Victor Raúl Haya de la Torre y el APRA
Victor Raúl Haya de la Torre sostenía que los problemas económicos de Latinoamérica no se podían solucionar con modelos europeos. Argumentaba que no era el marxismo eurocéntrico de Moscú el que brindaría la solución, sino un marxismo dialéctico y universal, que respetara las características y elementos locales. Para Haya de la Torre, Latinoamérica no había experimentado una consolidación de sus sistemas republicanos, sino un debilitamiento de los mismos basado en «apariencias», lo que dejaba a la región a merced de nuevas formas de imperialismo sustentadas en un capitalismo más rápido y eficiente.
Haya de la Torre identificaba en las zonas rurales, sumidas en un estado de feudalismo, el principal obstáculo para el progreso de Latinoamérica. Por ello, consideraba que la lucha contra el imperialismo extranjero debía ir de la mano con la lucha contra el terrateniente. En este contexto, la Revolución Mexicana se erigía como el primer evento anti feudal y antiimperialista de Latinoamérica, al evidenciar una lucha por la autonomía, especialmente en lo que respecta a la independencia productiva. El APRA, fundado por Haya de la Torre, se presentaba como un medio de acción política para responder a esta necesidad. A pesar de las críticas de intelectuales dogmáticos que lo tildaban de reformista (como Mariátegui), el APRA tenía un objetivo claro de izquierda y revolucionario.
El objetivo central del APRA era la lucha antiimperialista y la unión económica de todos los países de Latinoamérica. Por ello, Haya de la Torre definía a Latinoamérica como la nación indoamericana y consideraba imperiosa la nacionalización de sus riquezas naturales.
José Carlos Mariátegui y el Socialismo Peruano
José Carlos Mariátegui observaba que el APRA y la III Internacional inicialmente compartían coincidencias en sus acciones. Sin embargo, a partir del cuarto congreso, comenzaron a surgir debates y diferencias. Estas diferencias llevaron a la Internacional Comunista a ordenar a algunos militantes a romper con el APRA y fundar un nuevo partido comunista, fiel a la III Internacional. Además de las discrepancias ideológicas, surgieron otros problemas entre los representantes. Algunos revolucionarios peruanos criticaban la falta de interés de algunos de sus pares en el plebiscito de Tacna-Arica. El socialista Hugo Pesce, por ejemplo, afirmaba que este conflicto solo beneficiaba a las burguesías de ambos países.
Dentro de la Internacional Comunista también se debatía si los problemas del campesinado indígena eran culturales o de clase. Finalmente, la Internacional Comunista admitió la existencia de un problema de autodeterminación de los indígenas que debía ser abordado. Sin embargo, para lograrlo, se debía primero vencer a las clases dominantes que oprimían tanto a indígenas, como a mestizos y blancos empobrecidos. Otro punto de controversia era el rol del antiimperialismo. Algunos revolucionarios sostenían que se debía luchar contra el imperialismo y el feudalismo, ya que bajo el feudalismo se apoyaban las dinámicas imperialistas. Por lo tanto, el antiimperialismo era fundamental en los partidos comunistas. Además, creían que la burguesía estaba dispuesta a luchar contra el imperialismo para obtener beneficios personales, lo que resultaba útil para la causa.
Mariátegui identificaba diferencias entre los revolucionarios socialistas de Sudamérica y Centroamérica. En Centroamérica, la agresión de Estados Unidos había generado una reacción antiimperialista en todos los sectores. En cambio, en Sudamérica, esta reacción era menos fuerte debido a la mayor acentuación de las clases sociales y a un nacionalismo más débil. Además, a diferencia de China, donde existía un rechazo generalizado al blanco, el criollo peruano sentía una mayor afinidad hacia el blanco extranjero que hacia su propio pueblo.
Por lo tanto, Mariátegui consideraba que la lucha de frente único propuesta por el APRA era ingenua, y aún más improbable era lograr una segunda independencia por esa vía. Además, la clase feudal dominaba la alianza con los imperialistas, ya que estos podían proporcionarles el desarrollo tecnológico del nuevo sistema capitalista, procurando al mismo tiempo no perder el monopolio de su tierra, como había sucedido en Panamá. Otra diferencia entre el Partido Socialista de Mariátegui y la Internacional Comunista era que el Partido Socialista integraba no solo a los sectores bajos, sino también a las clases medias y a parte de la élite. Se les acusaba de no ser clasistas, a pesar de que la Internacional Comunista peruana estaba llena de intelectuales provenientes de estratos sociales altos. Mariátegui insistía en que el Partido Socialista era socialista y se resistía a convertirlo en comunista, hasta su muerte en 1930, cuando las presiones de la III Internacional tuvieron éxito y el partido fue absorbido por un nuevo Partido Comunista Peruano, absolutamente fiel a la III Internacional.
El Problema Indígena y la Cuestión Racial
Según Mariátegui, la burguesía quería encubrir los problemas étnicos del continente. Siempre existía la emergencia entre los indígenas de las injusticias generadas por el sistema de castas, donde el indígena era explotado por el español en primera instancia y luego por el criollo. La conquista siempre estuvo legitimada por una supuesta superioridad racial que el hombre blanco se otorgaba a sí mismo. Se entendía que los blancos le hacían un favor a los indígenas con la evangelización y la civilización, y rebelarse era inadmisible, pues se consideraba como una traición y falta de agradecimiento. Sin embargo, Mariátegui argumentaba que la civilización prometida por los conquistadores no era tal, porque civilizaciones como la quechua o la azteca involucionaron en sus procesos productivos y en la armonía y optimización de su orden social. Además, el indígena pasaba a ser esclavo, no se le enseñaba, sino que se le sometía, y se intentaba desarticular los vínculos étnico-culturales de los indígenas mediante el mestizaje con el europeo. La superioridad del blanco no se basaba en ningún estudio científico, y el alcoholismo del indígena era fruto de la opresión del hombre blanco. Para Mariátegui, la mejora material e intelectual de un indígena estaba determinada por principios económico-sociales, no raciales.
Desde este punto de vista, en muchos países de Latinoamérica, los indígenas eran mayoría, como en Perú, Bolivia y Ecuador. Por lo tanto, ellos eran quienes reivindicaban las luchas sociales. Las luchas étnicas en estos países tenían una preponderancia revolucionaria, pues la burguesía estaba encarnada por el blanco o el mestizo heredero de la antigua casta criolla. También se había dicho que el indígena era incapaz de ejercer resistencia, lo cual era falso, y prueba de ello eran las innumerables insurrecciones indígenas acaecidas durante el periodo de conquista, colonial y republicano en Latinoamérica. Por ello, los indígenas debían ser ayudados en su lucha contra los hacendados y se les debía ayudar a conservar su cultura, especialmente su idioma, pues con él podrían rebelarse con mayor facilidad y organizarse sin ser descubiertos. Esta recuperación cultural debía hacerse mediante dinámicas autodidactas o enseñadas en juntas y sindicatos. Aunque el problema de fondo era económico y no racial, mantener las dinámicas culturales de dominación también impedía a los indígenas poder hacer la revolución. Es por ello que a cada raza debía dársele un rol revolucionario, obviamente dentro de la dinámica de la lucha de clases.