Revolución de febrero
Las reformas iniciadas tras la revolución de 1905 quedaron muy lejos de transformar las arcaicas estructuras sociales y políticas del Imperio. El sufragio para elegir a la Duma se estipuló de forma corporativa e indirecta para impedir el auge de las fuerzas opositoras. El poder del Parlamento era escaso y el zar y sus ministros no eran responsables ante él. Además, la reforma agraria había favorecido a los kulaks, que habían aumentado sus propiedades a costa de los campesinos más pobres o de las tierras de las comunas rurales. Pero en 1914 parecía que el zarismo había superado sus problemas. El poder del zar controlaba a la Duma, que era clausurada cuando le interesaba. La industrialización de las ciudades crecía a buen ritmo y los problemas en el campo parecían apagados. Sin embargo, la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial al lado de las potencias aliadas creó la coyuntura para un nuevo estallido revolucionario de mayor envergadura que el de 1905. Soldados del frente arrodillados ante el zar, que muestra un icono religioso, 1915.
Economía y Malestar
La economía rusa se orientó en abastecer al ejército. La mayoría de las fábricas se transformaron en industrias de guerra y el reclutamiento de campesinos hizo disminuir la producción agraria. Los productos de primera necesidad comenzaron a escasear, los precios subieron y la capacidad adquisitiva de los asalariados disminuyó. La escasez y el hambre se extendieron entre la población. A este malestar se sumaron las derrotas militares ante Alemania. El ejército ruso estaba poco equipado, deficientemente armado y mal dirigido. Las bajas entre los combatientes, procedentes mayoritariamente de las clases populares, eran enormes y muchos soldados desertaban. A las manifestaciones contra la carestía de la vida se unió el descontento por lo que sucedía en el frente. Para frenar las críticas, el zar disolvió la Duma y el malestar político aumentó. La confianza en el zar se había hundido y el Estado se desintegraba. Los complots se sucedían en una corte en la que el monje Rasputín, un personaje muy discutido, que tenía cada vez mayor influencia sobre la familia Romanov. Rasputín fue asesinado por un complot nobiliario en 1916. Ante esta coyuntura, la situación revolucionaria se desató de nuevo. El desastre militar, la penuria económica y el descontento político condujeron a la revolución de febrero de 1917.
Desarrollo de la Revolución
La revolución comenzó el día 23 de febrero con una gran manifestación en Petrogrado y encontró eco en diversas ciudades del Imperio. Como ya había ocurrido en 1905, en todo el país se formaron comités revolucionarios de obreros, campesinos y soldados (los sóviets), que agrupaban a las fuerzas revolucionarias de oposición al zarismo (eseritas, anarquistas, mencheviques y bolcheviques) y que adquirieron un gran protagonismo en la organización de la revuelta. El día 27 de febrero tuvo lugar una huelga general en las principales ciudades, que fue seguida por el amotinamiento de la guarnición militar de la capital, que se negó a disparar a la multitud. Todas las protestas populares exigían la retirada de la guerra, la dimisión del zar y la mejora de las condiciones de vida. Ante la insistencia de parte del ejército y la presión popular y de los partidos de la Duma, el zar decidió abdicar. La Duma tomó protagonismo en la crisis y, de acuerdo con el sóviet de Petrogrado, nombró un gobierno provisional presidido por el conservador príncipe Lvov.
El Doble Poder
El nuevo gobierno prometió reformas políticas (elecciones libres, libertad de opinión, de prensa, de reunión…) y sociales (jornada laboral de ocho horas, derechos sindicales…), al tiempo que se comprometía a convocar elecciones libres para una Asamblea Constituyente que decidiese el destino político de Rusia. El nuevo gobierno no atendió a las demandas de retirada de la guerra y decidió mantener los compromisos militares con los aliados. A pesar de las reformas prometidas, las condiciones de vida de la población no mejoraron, las manifestaciones proliferaron de nuevo y la unanimidad de las fuerzas políticas que habían derrocado al zar empezó a resquebrajarse. Empezó entonces a perfilarse la existencia de un doble poder. Por un lado, el gobierno provisional, apoyado por los sectores de la burguesía y del socialismo moderado, que aspiraba a convertir Rusia en una república parlamentaria al estilo occidental. Por otro, los sóviets, que agrupaban a las fuerzas revolucionarias y exigían la retirada inmediata de la guerra, el reparto de tierras entre los campesinos, la mejora de las condiciones salariales y laborales, etc.