Las revoluciones de 1830.
Toda Europa se ve sacudida por esta revolución, que fue mucho más grave que la de 1820. En ella se dan los dos principios de liberalismo y nacionalismo. Tuvo su inicio en Francia y se extendíó por Bélgica, Polonia, Italia y Alemania. En Francia, Carlos X había tratado de gobernar de forma absoluta, pero fue derrocado. Le sucedíó Luis Felipe de Orleans, que implantó una monarquía parlamentaria de tipo liberal.
En Bélgica, días después de la revolución de Julio en París, se produjo un levantamiento contra el dominio de los Países Bajos que triunfa y se proclama la independencia. En la Conferencia de Londres (1831) es reconocida oficialmente, establecíéndose un Estado constitucional bajo la monarquía de Leopoldo de Sajonia-Coburgo. En otros lugares, las revoluciones fracasaron: en Polonia, la sublevación contra Rusia fue reprimida y los intentos liberales protagonizados en algunos Estados italianos y alemanes también fracasaron.
Las revoluciones de 1848.
El ciclo revolucionario se cierra con las revoluciones de 1848, también conocida como la primavera de los pueblos. Además de las ideas liberales y nacionalistas, éstas tuvieron mayor trascendencia al incorporar la defensa de principios democráticos, como el de la participación de todos los ciudadanos en la vida política (sufragio universal) y la adopción de mejoras sociales y económicas. Como en la anterior, el foco inicial fue Francia. La chispa revolucionaria se extendíó por el Imperio Austríaco, Alemania e Italia dando lugar a levantamientos de signo liberal y nacionalista. En Francia, se derribó la monarquía de Luis Felipe de Orleans, cada vez más conservadora y corrupta, que abdicó y se proclamó la Segunda República y se constituyó un gobierno provisional. Antes de finalizar 1848, quedó aprobada la Constitución, que manténía el sufragio universal y establecía un fuerte poder ejecutivo en manos de un Presidente elegido por sufragio universal. Las elecciones para presidente (Diciembre de 1848) dieron la victoria a Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón. Para perpetuarse en el poder, Luis Napoleón terminó organizando un Golpe de Estado, que puso fin a la II República y dio paso al II Imperio, proclamándose emperador con el nombre de Napoleón III. La revolución se extendíó por Europa, pero todas fracasaron. Pese a ello, supusieron un avance del liberalismo.
Los movimientos nacionalistas
La creación de los Estados nacionales fue un proceso lento, que comenzó en la época de las revoluciones liberales. En el Siglo XIX, el término nacíón adquiríó una dimensión política y se comenzó a reivindicar que las fronteras de los Estados coincidieran con las fronteras religiosas, étnicas, lingüísticas, etc. Así nacía la ideología nacionalista. En unos casos, se trató de nacionalismos disgregadores, pues reclamaban la independencia de nacionalidades diferentes englobadas dentro de grandes imperios, como el austrohúngaro o turco (el caso de Grecia, Bélgica o Serbia). Otros movimientos nacionalistas fueron unificadores y dieron lugar a la integración de poblaciones divididas, como fue el caso de Italia y de Alemania.
La unificación italiana.
La península itálica estaba dividida en diversos Estados, algunos de ellos bajo dominación extranjera como el reino lombardo-véneto (austríaco). El motor de la unidad fue el reino de Piamonte-Cerdeña. Allí su rey Víctor Manuel II (1849-1878) y el primer ministro Cavour dirigieron la lucha contra Austria que ocupaba Lombardía y Venecia. Con el apoyo de la Francia de Napoleón III derrotaron a Austria y la expulsaron de Lombardía (1859). Poco después, los ducados del norte de la Península (Parma, Módena y Toscana) se incorporaron al Piamonte. El paso siguiente fue la incorporación del reino de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia), gobernado por la dinastía de los Borbones. La empresa fue obra de un revolucionario republicano, Giuseppe Garibaldi al frente de una expedición formada por voluntarios, la de los “Mil camisas rojas”, con la que conquistó el reino de Nápoles (1860). Al año siguiente, un Parlamento, reunido en Turín, compuesto por diputados elegidos en todos los territorios anexionados, proclamaba a Víctor Manuel II rey de Italia. A partir de ahora, el proceso de unificación avanzó a remolque de la unidad alemana. Así, Venecia se incorporó a Italia aprovechando la derrota de Austria frente a Prusia en 1866. Para completar la unidad faltaban los Estados Pontificios, ya reducidos a Roma, bajo la soberanía del Papa Pío IX, que se opónía a este proceso y estaba protegido por las tropas francesas de Napoleón III. Pero cuando éste es derrotado por los prusianos (1870), Roma es ocupada por el gobierno italiano, con la protesta del Papa, que se considera prisionero de los italianos en el Vaticano. En 1871 Roma pasa a ser la capital del reino de Italia. Sin embargo, el Papa Pío IX no reconocíó esta anexión: comenzaba un conflicto entre el Vaticano y el Estado italiano que no se solucionaría hasta 1929.
La unificación alemana.
Como sabemos, el Congreso de Viena creó la Confederación Germánica integrada por 39
Estados, entre los que sobresalen Austria y Prusia. Al plantearse el proceso de unificación, uno de ellos sobraba. Desde el punto de vista económico, Prusia inició antes la industrialización e impulsó el establecimiento, en 1834, de la uníón aduanera con los Estados alemanes del Norte (Zollverein) que permitíó a Prusia reforzar su crecimiento económico frente a la lentitud con que Austria se industrializaba. Prusia sabrá ponerse por delante, estando a su frente el rey
Guillermo I (1861-1888) y su canciller Otto von Bismarck, político conservador, que fue el gran impulsor de la unidad alemana, utilizando, para ello, las alianzas entre los Estados y el uso final de la guerra.
EL SISTEMA ECONÓMICO DEL ANTIGUO RÉGIMEN.
Además de la agricultura existía también una actividad preindustrial (artesanía y manufactura) y el comercio. La actividad preindustrial. En ella distinguimos:El trabajo artesanal: basado en técnicas tradicionales y rudimentarias, donde el trabajo humano es el fundamental de la producción. Esta es limitada y concentrada y se basa en la calidad del producto y la obtención de pequeños beneficios. Aparece la manufactura, que se distingue de la fábrica porque en ella no se utilizan todavía las máquinas. El comercio. El Atlántico es el principal eje del comercio cuyas rutas principales se especializan en el comercio de especias, metales preciosos y esclavos. Las colonias son el gran recurso de este comercio europeo originándose una expansión colonial por parte de Inglaterra que, junto a Holanda, están a la cabeza del monopolio comercial, producíéndose la creación de grandes compañías de comercio, como, por ejemplo, la Compañía de las Indias Orientales. La actividad comercial aumenta en el Siglo XVIII: Comercio interior:tiene grandes dificultades para su desarrollo: inadecuados medios de transporte, múltiples aduanas, baja demanda, falta de capitales.Comercio Internacional:se mantienen las rutas tradicionales y aumenta la importancia de las rutas de América, Extremo Oriente asíático y África.
LAS FORMAS DE GOBIERNO A COMIENZOS DEL S.XVIII.
EL MANTENIMIENTO DEL ABSOLUTISMO. El absolutismo era el sistema político dominante en la mayor parte de Europa en el Siglo XVIII. El rey tenía un poder absoluto (no tenía límites ni se sometía a ningún control) y concentraba todos los poderes (ejecutivo, legislativo, judicial). El monarca era la encarnación del Estado, era el único que mandaba y todos los demás eran sus súbditos. Este poder se justificaba por un carácter divino, ya que recibía esa autoridad de Dios. Para ejercer el poder, el rey contaba con los Consejos, los ministros, los secretarios y los funcionarios que le asesoraban en tareas de gobierno, asuntos financieros, legislativos, etc. Y tenían como pilares básicos a la Iglesia y al ejército. Algunas cuestiones, como la implantación de nuevos impuestos, tenían que ser aprobadas por asambleas compuestas por los tres estamentos, pero apenas la convocaban. En el terreno económico, se aplicaba el mercantilismo:la riqueza de un país se medía en la cantidad de oro y plata que poseyera.El ejemplo más destacado es la Francia del Rey Sol, Luis XIV.