1. Génesis de los Reinos y Condados Occidentales
Los musulmanes en la Península nunca llegaron a controlar la cordillera Cantábrica, donde permanecieron pequeños reductos hispanos visigodos. Se habla de la importancia de Pelayo y cómo se convirtió en caudillo de un gran grupo que venció en Covadonga, una escaramuza contra los musulmanes. Sus sucesores lograron crear el llamado Reino Asturiano con capital en Oviedo.
De entre ellos destacó Alfonso I, que logró atraer a su causa a la población hispano-visigoda entre el Duero y la cordillera Cantábrica, creándose una “Tierra de nadie”. El Reino Asturiano se consolidó con Alfonso II “el Casto”, que formó una sociedad según los principios del “Fuero Juzgo” y se dio a conocer en Europa gracias al descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago.
El reinado de Alfonso III “el Magno” coincidió con la crisis del emirato independiente, lo que le permitió hacer efectiva y con poco costo la ocupación hasta el Duero. Se reforzó la orilla derecha de la línea que trazaba el río con una serie de villas y castillos controlados por condes. Esta seguridad permitió trasladar la capital de Asturias hasta León. El Reino Asturiano había dado paso al Reino de León.
Ocupación efectiva del territorio del Duero y repoblación
Con el tiempo, uno de esos condes reunió una buena porción de los territorios, fundando el Condado de Castilla. Gobernado por el conde Fernán González, consiguió independizarse del Reino de León y transmitirlo a su sucesor, el conde García Fernández.
2. Los Condados Orientales: Entre Francos y Musulmanes
En el siglo VIII, la zona pirenaica se había convertido en territorio de frontera de los francos: su emperador Carlomagno tenía como objetivo el valle del Ebro. La derrota de Roncesvalles lleva a la creación de la Marca Hispana, centrada en Pamplona, y la conquista del sur de los Pirineos, tomándose Barcelona. Carlomagno encomendó estos territorios a condes francos a su servicio y obediencia.
Surgieron los condados de Pamplona, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y los condados catalanes. En el siglo IX, la distancia tan grande de la corte franca permitió una cierta autonomía. El reino de Pamplona se expandió hacia el Reino de Navarra. Su esplendor vino del rey Sancho III el Mayor. Aznar Galíndez hizo lo mismo en el condado de Aragón, aunque cayera bajo la órbita de Sancho III. A su muerte, su hijo lo convirtió en reino.
En los condados catalanes, el conde de Urgel logró expandir sus territorios y convertirlos en hereditarios. La desvinculación con los francos no tuvo lugar hasta finales del siglo X con Borrell II.
3. Los Reinos Occidentales: Hegemonía de la Corona de Castilla
Los inicios del siglo XI coinciden con la crisis definitiva del califato de Córdoba y el inicio de los Reinos de Taifas. Si Fernando I (hijo heredero de Sancho III) logró unificar Castilla y León y dominar por completo la línea del Duero, la coyuntura de la desaparición califal fue aprovechada por el rey de Castilla Alfonso VI, que logró llevar la frontera hasta el río Tajo con la conquista de Toledo en 1085. Castilla se convirtió en la potencia hegemónica peninsular.
Era sobre todo un importante golpe de efecto, puesto que significaba reconquistar la capital de la antigua monarquía visigoda, aunque esto supusiera la llegada almorávide, las terribles derrotas cristianas en las batallas de Sagrajas en 1086 y Uclés en 1108, y la unificación de las taifas bajo la autoridad de Yusuf ibn Tasufin. Toledo y la línea del Tajo pudieron aguantar los embates almorávides. Es conocido el sitio de Aledo, plaza fuerte que fortificara Alfonso VI y que los almorávides, llegados al lugar en 1090, no pudieron tomar.
Ya en el siglo XII, Alfonso VII el Emperador estableció la frontera en el río Tajo. A su muerte a mediados del siglo XII, el reino volvió a dividirse: su nieto Alfonso VIII heredó Castilla y su hijo Fernando II heredó León.
El Ideal de Cruzada y las Órdenes Militares
Es en este momento cuando surge el ideal de cruzada, apareciendo en la Península la figura del cruzado que tiene como objetivo la recuperación de los Santos Lugares. Las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa estaban formadas por grupos de monjes-soldados al frente de un Comendador y que mantenían los votos propios de las órdenes monásticas, pero con el compromiso de combatir al infiel.
A mediados del siglo XII llegan a la Península los almohades. El anhelo de Alfonso VIII por poner la frontera en el río Guadiana se ve cortado por la terrible derrota de Alarcos a manos del califa almohade Abu Yusuf Yaqub al-Mansur.
La definitiva unión de los reinos de Castilla y de León se produce en 1230 con el reinado de Fernando III “el Santo”, que atravesó Sierra Morena conquistando el valle del Guadalquivir y tomando Sevilla en 1248.
4. Los Reinos Orientales
Fue el periodo del expansionismo aragonés de la mano de Pedro I y de su sucesor Alfonso I el Batallador. A mediados del siglo XII (1137) se produjo el matrimonio entre el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y doña Petronila, heredera de la corona de Aragón. Su política estuvo orientada a expansionarse territorialmente por la costa mediterránea, sobre todo en la época de Jaime I, que ocupó las Baleares en el siglo XIII junto al reino de Valencia, teniendo que llegar a un pacto con Castilla para delimitar la línea fronteriza por Alicante con el reino castellano de Murcia.
5. Los Reinos Cristianos en la Baja Edad Media
Desde el siglo XIII, el mapa político de los reinos cristianos de la Península lo componían cuatro reinos: Portugal, el Reino de Castilla, Navarra y la Corona de Aragón.
6. Los Reinos Orientales en la Baja Edad Media (Navarra y Aragón)
a. La Corona de Aragón
Tras ocupar el reino de Valencia y pactado con Castilla el límite sur, Aragón orientó su expansión hacia el Mediterráneo. A la toma de las Baleares le siguió la intervención de Pedro III en la isla de Sicilia (1282). El control del Mediterráneo occidental tiene lugar con el rey Jaime II, que conquista Cerdeña (1324), completado por el monarca Alfonso V el Magnánimo, que conquista el reino de Nápoles en 1443. El temor posterior del emperador bizantino a los almogávares le llevó a ordenar el asesinato de Roger de Flor, lo que provocó la llamada “venganza catalana”. Los almogávares saquearon Grecia y fundaron los ducados de Atenas y Neopatria, que duraron hasta 1390.
La Guerra de los Dos Pedros
La Guerra por la hegemonía peninsular, conocida como la de los “dos Pedros”, fue iniciada en 1356 entre Pedro I “el Cruel” de Castilla, hijo de Alfonso XI, y Pedro IV “el Ceremonioso” de Aragón. Esta lucha por la hegemonía peninsular hizo intervenir también en la disputa a navarros, portugueses y granadinos. Era una proyección de la llamada “Guerra de los Cien Años” que asolaba Europa desde hacía tiempo.
La muerte violenta del rey castellano Pedro I “el Cruel” dejó la puerta abierta al advenimiento en Castilla de la Casa de Trastámara en la persona de Enrique II. Pero para Pedro IV el Ceremonioso, en cierto modo vencedor, las cosas no fueron mejor, puesto que tuvo que firmar en 1374 el tratado de Almazán, por el que reconocía oficialmente la hegemonía castellana y que fue la fuente de las especiales tensiones que se siguieron en la época. A su muerte sucedieron en la corona de Aragón sus hijos Juan I y posteriormente Martín I.
Crisis Dinástica y Compromiso de Caspe
La muerte de Martín I “el Humano” sin descendencia en 1410 planteó un problema dinástico que se unía a los problemas económicos que el Reino de Aragón padecía de antiguo. Su muerte supuso también una auténtica guerra sucesoria donde muchas partes querían hacer valer sus intereses: la nobleza aragonesa, la valenciana o la burguesía comercial catalana estaban muy interesadas en el asunto. También la iglesia española, dirigida por el depuesto papa Benedicto XIII desde su base de Peñíscola, intervino en la cuestión.
Aragoneses, valencianos y catalanes negociaron en Caspe para llegar al compromiso oficial de 1412, por el que se elegía como rey, entre los candidatos existentes para la corona de Aragón, a Fernando de Antequera. Se perjudicaba notablemente con la decisión las inclinaciones catalanas, que habrían preferido la candidatura de Jaime de Urgel. Su elección supuso el fin de las intromisiones de la burguesía catalana en la política de la corona de Aragón, aunque tuviera que buscar el apoyo de regiones y estamentos diferentes. A su muerte sucedió Alfonso V el Magnánimo (1416-1458), a quien la necesidad de reformas económicas le llevó a buscar el apoyo de los llamados payeses de remensa, suprimiendo las leyes de servidumbre por la sentencia interlocutoria de 1455. Además, su hermano, con posterioridad llamado Juan II (1458-1479), contribuía en las tareas de gobierno adoptando medidas autoritarias que perjudicaban a la burguesía de las ciudades aragonesas.
b. El Reino de Navarra
Como ya se dijo, Navarra alcanzó su apogeo con Sancho III el Mayor (1005-1035), dominando Aragón, ocupando Castilla, León y los condados de Sobrarbe y Ribagorza. A su muerte, dividió el reino entre sus hijos: al mayor, García Sánchez, le dio Navarra con el título de rey; Aragón a Ramiro; Castilla a Fernando; y los condados de Sobrarbe y Ribagorza a Gonzalo. Pronto los hermanos se enzarzarían en una guerra civil. También Ramiro I, que formó reino en Aragón incorporando los condados de Sobrarbe y Ribagorza y uniendo Navarra en 1076. Así siguió hasta la muerte de Alfonso I el Batallador, último rey de los reinos de Navarra y Aragón unidos, puesto que Navarra se separa definitivamente de Aragón.
En la época de Alfonso X el Sabio, Navarra estrechó lazos con Francia, cayendo en su órbita a raíz del matrimonio entre la reina navarra Juana y el rey francés Felipe IV. No volvió a tener Navarra plena independencia hasta la época de Carlos II (1349-1387). Tras diversas vicisitudes, Navarra entró de nuevo en la órbita castellana, apoyando Carlos III a Enrique de Trastámara en su lucha dinástica, hasta el punto de casar a su hija Blanca de Navarra con el primogénito Trastámara Juan II, el futuro rey de Aragón, de cuyo matrimonio nació Carlos, príncipe de Viana. Los navarros se dividieron en dos bandos: los beaumonteses o nobles de la zona de la montaña, que apoyaban la causa del príncipe de Viana, y los agramonteses o nobles del llano, que apoyaban al padre.
La muerte de Carlos de Viana en extrañas circunstancias (se habla de que la madrastra lo envenenó) y el trabajo del padre para que el trono navarro fuera a parar a la línea de su hija Leonor, casada con Gastón de Foix, provocó la intervención de su hermanastro Fernando el Católico, estableciendo un protectorado sobre el reino e incorporándolo a la unión castellano-aragonesa en 1512 en una rápida expedición militar dirigida por el duque de Alba.
7. La Corona de Castilla en la Baja Edad Media
La importancia de las Navas de Tolosa radicaba en que, de hecho, quedaba en manos cristianas el estratégico paso de Despeñaperros, considerado como la puerta del valle del Guadalquivir a través de Jaén. Desde allí, Córdoba y Sevilla estaban al alcance de la mano. Fernando III consolidó las posiciones castellanas en la Mancha y Extremadura, y envió a su hijo en 1243 a la conquista del reino de Murcia, aplicándose él mismo en llegar cuanto antes a Sevilla. Entró en Córdoba en el año 1236 y en Sevilla en 1248. Se cierra así definitivamente la llave de Gibraltar a cualquier invasión africana nueva, asegurándose militarmente el estrecho.
La Conquista de Granada
Desde la ocupación del Guadalquivir quedaba el reducto granadino, que comprendía también las actuales provincias de Málaga, Almería y parte de Jaén. En 1481, los Reyes deciden iniciar la campaña de conquista del Reino de Granada, comenzando las operaciones por la zona de Málaga y aprovechando la guerra civil existente entre los propios granadinos; esta campaña duraría hasta 1487. En 1488 se abre un segundo frente a través del Reino de Murcia; el día 6 de junio de ese año, el rey Fernando el Católico está en Lorca al mando del ejército real. En 1489 se toma Baza y el mismo camino corre Almería. La toma de Loja aceleró el proceso; para 1491, las rivalidades cortesanas en Granada fueron la antesala de la firma de las capitulaciones y de la entrada de los Reyes Católicos en Granada en los primeros días de enero de 1492. Había dejado de existir Al-Ándalus, aunque no su población ni la cultura musulmana.