Vocabulario otan

0 MILLONES DE MUERTOS

La mayoría de los especialistas reconocen entre 40 y 50 millones de muertos (más de la mitad de ellos civiles)
, el doble o triple de heridos y otros 50 millones de desplazados forzosos o deportados. La URSS (con unos 20 millones), Alemania (entre cinco y siete millones) y Polonia (cerca de seis millones) pusieron más de la mitad de los muertos. La soviéticos y los alemanes padecieron las deportaciones más importantes: entre 10 y 15 millones cada país.

UN CONTINENTE DESTRUIDO

Las pérdidas económicas no fueron menos dramáticas. Algunas estimaciones las elevan al billón y medio de dólares. La producción industrial y agrícola, al final del conflicto, se había desplomado al 30% de 1939 en el caso de Alemania, y al 40% o 50% en la mayor parte de Europa. Entre los aliados, el campo soviético y la industria francesa fueron los más perjudicados. No menos de 6.000 puentes fueron volados o inutilizados en Francia y más de dos millones de casas fueron destruidas.

DOS NUEVAS SUPERPOTENCIAS


EEUU, que en 1905 ya producía más carbón y acero que todas las potencias europeas juntas, puso fin a su aislamiento, autoimpuesto tras la Primera Guerra Mundial, y se convirtió en la superpotencia hegemónica, con casi un 50% del producto interior bruto mundial al final de la guerra, con la URSS como único rival serio. Europa pierde su hegemonía financiera global con los acuerdos de 1944 en Bretton Woods, que convirtieron el dólar en la moneda de reserva internacional, equiparable al oro, y a EEUU en la potencia dominante del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, las dos organizaciones responsables de la organización económica mundial en el nuevo sistema naciente.

EL NUEVO Imperio


«En 1938 la flota naval estadounidense era seis veces más pequeña que la británica, en 1945 la marina mercante de EEUU representaba ya dos tercios de toda la flota mundial», advierte Pascal Boniface en su ‘Manuel de Relations Internationales’. Este nuevo equilibrio de poder mundial precipitó en los años siguientes la descolonización de los grandes imperios europeos, empezando por la independencia de la India, la joya del Imperio británico, en 1947, y el surgimiento definitivo, en palabras de Raymond Aron (‘Paz y guerra entre las naciones’), de un nuevo Imperio, aunque de naturaleza muy distinta a la de todos los anteriores.

LA DIVISIÓN EUROPEA, EL MITO DE YALTA


La división europea, atribuida por muchos a los acuerdos de Yalta, en Febrero de 1945, a pesar de que ningún documento lo demuestra ( véase ‘Les Occidentaux’, de Alfred Grosser), fue el resultado de esa debilidad de Europa, incapaz de forzar la retirada soviética de la zona ocupada durante el conflicto, y de la obsesión de Stalin, confirmada por la guerra y alimentada por la confrontación ideológica, con reducir mediante un nuevo glacis territorial el peligro de nuevas invasiones occidentales como las de Napoleón y Hitler en los dos siglos anteriores.

LA GUERRA FRÍA


Esa obsesión y el incumplimiento soviético de los acuerdos de Yalta y Potsdam sobre elecciones libres en los países nuevos y viejos de Europa central y oriental resucitaron, a su vez, el fantasma de la amenaza militar soviética y condujeron, entre 1946 y 1951, al retorno del Ejército estadounidense a Europa —donde sólo había dejado dos de las 69 divisiones que tenía en 1945—, a la doctrina Truman contra la expansión comunista en Grecia y Turquía, a la contención en el resto del planeta, al plan Marshall para acelerar la reconstrucción, a la ruptura de Alemania, al bloqueo de Berlín, a la fundación de la Alianza Atlántica y al establecimiento de la primera comunidad europea, la del carbón y del acero, entre los seis países pioneros de la integración, embrión de la actual UE.

LOS ERRORES DE Alemania


Como en la Primera Guerra Mundial, un grave error alemán en la segunda fue provocar, con sus ataques a los buques estadounidenses en el Atlántico, la entrada de EEUU en el conflicto.
Otros errores gravísimos, como la invasión de Rusia y la batalla de Gran Bretaña, habrían quedado difuminados si EEUU se hubiera quedado al margen. El ataque a Pearl Harbour, en 1941, fue, desde esta perspectiva, el peor favor que Japón pudo hacer a Alemania. 
Salvo en Asía por parte de Japón
, en contra de todas las previsiones, apenas se utilizaron armas químicas. La aviación, poco certera, fue decisiva sólo en coordinación con las fuerzas terrestres y las predicciones de horrores por el uso de la fuerza aérea no se hicieron realidad hasta el final de la guerra, con el bombardeo masivo por los dos bandos de objetivos estratégicos, casi todos civiles, en Europa y con los ataques nucleares de EEUU contra Hiroshima y Nagasaki
.

LA ERA NUCLEAR


La rendición inmediata de Japón tras estos ataques  fue, para muchos, la prueba definitiva del efecto revolucionario de la tecnología nuclear en el conflicto. De haber conseguido antes la bomba nuclear Alemania, el resultado de la guerra seguramente habría sido diferente. En realidad, EEUU necesitó un decenio para elaborar una nueva doctrina militar, la primera de la era nuclear, y para entonces ya habían perdido el monopolio.

Entre la respuesta masiva y la respuesta flexible, el club nuclear pasó de uno a cinco miembros y la paz entre los dos grandes bloques, organizados en torno a la OTAN (1949) y al Pacto de Varsovia (1955), encontró un nuevo fundamento en la llamada teoría de la disuasión o prevención, basada en el miedo al suicidio colectivo, con lo que sus guerras calientes, convencionales desde entonces y casi siempre evitando el choque directo, se trasladaron a la periferia del sistema: Indochina, Oriente Medio, África y América Latina.

LECCIONES MAL APRENDIDAS


Aunque oficialmente la Segunda Guerra Mundial se abre con el ataque alemán a Polonia, el 1 de Septiembre de 1939, sus raíces se encuentran en la guerra Franco-prusiana del verano de 1870, la tercera de las llamadas guerras de Bismarck, que desemboca en la primera unificación alemana pocos meses después, y en los resultados de la Primera Guerra Mundial. El tratado de Versalles, que puso fin a ésta, contiene las semillas de la segunda.

En perfecto movimiento pendular, como señala E. H. Carr en ‘La crisis de los veinte años’, los vencedores de la IIGM asumieron que Versalles (1919)
 —desarme, alianzas fuera, rechazo de la propaganda, derecho de autodeterminación, humillación de Alemania y una sociedad internacional basada en el derecho de veto casi universal— había facilitado el ascenso de Hitler al poder y el expansionismo agresivo nazi. En sus decisiones militares, sobre todo en los últimos meses de la guerra, y en las negociaciones sobre el nuevo orden internacional que había que construir (Yalta y Potsdam) pesó decisivamente aquella lección y la necesidad de evitar que la Historia se repitiera.

Frente al desarme promovido tras la IGM, se impulsó la carrera militar más intensa que haya conocido la Humanidad. El recelo a las alianzas dejó paso a las alianzas más poderosas de la Historia. Todas las grandes potencias se dotaron de gigantescas maquinarias de propaganda y de espionaje, y el derecho de autodeterminación quedó completamente ensombrecido en la Carta de la ONU por la soberanía  y la integridad territorial de los estados.

 A diferencia de la Sociedad de Naciones, la nueva organización universal, Naciones Unidas, reservó el derecho de veto para los vencedores. Sesenta y cuatro años después, 20 años después de la caída del muro de Berlín, sigue igual. Es la mejor prueba de su obsolescencia y futilidad.   

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