La sublevación militar y el inicio de la guerra
Tras la derrota electoral de las derechas en febrero de 1936, los generales Sanjurjo, Mola y Franco empezaron a preparar una sublevación. El 17 de julio Franco viajó desde Canarias a Tetuán para ponerse al frente de las tropas de Marruecos y firmó la declaración de estado de guerra. Aunque otras guarniciones militares se le unieron, la decisión de José Giral de entregar armas a las organizaciones obreras impidió que los sublevados tomaran el poder central. Con el ejército dividido, la rebelión derivó en una guerra civil gracias a la ayuda germano-italiana que permitió trasladar a la Legión a la península. El país y la sociedad también se dividieron. Apoyaron el golpe falangistas, carlistas, monárquicos, católicos, la Iglesia y propietarios agrícolas. Del lado republicano, la pequeña burguesía, sectores populares, afiliados a partidos y sindicatos e intelectuales.
La dimensión internacional del conflicto
En agosto 27 países firmaron el Acuerdo de No Intervención que prohibía la exportación a España de armas y material de guerra. El Comité de No Intervención se encargaría de vigilar el embargo de armas. Alemania e Italia no respetaron el acuerdo y apoyaron a los sublevados con créditos, combatientes y armamento de calidad (Legión Cóndor y Corpo di Truppe Volontarie). Stalin, temeroso de que Francia quedara aislada, decidió ayudar a la República, que también contó con las Brigadas Internacionales, miles de jóvenes voluntarios venidos de Europa y América con la idea de combatir al fascismo.
Desarrollo de la guerra
En 1936 se desarrolla la fase de columnas o miliciana. Tras dominar Andalucía occidental y Extremadura, el asalto al Alcázar de Toledo retrasó el avance de Franco hacia Madrid, permitiendo que la llegada de tanques rusos y los primeros brigadistas evitaran la caída de la capital. En el norte, milicianos anarquistas de Cataluña se quedaron a las puertas de Zaragoza y Aragón quedó dividido de norte a sur. Mola conquistó Irún y San Sebastián, dejando aisladas las regiones del Cantábrico. En 1937 los sublevados se concentran en aislar Madrid (batallas del Jarama y de Guadalajara) y en el Frente Norte. La Legión Cóndor bombardea Guernica y caen Bilbao, Santander y Gijón. Fracasan las contraofensivas republicanas de Brunete y de Zaragoza, aunque recuperan Belchite. A finales de 1937 los republicanos ocupan Teruel, convirtiéndose en la primera capital recuperada para la República. En 1938, Franco, consciente del valor psicológico de ese triunfo, organizó una rápida contraofensiva que le permitió ocupar Teruel, continuó el avance hacia el Mediterráneo y dejó a Cataluña aislada. Para frenar ese avance, el general Vicente Rojo preparó la Batalla del Ebro que se desarrolló entre julio y noviembre. Fue la más encarnizada de toda la guerra y agotó definitivamente al ejército republicano. En enero de 1939 los sublevados entran en Barcelona. El Gobierno, el ejército republicano y población civil huyeron a Francia. En poder republicano quedaban todavía la capital y la zona de Valencia hasta Almería. El general Casado, jefe de la Junta de Defensa de Madrid, no compartía los intentos de Negrín de alargar la guerra y dio un golpe de estado para negociar una rendición sin represalias. No la consiguió y el 1 de abril Franco anunciaba el fin de la guerra.
La evolución política en la zona republicana
En la zona republicana, con Azaña como jefe del Estado, hubo tres presidentes de gobierno: Giral, Largo Caballero y Negrín. La decisión de Giral de repartir armas para frenar el golpe dio paso a un proceso revolucionario inesperado y violento. Anarquistas, socialistas y el POUM pusieron en marcha colectivizaciones agrarias e industriales. En los primeros meses hubo incendios de iglesias, requisas de bienes y asesinatos de gentes conservadoras y del clero, que perjudicaron la imagen de la República. En septiembre asumió la presidencia Largo Caballero, al frente de una coalición de republicanos, socialistas, comunistas y, por primera vez en el mundo, anarquistas. La tensión entre los partidarios de centrarse en la guerra, y los anarquistas y el POUM, que la creían compatible con la revolución, desembocó en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona. Largo Caballero no quiso disolver el POUM y dimitió. El nuevo presidente, Juan Negrín, trasladó el gobierno a Barcelona para frenar la revolución y centrarse en la guerra. Intentó un final negociado en 1938, pero Franco sólo aceptaba una rendición sin condiciones. Tras el reconocimiento oficial de Franco por parte de Gran Bretaña y Francia, Azaña dimitió y marchó al exilio en febrero de 1939.
La evolución política de la zona franquista
En la zona sublevada inmediatamente se puso en marcha la represión de sus enemigos políticos: primero, los militares fieles al Gobierno y las autoridades republicanas, luego, militantes o simpatizantes de organizaciones de izquierda, intelectuales, maestros, etc. Esta zona se organizó como un Estado militarizado en el que Franco asumió el papel director. En octubre de 1936 fue nombrado Generalísimo de los Ejércitos y en 1938 se hizo con la jefatura del estado y la presidencia del gobierno. En abril de 1937 decretó la unificación de las organizaciones derechistas en un partido único, FET y de las JONS, del que también sería el jefe. Contó desde el principio con el apoyo ideológico de la Iglesia católica. El carácter autoritario del régimen se plasmó en dos leyes: el Fuero del Trabajo (1938), que prohibía las reivindicaciones obreras y creaba un sindicato único; y la Ley de Responsabilidades Políticas (1939) con la que castigaron a todos aquellos que hubiesen apoyado a la República.
Consecuencias de la guerra
Además de la destrucción de infraestructuras y la caída de la producción agraria e industrial, las pérdidas humanas superaron las 500.000 personas, entre muertos en combate y represaliados. A estas, hay que añadir el exilio de 400.000 personas más, entre políticos, militares, dirigentes, intelectuales, etc. En el terreno político, el triunfo de los sublevados supuso la instalación de una dictadura, la eliminación de partidos y sindicatos y la depuración administrativa y económica de los vencidos.