 monopolizó todos los asuntos relacionados con el comercio americano. Todos estos consejos informaban al rey a través de unos documentos que recibían el nombre de consultas, donde se recogían las opiniones de los distintos consejeros sobre cualquier asunto, con lo que el rey estaba perfectamente informado. Además de los consejos había otros dos órganos importantes de gobierno, igualmente dirigidos a solucionar las ausencias reales y las enormes distancias que separaban los territorios del Imperio. Hay que tener en cuenta que un documento oficial tardaba entonces ocho meses en llegar desde Castilla hasta Perú. Estas otras dos instituciones fueron las audiencias y los virreinatos.
Se aumentó el número de Audiencias (Sevilla, Mallorca y Canarias), que detentaban el poder judicial, y al pasar a América, además de este poder, adquirieron funciones políticas y administrativas. Para atender el gobierno de los territorios donde no se encontraba el rey se impuso la figura del Virrey, (institución aragonesa en la que el virrey, como representante del rey, poseía poderes administrativos y judiciales), en Aragón, Navarra, Nápoles, Portugal y territorios americanos, y en aquellos que nunca habían sido reinos históricos se usó la figura del gobernador general (Milán y Países Bajos). Los virreyes en América fueron ante todo gobernadores, teniendo gran influencia y un poder muy amplio basado en la distancia que les separaba de España; y por esto no se les dio poder para juzgar, para que no concentraran en sus manos un poder absoluto. Sin carácter directamente político se mantuvo, creciendo su poder, el Tribunal de la Inquisición, común a todos los reinos.
El papel de las Cortes en los siglos XVI y XVII se diluyó, sobre todo en Castilla, limitándose a votar subsidios y a las juras del heredero y del rey. Conservaron algunas atribuciones legislativas en Navarra y Aragón. Por último, los municipios castellanos perdieron aspectos democráticos con la venta de cargos pero algunos aumentaron su autonomía con los privilegios de villazgo.

Aldeas incluidas dentro de una comunidad de villa y tierra conseguían de la Corona, mediante compra, la merced de convertirse en villas, separándose, así, del concejo originario para crear otros nuevos.
Aunque entre los diversos territorios de la monarquía no había más nexo de uníón que la persona del propio monarca un hecho importante durante el reinado de Felipe II fue la elección de Madrid en 1561 como capital de Corte.
Esta elección aumentó la castellanización de todos los reinos y se radicaron en Madrid los principales órganos de gobierno del Imperio hispánico.
En su conjunto, la organización de la Monarquía Hispánica consistíó en una hábil combinación del mantenimiento de formas de gobierno a nivel regional, y la máxima concentración posible de poder en la persona del monarca.

El ejército

Una de las bases de la política imperial fue la existencia de un ejército permanente y firmemente controlado por el monarca.
Durante el Siglo XVI tiene lugar el origen del ejército moderno.
Ejército con un núcleo permanente de soldados de oficio, que aumentaba además en tiempos de guerra, y a estos nuevos componentes se les pagaba con lo recaudado por el impuesto de guerra. En esta época el número de soldados que integraba el ejército era muy importante, ya que los ejércitos poderosos eran los más numerosos; y, muchas veces, el triunfo en las batallas dependía exclusivamente del número. En la primera mitad del Siglo XVI los ejércitos estaban formados por unos diez mil hombres y otros diez mil complementarios. Este era el tamaño del ejército de Carlos I en las guerras sostenidas con Francia en territorio italiano. Luego, en la segunda mitad del siglo, la cifra se duplicó, e incluso llegó a cuarenta mil o cincuenta mil soldados, pero estos ejércitos tan numerosos sólo se podían mantener por breve espacio de tiempo, porque eran muy costosos. Pero no se consiguió crear un verdadero ejército nacional. Los hombres de ese ejército no eran el resultado de un reclutamiento racional y sistemático.


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