Unificación Italiana
Los inicios de la unificación italiana se produjeron durante las revoluciones de 1830 y 1848, cuando el ejército piamontés fue derrotado por el austriaco. En los estados del norte se desarrolló un sentimiento de resistencia contra Austria. Además, se formaron sociedades secretas que difundieron el ideario nacionalista, que tuvo su reflejo cultural en el Risorgimento, un movimiento que reivindicaba la cultura y la literatura italianas. Como consecuencia aparecieron distintos proyectos políticos para Italia, como el republicano de Mazzini o la confederación de estados bajo el poder papal, defendida por Gioberti. Al final, se impuso el modelo del reino de Cerdeña-Piamonte, según el proyecto del conde de Cavour, jefe de Gobierno del rey Víctor Manuel II. La unificación de Italia tuvo que enfrentarse a la oposición del Imperio austriaco, que controlaba los estados del norte; a la del papa, que poseía la Italia central; y a la de los Borbones en el trono del reino de Nápoles. El proceso se desarrolló en sucesivas etapas:
- Anexión de Lombardía. Con la ayuda de la Francia de Napoleón III, el Piamonte derrotó a los austriacos en 1859 en las batallas de Magenta y Solferino. Las victorias permitieron la incorporación de Lombardía, pero también la cesión de Niza y Saboya a Francia. A continuación, en 1860, Cavour convocó plebiscitos para que Parma, Módena y Toscana se integraran en el Piamonte. Otra consecuencia de las batallas: el humanista suizo Henry Dunant socorrió a los heridos en Solferino y quedó tan impactado por lo que vio que decidió fundar una institución de socorro en la guerra sin distinción de bandos: la Cruz Roja.
- Conquista de Nápoles. En el sur, el impulso para formar un Estado italiano era más débil que en el norte. No obstante, en 1860, una expedición dirigida por el aventurero Giuseppe Garibaldi, al frente de los camisas rojas, conquistó el Reino de las Dos Sicilias y se lo cedió al Piamonte. En 1861, se convocó el primer Parlamento nacional italiano, con sede en Turín, que proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II de Saboya.
- Incorporación del Véneto. La región de Venecia se integró en el Reino de Italia tras la derrota austríaca en la guerra contra Prusia en 1866.
- Ocupación de Roma. La integración de los Estados Pontificios se vio dificultada por la protección ofrecida por Napoleón III al papa, bajo la presión del mundo católico. Pero, tras la derrota francesa en la guerra contra Prusia (1870), las tropas italianas se hicieron con el dominio del Estado papal y proclamaron Roma como capital de Italia. Como consecuencia de la unificación, Italia se convirtió en una monarquía parlamentaria liberal, regida según el sistema político y la Constitución del Piamonte. En un principio, el gran obstáculo fue afrontar la enemistad del papa y la ruptura de las relaciones con la Iglesia. A medio plazo, el principal problema fue el profundo desequilibrio regional existente entre el norte, eminentemente urbano e industrializado, y el sur, rural y empobrecido.
Unificación Alemana
Alemania tuvo a Otto von Bismarck como principal promotor de la unificación. Este político y estratega ejerció un protagonismo decisivo en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. A mediados del siglo XIX, Alemania estaba compuesta por 39 Estados, aglutinados en la Confederación Germánica. Los más importantes eran las dos grandes potencias de Europa central: la católica Austria y la luterana Prusia, ambas rivalizaban por controlar la Confederación. Otro estado, Baviera, de mayoría católica y con importantes núcleos urbanos, como Múnich, destacaba por su peso demográfico y territorial al sur de la Confederación; sin embargo, no tenía un gran peso político y permaneció bajo la influencia de Austria hasta 1866. El Romanticismo había divulgado la conciencia nacional alemana, basada en una lengua y una cultura comunes. Además, los intereses de la burguesía eran incompatibles con un espacio fracturado en múltiples fronteras (y aduanas), lo que dio lugar a la creación en 1834 de la Unión Aduanera, o Zollverein, en torno a Prusia. Tras el fracaso del Parlamento de Fráncfort (1848), la unificación nacional se orientó desde dos opciones: una Gran Alemania, liderada por Austria, y una Pequeña Alemania, encabezada por Prusia y que incluiría a los austriacos. Prusia lideró el proceso bajo el empuje de Bismarck, quien se dio a la tarea de debilitar la influencia de Austria y superar el rechazo de los estados católicos del sur, como Baviera, reacios a la tutela de la Prusia luterana. El proceso de unificación se concretó a partir de tres conflictos bélicos:
- Guerra de los Ducados (1864). Schleswig y Holstein eran ducados con mayoría de población alemana, bajo autoridad danesa. La alianza entre Prusia y Austria derrotó a Dinamarca en una breve pero sangrienta campaña e incorporó Schleswig a Prusia y Holstein a Austria.
- Guerra contra Austria (1866). La alianza entre Prusia y Austria estaba condenada a no durar. En cuanto vio la ocasión, el ejército prusiano atacó al austriaco y lo venció en Sadowa. A continuación, y bajo el liderazgo de Prusia, se fundó la Confederación Alemana del Norte en 1867.
- Guerra francoprusiana (1870). Este conflicto permitió a Bismarck atraer a los estados alemanes del sur. Tras la victoria en Sedán, se derrumbó el Segundo Imperio francés, y Guillermo I fue proclamado emperador (káiser) del Segundo Reich alemán. El Tratado de Fráncfort (1871) cedía a Alemania las regiones de Alsacia y Lorena. Este hecho provocó en Francia un fuerte resentimiento que sería el germen de futuros conflictos.
Revolución Rusa
A principios del siglo XX, Rusia era mayoritariamente agraria, con una economía basada en la agricultura de subsistencia y jornaleros semifeudales. La emancipación de los siervos en 1861 no eliminó su dependencia de la tierra y la aristocracia. La industrialización acelerada, promovida por el Estado y con inversión extranjera, se concentró en áreas urbanas como Moscú y San Petersburgo, así como en regiones ricas en recursos como Ucrania. Esto dio lugar a una incipiente burguesía y a un creciente proletariado, que más tarde jugaría un papel importante en los cambios políticos. /El imperio ruso era un vasto territorio que abarcaba desde Europa Central hasta el Extremo Oriente, con una diversidad de pueblos, lenguas y religiones. El zar implementó una política de centralización administrativa y rusificación, que incluía medidas como la obligación de usar la lengua rusa y profesar la religión ortodoxa. Esto generó descontento en regiones como el Cáucaso, con diversas nacionalidades y religiones, y en Polonia, mayoritariamente católica. /A pesar de la autocracia, en Rusia surgieron opciones políticas que eventualmente llevaron a la caída del régimen zarista. Estos grupos incluían al Partido Constitucional Demócrata, representante de la burguesía urbana liberal; el Partido Socialista Revolucionario, liderado por Kérenski y conformado por campesinos descontentos; y el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, fundado por Lenin y Plejánov en 1898 con una división posterior entre mencheviques, moderados, y bolcheviques, radicales liderados por Lenin. /Tras el Domingo Sangriento, las huelgas y protestas se extendieron en Rusia. En junio de 1905, la tripulación del acorazado Potemkin se sublevó, seguida por otras unidades del Ejército. Se formaron soviets en centros industriales, consejos de trabajadores que funcionaban con representantes directos. La Revolución de 1905 fue liderada por el sóviet de Petrogrado, con destacada participación del revolucionario socialista León Trotski como organizador. /Ante la agitación social, el zar aceptó propuestas de su primer ministro, el conde Witte, promulgando el Manifiesto de Octubre, que reconocía libertades civiles y establecía una duma elegida por sufragio universal masculino, junto con una constitución y reforma agraria. Aunque estas medidas calmaron las revueltas, los bolcheviques publicaron el Manifiesto de las Finanzas denunciando la maniobra del zar y el estado catastrófico de las finanzas públicas. El zar reaccionó anulando las reformas y reprimiendo a los bolcheviques con arrestos y exilios.
La Revolución de Febrero de 1917
estalló debido al descontento social, especialmente en San Petersburgo (rebautizado como Petrogrado). Los obreros organizaron soviets, apoyados por soldados que se unieron a la protesta. La Duma estableció un Gobierno provisional, presidido por el príncipe Lvov, con el socialista revolucionario Alexandr Kérenski como ministro del Ejército. Ante la presión del sóviet de Petrogrado y del Gobierno provisional, y la pérdida de control del Ejército, el zar Nicolás II abdicó en marzo de 1917. Los soviets y la Duma coexistieron como poderes paralelos, mientras el Gobierno provisional perdió apoyo debido a su decisión de mantenerse en la guerra y a las escasas reformas implementadas.
La Revolución de Octubre de 1917
Los bolcheviques, respaldados por los sóviets, decidieron tomar el poder. Durante el Il Congreso de los Soviets en Petrogrado, las tropas bolcheviques ocuparon la ciudad sin resistencia y tomaron el Palacio de Invierno, sede del Gobierno. Kérenski huyó y se estableció un Gobierno de los sóviets presidido por Lenin. La revolución se extendió rápidamente a otras ciudades. Para asegurar su éxito, Lenin promulgó decretos para cumplir con las demandas de «paz, pan y tierra» de los trabajadores, soldados y campesinos.