TEMA 12: LA EUROPA FEUDAL: SIGLOS XI AL XIII
I.- LOS FUNDAMENTOS DEL PODER MONÁRQUICO
A) PRINCIPADOS FEUDALES Y PRINCIPADOS REALES:
La reconstrucción del poder de los monarcas estuvo preparada y precedida por el creciente poderío de los principados feudales. Alrededor del año mil, el poder reside en los castillos. Desde ellos es como se reconstruye la autoridad de los príncipes, que van recuperando la posesión de los señoríos. A partir de 1060-1070, el conde de Barcelona Ramón Berenguer I lucha contra los señores con sus propias armas: se dedica a comprar las fortalezas en las zonas disputadas. Como llega así a poseer más castillos que sus rivales, se siente con fuerza para hacer entrar en su dependencia a los señores feudales, convirtiéndose en el señor de una amplísima clientela. De este modo nace un Estado feudal.
Este caso es precoz, pero no único. El desarrollo de las relaciones feudovasalláticas favorece en todas partes a la autoridad de los grandes. El poder monárquico progresa a través de esos mismos métodos, de suerte que se puede hablar de «principados reales». Los reyes Capetos, mediante conquistas pacientes y paulatinas, se colocan a la cabeza de un dominio que les da lo esencial de sus recursos. También ensancharán sus dominios mediante las estrategias matrimoniales y las oportunidades dinásticas, como cuando Felipe el Atrevido se apodera en 1271 del condado de Perche, que había quedado sin heredero. La ampliación del dominio real se consigue también a través de la conquista militar o de la aplicación del derecho feudal.
La conquista de Inglaterra en 1066 permite a los duques normandos hacerse con un amplio dominio, mientras que los emperadores germánicos no consiguen reunir un conjunto homogéneo de bienes en torno a la corona. En cualquier caso, es preciso subrayar que, más que un territorio, el dominio es un conjunto de derechos, rentas y poderes.
Para construir su regnum el rey no se contenta con ensanchar su dominio, sino que a lo largo del siglo XII utiliza el derecho feudal para controlar a los diferentes principados feudales. En otras palabras, el monarca se comporta con los príncipes como éstos lo hacen con los señores que de ellos dependen. De este modo la afirmación del poder monárquico viene a consolidar y coronar el edificio feudal. La pirámide feudal se ordena en una jerarquía de la que el rey es la cabeza suprema. La soberanía del rey o del emperador se basa en que ellos no deben homenaje a nadie.
B) LA MONARQUÍA SAGRADA:
El rey conservó siempre una especie de halo sobrenatural que lo elevaba por encima de los príncipes. En concreto, a los monarcas franceses la opinión popular les atribuye poderes taumatúrgicos, es decir, la capacidad de curar a los enfermos imponiéndoles las manos. Estos poderes mágicos proceden de la ceremonia de la unción, que tiene lugar en la catedral de Reims; después de haber prestado el juramento y ser armado caballero, el rey es ungido por el arzobispo y recibe la corona y las insignias reales. La unción convierte al monarca en el ungido del Señor.
La protección divina de que disfruta la persona del soberano repercute sobre el reino entero: así se define y se afirma una especie de religión monárquica en la que los símbolos, los ritos y las imágenes traducen la alianza del trono y del altar. A la consolidación de la idea monárquica contribuye también en buena parte el culto a los santos protectores del reino. La ideología monárquica moviliza en su favor un intenso trabajo sobre el pasado, sobre la memoria histórica. La teoría política medieval no concibe la renovación sino como la restauración de un orden anterior, y aunque la monarquía feudal se reconstruyó sobre unas bases radicalmente nuevas, se quiso ver en ellas «el retorno del reino de Francia a la estirpe de Carlomagno».
El desarrollo de esta «religión regia» manifiesta la alianza fundamental entre la Iglesia y el ideal monárquico. Ciertamente, en esta alianza no faltaron los conflictos y roces: la Iglesia procuró limitar el estatuto casi sacerdotal del rey, reivindicó la libertad de las elecciones episcopales y defendió sus inmunidades. Pero choca con la ambición de los monarcas, que intentan aprovecharse del prestigio y de la eficacia de la Iglesia, al tiempo que afirman altivamente la independencia del poder temporal. El clero es un apoyo fiel para los soberanos. En el clero reposa en gran parte el poder de los emperadores en Germania. Los eclesiásticos desempeñan un papel esencial en la definición de la monarquía y ocupan los puestos clave de la administración real.
C) LA CORTE DEL REY Y LA MONARQUÍA ADMINISTRATIVA:
El repliegue inicial de los reyes en su dominio directo no debe interpretarse sin más como una manifestación de debilidad, pues al mismo tiempo llevaron a cabo una centralización y una modernización administrativas que en adelante se aplicarán a mayor escala. Lo propio ocurre con los príncipes: desde 1089 el conde de Flandes monta una administración financiera que en el siglo siguiente sirvió de modelo en Normandía e Inglaterra, dominios de los Plantagenet. Se desarrollan paralelamente los movimientos de las paces de los príncipes, que convierten los principados en zonas de seguridad que, al suscitar un auge económico, beneficia indirectamente a los príncipes: es el caso, por ejemplo, de las ferias de Champaña, que se desarrollan en el siglo XII gracias a la protección de los condes Teobaldo el Grande y Enrique el Liberal. Príncipes y reyes reúnen a su alrededor una corte en la que se reorganiza un gobierno de tipo doméstico.
El desarrollo de una «sociedad cortesana» tiene evidentes repercusiones políticas, sociales y culturales: así como las cruzadas fomentaron una camaradería militar que tejió sólidas alianzas, la convivencia de la mesnada real estrecha los lazos entre el rey y una aristocracia «domesticada». Es igualmente en la corte donde se elaboran y se intercambian las producciones culturales que se imponen al conjunto de la aristocracia como modelos ideológicos.
Los servidores del príncipes son los que pueblan su curia regis. En el siglo XI es heredera del palatium carolingio, frecuentada por los grandes oficiales y los altos dignatarios. En ella se detecta la huella del naciente feudalismo, pues reúne a los primores regni, es decir los principales vasallos a los que el rey solicita el consejo, deber vasallático por excelencia. Esta presencia de barones en la corte amenaza con limitar los poderes del rey.
Desde el punto de vista administrativo, los progresos del Estado monárquico se caracterizan por el desmembramiento de la curia regis, que en el siglo XII se escinde en dos: al «hostal del rey» competen los servicios domésticos, el Consejo asume las tareas de gobierno. Esta evolución afecta a los grandes oficios que, o quedan suprimidos, o bien relegados a una función subalterna. El caso del canciller es diferente: su importancia va aumentando en los siglos XII y XIII. Por lo que se refiere a la administración de los soberanos germánicos:se compone de dos grupos diferenciados. De una parte los arzobispos, duques y condes palatinos, que acaparan los empleos de la corte; y de otra parte los vasallos directos y los oficiales domésticos, que se encargan de las tareas administrativas. Pero la presencia en la corte de los príncipes fomenta las fuerzas de disolución política. Los progresos administrativos traen consigo la especialización del Consejo segúnlas diferentes funciones. En Francia es el reinado de Felipe Augusto el que acelera los progresos de la administración.
II.- LA AFIRMACIÓN DE LAS MONARQUÍAS NACIONALES:
Entre los siglos XI y XIII la mayor parte de las monarquías tienden a coincidir con realidades nacionales. Esta tendencia general de la historia de los Estados se explica por la confluencia de varios fenómenos: el hundimiento del Imperio germánico; el conflicto feudal entre Capetos y Plantagenets; las exigencias de la Reconquista.
A) ALEMANIA, ITALIA Y EL FRACASO DEL IMPERIO:
Cuando restaura el título imperial, Otón I se presenta como heredero de Carlomagno y aspira al dominio de la Europa Occidental. Al exaltar la figura de un imperator en el sentido romano, y apelando a la figura de Cristo, la ideología imperial defiende las pretensiones universalistas de los Otones. Desde el punto de vista de la realidad política, el Imperio es una suma de principados. Mientras que en todas las monarquías de Occidente triunfa el principio hereditario, en el Imperio se mantiene el sistema electivo. La historia de este Imperio se caracteriza hasta el siglo XIII por una doble contradicción:
la primera opone la realidad del poder regio germánico a sus pretensiones al dominium mundi: la segunda opone los intereses alemanes a las ambiciones sobre Italia.
A partir del siglo XI las pretensiones imperiales chocan frontalmente con las del Papado, que afirma la reforma gregoriana. En el Dictatus Papae Gregorio VII reivindica su autoridad suprema sobre la Iglesia. El conflicto se centra en una cuestión esencial, con consecuencias políticas. El concordato de Worms zanjó la querella de las investiduras en favor del Pontificado. Con Federico Barbarroja el conflicto estalló en Italia, que se había ido liberando del control imperial. En el norte de esa península los obispos mantenían el señorío sobre sus ciudades, mientras en torno a ellos se forma una aristocracia feudal. En el sur afirma su independencia el reino normando. El emperador Federico II entregó Alemania a su hijo Enrique VII, y se dedicó a sus dominios italianos. Restaura el derecho romano y sienta las bases de un Estado «moderno». Choca igualmente con las ciudades lombardas y con el Papado. A la muerte de Federico II triunfan en Alemania las fuerzas de disolución política. Mientras los emperadores perseguían sus sueños de dominio en Italia, los príncipes ejercen el poder efectivo en los países germánicos. Dirigen la penetración alemana en la Europa central, imponiendo en ella unas instituciones feudales. El debilitamiento del Imperio facilita el triunfo de las monarquías nacionales.
B) FRANCIA E INGLATERRA: EL CONFLICTO ENTRE CAPETOS Y PLANTAGENETS:
Durante casi dos siglos, la rivalidad entre Capetos y Plantagenets sirvió de estímulo para la reafirmación del poder regio a ambos lados del canal de la Mancha. El duque Guillermo de Normandía derrota al ejército del rey Harold. Logra construir una monarquía feudal que entrará en conflicto con los reyes de Francia. Destacan dos momentos principales en la historia de la expansión de la monarquía anglo-normanda: Enrique Beauclerc reunificó los dominios paternos y los consolidó sobre bases feudales. Sin embargo, su muerte abrió una crisis sucesoria en el curso de la cual se puso de manifiesto la vieja rivalidad entre los Blois y los Anjou. La situación parecía favorable al rey capeto, Luis VI el Gordo, que casó a su hijo con Leonor, heredera del duque de Aquitania, Guillermo X. Luis VI se empeñó en la tarea de afirmación de la autoridad monárquica francesa. Pero los azares dinásticos invirtieron pronto la relación de fuerzas entre los dos linajes rivales. Luis VII logró anular su matrimonio en el concilio de Beaugency. La ocasión fue aprovechada por Enrique. Muere sin herederos el rey Esteban de Blois, reconciliado con Enrique Plantagenet. Este anima a Godofredo, a apoderarse del título de duque de Bretaña.
Enrique II Plantagenet recobra la herencia de Enrique Beauclerc (Inglaterra y Normandía) y la amplia con tres principados franceses que obtiene de sus antepasados paternos (Anjou), de su hermano (Bretaña) y de su mujer (Aquitania). La reacción capeta es al principio de carácter territorial. Luis VII dirige su mirada hacia Champaña y Borgoña, y se entrevista en la frontera con el emperador Federico Barbarroja. Le nace un hijo, Felipe, que un año después le sucederá en el trono. Felipe Augusto se dedica al reforzamiento de las estructuras administrativas de la monarquía francesa. Así se apresta a enfrentarse al poderío de los Plantagenet. Militarmente, Ricardo Corazón de León resiste victoriosamente a Felipe Augusto. Más tarde, el rey francés utilizará el derecho feudal para ampliar sus dominios. Tras la muerte de Ricardo, su hermano y sucesor Juan sin Tierra se casa con Isabel. Este último apeló a la justicia del rey de Francia, que condena al rey Juan como felón y decreta la confiscación de sus feudos. Juan sin Tierra se alió con el conde de Flandes y el emperador Otón de Brunswick, con Felipe Augusto se alinearon el Papa Inocencio III y Federico de Staufen. Los dos bandos chocaron en Bouvines en
1214, y el rey francés resultó victorioso. El derrotado Juan sin Tierra tuvo que ceder ante sus barones, que le obligaron a firmar la Carta Magna.
De modo semejante, su sucesor Enrique III tuvo que conceder las Provisiones de Oxford, mediante las cuales la autoridad del monarca quedaba controlada por el Parlamento. Las hostilidades entre ambas dinastías fueron frecuentes a lo largo del siglo XIII, hasta que firmaron el Tratado de París, que sellaba su reconciliación. El Plantagenet renunciaba a Normandía y, aunque retenía sus dominios de Limousin y Perigord, debía declararse por ellos vasallo del rey de Francia.
III.- LAS CRUZADAS:
La expansión carolingia y otoniana fue un movimiento dirigido por los reyes para ampliar sus dominios, siendo justificada por la extensión del cristianismo que de esa manera se lograba. Los movimientos de los siglos XI al XIII, están producidos por la lógica económica feudal. Buena parte de esa expansión se realizó a costa de poblaciones cristianas. De estos movimientos, forman parte la conquista normanda de Inglaterra, de Sicilia y del Sur de Italia, la expansión de los principados germanos hacia el Este, así como la de los reinos cristianos de la Península Ibérica. Pero los más conocidos son Las Cruzadas.
Entre los siglos XI al XIII, los papas predicaron, con muy diversos objetivos, un gran número de cruzadas, entre las que se cuentan varias en la Península Ibérica. Pero tradicionalmente se ha considerado que las Cruzadas por antonomasia fueron 8. Las primeras se distinguen de todos los demás movimientos. En ellas, participaron amplias masas de gentes con objetivos que iban desde conseguir la salvación llegando a Jerusalén, hasta lograr tierras y riquezas, o simplemente, por el deseo de aventura. Fueron financiadas por los comerciantes y mercaderes, quienes, buscando nuevas rutas y la manera de penetrar en los mercados orientales, primero siguieron a los soldados, luego los acompañaron, y los dirigieron.
La penetración de los cruzados fue posible porque algo antes el Califato había caído en manos de pueblos turcos, que bajo el mando de los Silyuqíes se hicieron con el poder, dividiéndose en emiratos autónomos que sólo conservaban una unidad teórica. Paralelamente, el Imperio Bizantino sufría una parálisis política, sacudido por las luchas entre la aristocracia civil y la nobleza militar. Estos elementos son los que permitieron la realización de las cruzadas, y su constante financiación durante más de dos siglos. Pero el elemento desencadenante está estrechamente ligado a la ideología y la religión, con dos componentes principales. Por un lado, el de la Peregrinación como camino de salvación, verdadero fenómeno de masas durante el siglo XI, y que se fija en Jerusalén como la mejor meta posible. Por otro, la idea de la Guerra Santa, como medio de “recuperar” los lugares santos.
Pero a partir de la IV Cruzada, a medida que los intereses comerciales y políticos quedan cada vez más al descubierto, el refuerzo ideológico prestado por la Iglesia se resquebraja, y arrastra consigo la propia credibilidad del Papado y de la jerarquía eclesiástica, siendo uno de los factores que están en el origen de los movimientos de reforma o disidencia del siglo XIII. Del computo total de 8 cruzadas, destacan las cuatro primeras:
La Primera Cruzada empezó en 1095 predicada por Urbano II y finalizó con la conquista de Jerusalén. Esta Cruzada contó con dos expediciones: La primera surgió tras las predicaciones efectuadas entre las clases populares por Pedro el Ermitaño, y estuvo integrada por una muchedumbre de campesinos sin armamento y sin subsistencia, siendo diezmados por los Turcos. Tras este fracaso, se organizó una nueva expedición integrada por caballeros, con mejores pertrechos y formación militar, estaban dirigidos por Godofredo y Balduino de Bouillón. En ella se conquistaron ciudades como Nicea, Edesa, Antioquia y Jerusalén.
La Segunda Cruzada surgió tras la toma de Edesa, fue predicada en el año 1146 por el Papa Eugenio III.
La respuesta que obtuvo de la cristiandad fue muy amplia, formándose un basto ejército dirigido por Conrado III de Alemania y Luis VII de Francia.
Pero tras su llegada a Oriente fueron diezmados en sucesivos enfrentamientos con los musulmanes. Finalmente al sitiar la ciudad de Damasco fueron totalmente derrotados, quedando de manifiesto la mala organización de esta cruzada y la desunión de los señores feudales. Las mayores aportaciones de esta Cruzada, fue la colaboración que prestaron los cruzados en la conquista de Lisboa, Almería y Tarragona.
La Tercera Cruzada, surgió tras la derrota sufrida por los ejércitos cristianos en Hattin (1187), lo que supuso la conquista de Jerusalén por Saladino.
Esta conquista determinó que en la cruzada tomaran parte Federico I Barbaroja de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo I Corazón de León de Inglaterra. En esta expedición se conquistó Chipre y Acre. Tras las sucesivas derrotas sufridas por los cruzados, en Occidente se cuestionó el sentido religioso de las mismas.
La Cuarta Cruzada fue predicada por Inocencio III a inicios del siglo XIII. Este Papa dota a la misma de un nuevo contenido ideológico, imponer la supremacía del Pontífice sobre los señores feudales de Oriente y Occidente. La expedición estaba capitaneada por Bonifacio de Montferrato.
En ella se conquistó Constantinopla, surgiendo los Ducados de Atenas y Tebas.
El resto de las cruzadas fueron grandes fracasos.
CONSECUENCIAS DE LAS CRUZADAS
Un primer aspecto a resaltar es su fracaso general, pues de las cuatro primeras cruzadas, tan sólo la primera consiguió los fines que la motivaron. El resto, o fracasaron o sus logros no fueron relevantes para la cristiandad. Una de las razones que más directamente impidieron el éxito se debe a la imposibilidad de aunar en torno a un ideal común los intereses particulares de sus principales dirigentes. Las discrepancias entre los caballeros, príncipes, Emperador y papado, impidieron la concentración de esfuerzos y, sobre todo, minaban la integridad y espíritu combativo de los cruzados.
Mientras Bizancio necesitaba la ayuda de Occidente para defender las fronteras de su Imperio, Venecia procuraba el debilitamiento de Constantinopla para conseguir la hegemonía de su comercio en la zona. A su vez, los venecianos tenían como antagonistas políticos a los normandos de Sicilia. De cualquier forma hay que resaltar el papel esencial que Bizancio tuvo que desempeñar como proveedor imprescindible del avituallamiento y medios de transporte de los cruzados. Sin su colaboración, las operaciones militares estaban llamadas al fracaso, pues los combatientes, antes de llegar al punto de encuentro, tenían que recorrer grandes distancias y sus retiradas estaban sometidas a la presión del ambiente adverso.
Las consecuencias económicas más positivas son el despegue económico de las ciudades marítimas mediterráneas de Francia y sur de Italia gracias a la apertura de nuevas rutas comerciales, con la posibilidad de acceder directamente a las fuentes de materias primas en el Extremo Oriente. Venecia y Pisa fueron las dos ciudades más beneficiadas. La intensificación y variedad del comercio con Oriente en estas ciudades, generó una burguesía fuertemente enriquecida y dio lugar a una notable mejora en los niveles de vida donde la presencia de productos y costumbres orientales eran el símbolo del progreso y distinción. El contacto con árabes y bizantinos contribuyó a un enriquecimiento cultural, científico y literario, que habría de tener hondas consecuencias para la nueva Europa que se estaba configurando.
IV.- LAS ÓRDENES MENDICANTES
La Orden Franciscana surge como un movimiento de renuncia a los bienes materiales y de reforma moral, sin una organización estricta, dedicada a la prédica moral, pero considerada este como absolutamente personal, insistiendo en la acción pacífica y sin criticar a la iglesia o sus riquezas, lo que le ganó el apoyo de la jerarquía y los Papas, que pudieron utilizarla frente a los grupos que condenaban el excesivo lujo y la implicación política de la iglesia, y que fueron declarados herejes.
A pesar de su oposición a concretar una estructura de Orden religiosa al modo tradicional, por considerar que ello la haría renunciar a los principios básicos, la presión de los Papas y la expansión del movimiento obligaron a Francisco de Asís a admitir una estructuración en provincias. Desde 1223 hasta su muerte, el fundador vivió apartado de la dirección de la Orden, y en su testamento insistía en la pobreza y en la falta de privilegios. Pero ya se dirigía a una Orden que estaba en camino de convertirse en una de las más poderosas de la época, y que a finales de siglo tenía ya una estructura jerárquica muy similar a la de los Dominicos, aunque conservó una tendencia popular que aquellos nunca tuvieron.
A partir de mediados del siglo XIII y hasta 1348 se desató la polémica sobre la pobreza, que condujo a escisiones en el seno de la Orden, e incluso a la ruptura con el Papado acusando a Juan XXII de herejía, uniéndose al Emperador Luis de Baviera.
Los Dominicos.
Fue fundada por Domingo de Guzmán para oponerse a los Cátaros, fundando una serie de conventos con los sacerdotes dedicados a la enseñanza dogmática y moral. Aunque en los conventos se formaban novicios y pasaban épocas de estudio los frailes, estos debían ser pobres e itinerantes, para oponer el modelo a los cátaros. Inocencia III reconoció la Orden y esta adoptó la regla agustiniana. Se situaron bajo la dependencia del Papa.