7.2 LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA (1874-1902): LOS NACIONALISMOS CATALÁN Y VASCO Y EL REGIONALISMO GALLEGO. EL MOVIMIENTO OBRERO Y CAMPESINO.
Nacionalismo y regionalismo. Uno de los acontecimientos más destacados de la Restauración fue la aparición de movimientos de carácter nacionalista y regionalista en Cataluña, País Vasco y Galicia. En los casos catalán y vasco también influyó el desarrollo económico de estas regiones, que permitieron la formación de unas burguésías autóctonas que fomentaron estos movimientos. En Cataluña, por influencia del Romanticismo, se formó hacia 1830 un movimiento cultural conocido como la Renaixença (Renacimiento), que reivindicaba la lengua y la cultura catalana. Pero no fue hasta 1882 cuando se formó el primer partido político catalanista, el Centre Català, fundado por un republicano federal Almirall. El Centre era de tendencia progresista y reclamaba la autonomía para Cataluña. En 1892, un grupo de intelectuales catalanes fundaron la Uníó Catalanista, cuyo programa,
conocido como las Bases de Manresa, defendía un Estado español federal y la soberanía de Cataluña en política interior. Finalmente, en 1901, surgiría la Lliga Regionalista, liderada por Prat de la Riba y Francesc Cambó, conservadora y autonomista, que llegó a ser el partido político predominante en Cataluña hasta 1923. En el País Vasco, la supresión de los fueros y la existencia de una fuerte inmigración, por su industrialización, fueron factores que originaron una corriente de defensores de la lengua y la cultura vasca (euskeros). Esta corriente desembocó en la fundación del Partido Nacionalista Vasco, 1895, por Sabino Arana. El PNV se presentaba como una fuerza antiliberal, ultracatólica independentista y racista. A partir de 1901, el extremismo de Arana se moderó, abandonando el independentismo por el autonomismo. La sociedad gallega, a diferencia de la vasca y catalana, era rural. Su burguésía era escasa. Por ello, su regionalismo fue débil y tardío. A mediados del S. XIX, se inició el movimiento de O Rexurdimiento, o resurgimiento, movimiento
literario, en defensa de la lengua y la cultura gallegas. Pero hubo que esperar a principios del S. XX para que el galleguismo adquiriera un carácter político, responsabilizando al Estado del atraso económico de Galicia. En cualquier caso, el regionalismo gallego, como el valenciano y el andaluz, se mantuvo muy minoritario. El Movimiento obrero y campesino. Las primeras manifestaciones de protesta obrera aparecieron durante el reinado de Isabel II y se produjeron en Cataluña, como reacción contra la mecanización, pues se responsabilizaba a las máquinas de la pérdida de puestos de trabajo y del descenso de los salarios. El incidente más grave fue el incendio de la fábrica Bonaplata de Barcelona, en 1835, por emplear la máquina de vapor. Las primeras asociaciones obreras aparecieron en Cataluña hacia 1840. Eran asociaciones de obreros de la industria textil catalana, que funcionaban como sociedades de ayuda mutua. En los años del Bienio Prorgresista (1854-1856) se producía en Barcelona la primera huelga general, por la introducción de nuevas máquinas, que alcanzó
tal magnitud que el gobierno, presionado por los patronos, declaró el estado de sitio en Barcelona y prohibíó las asociaciones obreras. También se produjeron, durante el Bienio, revueltas campesinas en Castilla, Aragón y Andalucía, con ocupación de fincas. Posteriormente, entre 1861 y 1867, los jornaleros andaluces se alzaron en más de cuarenta pueblos y llegaron a formar una fuerza de 10.000 hombres armados que mataban el hambre con el saqueo y el pillaje. Durante el Sexenio Democrático, la nueva situación política permitíó que los sindicatos obreros volviesen a ser legales, a la vez que se difundía por España las corrientes socialista y anarquista procedentes de la A.I.T o Primera Internacional Obrera. En 1868, el italiano Fanelli, enviado por el anarquista Bakunin, visitó España y logró la expansión del anarquismo entre el proletariado catalán y los jornaleros andaluces. En 1870 se fundó la Federación Regional Española (FRE) de la A.I.T de ideología anarquista. En 1871, el francés Lafargue, yerno de Marx, se instaló en
Madrid, donde creó un activo núcleo marxista en torno al periódico La Emancipación. En este grupo destacaron Francisco Mora y Pablo Iglesias. Las diferencias entre anarquistas y marxistas se evidenciaron en el Congreso obrero de Zaragoza, en 1872. Poco después, los marxistas españoles fueron expulsados de la Federación Regional Española de la A.I.T, de mayoría anarquista, formando por su cuenta la Nueva Federación Madrileña. Con la Restauración, las organizaciones obreras sufrieron una dura represión y pasaron a ser clandestinas. La llegada de los liberales de Sagasta al gobierno, suavizó la represión, legalizó el asociacionismo obrero y creó una Comisión de Reformas Sociales, cuyos informes no condujeron a reformas concretas. En 1881, la Federación Regional Española anarquista cambió su nombre por el de Federación de Trabajadores de la Regíón Española, centrando su actividad en la acción sindical. Sin embargo, una minoría de anarquistas radicales optó por la «acción directa» o violencia terrorista, atentando contra
personajes destacados de la Restauración (Cánovas) o practicando el terrorismo colectivo contra la burguésía y la Iglesia. En cuanto al socialismo marxista, la Nueva Federación Madrileña se transformó en 1879 en el Partido Socialista Obrero Español, liderado por Pablo Iglesias. Fiel a su doctrina marxista, el PSOE se mostraba partidario de la supresión de las clases sociales, de la propiedad colectiva, y de la conquista del Estado por la clase obrera. En 1888, los socialistas impulsaron la creación de su sindicato, la Uníón General de Trabajadores. Partido y sindicato tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia, mientras que el anarquismo fue predominante en Cataluña y Andalucía. También a finales del siglo XIX, surgieron movimientos obreros católicos que alcanzaron cierta importancia entre los pequeños y medianos propietarios de Castilla.