Introducción
En 1830, María Cristina de Nápoles, sobrina y cuarta esposa de Fernando VII, quedó embarazada. La obsesión del rey por que su hija llegara a gobernar condicionó la vida política final de Fernando VII (1814-1833). Existía un problema evidente: estaba vigente el Auto Acordado de 1713 en el que Felipe V había establecido la preferencia de sucesión de los varones sobre las mujeres. Ese mismo año Fernando publicó la Pragmática Sanción que derogaba el citado Auto. Hubo una protesta absolutista encabezada por su hermano, Carlos María Isidro, y Fernando le desterró a Portugal. Después se acercó a los liberales para que le dieran apoyo. Se produjo una tímida apertura alrededor de la figura de Cea Bermúdez. En 1833, Isabel (1833-1868), con 3 años, juraba como sucesora. En septiembre moría Fernando VII iniciándose el periodo de Regencias.
Regencia de María Cristina de Nápoles (1833-1840)
Su esposa, María Cristina de Nápoles, era elegida regente mientras que el hermano del rey, Carlos María Isidro, muy defraudado con esta situación, promovía las primeras partidas militares carlistas y publicaba el Manifiesto de Abrantes en el que se autoproclamaba Carlos V. Además de una cuestión dinástica se trataba de un enfrentamiento entre dos modelos de sociedad: absolutismo contra liberalismo. María Cristina se rodeó de políticos liberales que abogaban por una monarquía constitucional, pero existieron dos tendencias: moderados y progresistas. Los moderados eran partidarios de la soberanía compartida entre el monarca y las Cortes y del sufragio censitario. Los progresistas defendían una soberanía nacional con más limitaciones en las facultades del rey y un sufragio censitario más amplio. Ambos partidos acabarían siendo encabezados por generales del ejército que se convirtieron en verdaderos árbitros de la situación política al alternarse en el poder a través de pronunciamientos militares.
El primer gobierno de la Reina Gobernadora estuvo presidido por Cea Bermúdez, un absolutista reformista que intentó una tercera vía entre el carlismo y el liberalismo. Tuvo tímidos avances liberales, pero estuvo más preocupado por hacer reformas administrativas (como la división provincial del ministro de Fomento, Javier de Burgos) que políticas. En 1834 la regente entregó el gobierno al liberal moderado Martínez de la Rosa ante la presión ejercida por algunos militares. Sus medidas fueron positivas: concedió una amplia amnistía para los liberales, terminó con la estructura gremial para favorecer la industria y el comercio y, sobre todo, promulgó el Estatuto Real (1834).
Estatuto Real (1834)
Se trataba de una carta otorgada por la monarquía de derechos y libertades. Establecía dos Cortes y mantenía muchas competencias para la corona. Sin embargo, el gobierno se vio tambaleado por varios desórdenes: tumultos anticlericales en Madrid en 1834 y obreros. En 1835 la reina se apoyó en los progresistas y en el capaz Juan Álvarez Mendizábal, quien organizó la Milicia Nacional con los objetivos de: recaudar dinero, aumentar la productividad agrícola del país, financiar la guerra y ganar adeptos a la causa liberal. Sin embargo, aunque tuvieron efectos positivos, los ingresos no fueron los planeados y hubo que recurrir a empréstitos extranjeros para costear la guerra. Además, el gobierno quedó enfrentado con el Vaticano lo que llevó a una ruptura con la Santa Sede y el clero regular abrazó con entusiasmo la causa carlista. Por todo ello, la regente le sustituyó por Francisco Javier de Istúriz bajo cuyo gobierno se produce un generalizado levantamiento liberal en diversas provincias que culmina cuando en el Palacio de la Granja de San Ildefonso se produce la sublevación de los Sargentos el 13 de agosto de 1836. La Regente se ve obligada a derogar el Estatuto Real y se restaura la Constitución de 1812. Istúriz sale del gobierno sustituido por José María Calatrava, que redactarán una nueva constitución.
Constitución de 1837
Se promulgó entonces la Constitución de 1837, que consiguió instaurar en la sociedad española. Establecía Cortes bicamerales (Congreso de los Diputados y Senado) elegidas por sufragio censitario aunque ampliado (hubo elecciones en 1837 y 1839 con un electorado de 265.000 personas). Anulaba la censura y reconocía derechos propios del ser humano. Aunque mantenía la confesionalidad del Estado y la potestad de la corona de hacer leyes (junto con las Cortes), de nombrar ministros, y de convocar y disolver Cortes.
Mientras el general Baldomero Espartero se situó al frente del Ejército del Norte (Guerra Carlista) y derrotó repetidamente a los carlistas. Espartero culminó con el líder carlista Rafael Maroto el Convenio de Vergara, que ponía fin a la guerra oficial. Sólo el general Ramón Cabrera continuó luchando en el Maestrazgo hasta su derrota en 1840. La ascendente fama de Espartero le situaba como el gran opositor a la regente María Cristina y, en torno a su figura, como señala el historiador Carlos Seco, se produjo un consenso absoluto en 1840. La regente perdía prestigio entre los progresistas por su indisimulada preferencia hacia los moderados. Además, su matrimonio con Fernando Muñoz, un guardia de corps (con el que tuvo 8 hijos), invalidaba el derecho a tutela sobre las hijas herederas al trono, por una cláusula en el testamento de Fernando VII. Se produjo una entrevista entre Espartero y María Cristina en Barcelona, que terminó con un total desacuerdo entre ambos por la ley de Ayuntamientos. Cuando la regente firmó la Ley (que dejaba el control de los mismos en manos del Ministro de Interior) surgieron protestas en Barcelona y, luego, en Madrid (motín con formación de Juntas) que Espartero supo liderar inteligentemente hasta conseguir la abdicación de la regente y su exilio a Francia.
Regencia de Espartero (1840-1843)
Baldomero Espartero fue nombrado regente del país, a la vez que jefe del partido progresista. Esto supuso el comienzo de una unión entre poder civil y militar que duraría en España casi cuatro décadas. Según Raymond Carr era un buen militar, pero un pésimo político. Padeció desde el principio la oposición moderada. El general Diego de León protagonizó en 1841 una absurda intentona, planeada desde París por María Cristina, de entrar en el Palacio Real y apoderarse de la niña Isabel II. El golpe fracasó y Diego de León fue ejecutado. Espartero gobernó el país saltándose en ocasiones la legalidad vigente. Esto fue enfrentándole a sectores civiles de su propio partido. Su política económica, aunque bien planificada, acabó en desastre. Impulsó una política de libre cambio. Surgieron, por ello, encendidas protestas entre la burguesía industrial de Cataluña, porque la competencia exterior podía perjudicar su mercado textil. Las protestas tomaron carácter republicano y obrero. Espartero acabó brutalmente con ellas (bombardeó la ciudad desde Montjuic durante 12 horas derribando muchos edificios). La oposición fue total a partir de este momento. Los moderados se levantaron en armas, dirigidos por el general Ramón María Narváez, y vencieron al ejército de Espartero en Torrejón de Ardoz. Espartero se exilió en Inglaterra en 1843. Las Cortes, bajo la presidencia de Joaquín María López, decidieron adelantar la mayoría de edad de Isabel II, proclamándola reina a los trece años.
Isabel II (1843-1868): El Reinado Efectivo
Introducción
Fernando VII moría en septiembre de 1833, su esposa, María Cristina de Nápoles, asumió la regencia (1833-1840) debido a la minoría de edad de su hija Isabel II. La colaboración con los liberales fue básica para consolidar su mandato. Tuvo que afrontar la guerra civil carlista, iniciada por el hermano del rey, Carlos María Isidro, que aspiraba a reinar de forma absolutista como Carlos V. Tras vencer a los carlistas, el general Baldomero Espartero, líder de los progresistas, fue elegido regente (1840-1843). Su etapa culminó con una dura represión de protestas en Barcelona. Los moderados, liderados por el general Ramón María Narváez con el apoyo de elementos progresistas (Olózaga, Prim) derrotaron a Espartero en 1843. Se abrió una fugaz transición con la presidencia de Joaquín María López que, para evitar nuevas regencias, consiguió que las Cortes adelantaran la mayoría de edad a una Isabel II con trece años. Le sucede el progresista Salustiano Olózaga, que rearmó la Milicia Nacional. Fue acusado de presionar a la reina para que disolviera las Cortes y, aunque lo negó en la llamada “sesión de las lágrimas”, se le desterró del país, iniciándose un largo periodo de gobiernos moderados. La reina Isabel II, en palabras de Javier Tusell, era una mujer “espontánea, directa, llena de vitalidad… algo ordinaria y poco agraciada”. Su vida sentimental fue tan intensa como desgraciada. Para Valle Inclán su corte era “la corte de los milagros”, en referencia a los múltiples escándalos que se sucedieron. No tuvo capacidad para arbitrar eficazmente en cuestiones políticas.
La Década Moderada (1844-1854)
A Olózaga le sucede el moderado Luis González Bravo, que disolvió la Milicia citada y creó la Guardia Civil (1844) con el objetivo de aumentar la seguridad en campos y caminos. El Duque de Ahumada fue su primer mando. Aunque el impulso final de ambas propuestas lo daría la gran figura de los moderados, el general Ramón María Narváez. Narváez, apodado “el Espadón de Loja”, por ser natural de esa localidad granadina, de compromiso liberal probado (luchó contra los Cien Mil Hijos de San Luis), mantuvo un perfil de gobierno dictatorial. Dirigió tres largos gobiernos entre 1844-1851, durante los que promulgó la Constitución de 1845, más conservadora que la anterior, en la que se sustituía el principio de soberanía nacional por el de soberanía compartida entre las Cortes y el Rey, restringía el voto a menos personas y consideraba el catolicismo religión oficial del estado, se realiza la reforma fiscal de Mon-Santillán y se centraliza la administración. También, sofocó las revueltas (como la del cuartel de San Mateo) motivadas por los sucesos de 1848 en Francia (que provocaron el fin de Luis Felipe de Orleans y el ascenso de Napoleón III) o la Segunda Guerra Carlista (1846-1849). Entre los presidentes que se alternaron con Narváez destacamos a Francisco Javier de Istúriz, porque resolvió el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís (su primo hermano de 24 años, por 16 de ella, apocado y afeminado, poco inclinado a la política, el matrimonio resultó un fracaso). Y citar, como anécdota, el gobierno de 27 horas del conde de Cleonard (debido a una conspiración del padre Fulgencio, confesor del rey consorte, y sor Patrocinio, monja de la corte, a la que Narváez se sobrepuso). En 1851, tras Narváez, ocupó el cargo Bravo Murillo, que firmó un Concordato con la Santa Sede (1851), que puso fin al malestar de la Iglesia porque el Estado sufragara sus gastos. Sin embargo, sus propuestas de modernización administrativa no fueron aceptadas y la reina le cesó.
Revolución de 1854
Breves gobiernos se sucedieron hasta 1854, siendo el último el de Fernández de Córdova, que intentó sofocar sin éxito la Revolución de 1854 producida por el desgaste y la corrupción del partido moderado. El levantamiento, conocido como “la Vicalvarada”, fue liderado por el general Leopoldo O’Donnell. Se sucedieron desórdenes en las calles de Madrid, se asaltaron casas de ministros y hubo revueltas en ciudades como Zaragoza, Barcelona, Valladolid, Logroño o San Sebastián. El progresismo redactó, de la mano del joven Antonio Cánovas del Castillo, el “Manifiesto de Manzanares” en el que se pedían cambios políticos. Tras dos días de gobierno del escritor Ángel María Saavedra, duque de Rivas, la reina llamó al progresista Espartero, retirado en Logroño, para que volviera al poder (1854-1856).
Bienio Progresista (1854-1856)
Con Espartero se realizó la mayor desamortización, la Ley General de Ferrocarriles, proyecto de la Constitución de 1856 (non nata), que reconocía el principio de soberanía nacional, ampliaba los derechos ciudadanos y concedía libertad religiosa (aunque el Estado seguía sufragando los gastos de la Iglesia). Fue aprobada por las Cortes, pero no se aplicó porque revueltas sociales, apoyadas por la Milicia Nacional, hicieron que la reina sustituyese a Espartero por O’Donnell. Este, incapaz de acabar con las revueltas, presentó su dimisión al ver que la reina desplazaba sus preferencias hacia Narváez (1856).
Breve Gobierno Moderado (1856-1858)
Narváez accedió al poder por 4ª vez. Retomó la situación legal anterior a 1854, restableciendo la Constitución de 1845 y derogando leyes que vulneraban el Concordato con la Santa Sede. Narváez se mantuvo un año volviendo a sucederse varios presidentes hasta que retornó O’Donnell al frente de un nuevo partido: la Unión Liberal.
La Unión Liberal de O’Donnell (1858-1863)
Se suele definir como “la unión de los más progresistas de los moderados con los más moderados de los progresistas”. Tenía el objetivo de iniciar una tercera vía política. Logró mejoras económicas. Lo más llamativo fue su activa, aunque poco útil, política exterior: envío de tropas, bajo mando francés, a la Cochinchina para defender a misioneros españoles; guerra contra Marruecos por la presión de este país sobre los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, se le derrotó en Castillejos, Tetuán y Wad-Ras; envío de tropas a México para ayudar a Napoleón III de Francia a derrotar al dictador Benito Juárez (Maximiliano, el emperador de México); en Santo Domingo, Pedro Santana, ante el temor de una invasión haitiana, declaró a Isabel II soberana del país, España aceptó pero ante las protestas de la población se retiró de la isla; y la breve Guerra del Pacífico contra Perú y Chile motivada por asesinatos de obreros españoles en el puerto del Callao. O’Donnell dejó el poder cuando solicitó a la reina una disolución de Cortes y ella se negó.
Última Etapa (1864-1868)
La última etapa del reinado de Isabel II fue totalmente convulsa. Retornó Narváez (1864-1865), pero dimitió tras la “Noche de San Daniel” (1864), protestas estudiantiles ante la destitución de profesores universitarios que acabaron con nueve muertos y cien heridos. Volvió O’Donnell, que provocó una represión (1865-1866) pero la sublevación del cuartel de San Gil (1866), reprimida con 68 fusilamientos, le costó el cargo. Por sexta y última vez Narváez (1866-1868) ocupó el gobierno hasta su muerte. El clima de oposición a Isabel II fructificó en el Pacto de Ostende (en esa ciudad belga) con el objetivo de destronar, en palabras de Galdós, a “la reina de los tristes destinos”. A la muerte de Narváez (1868) se inició la revolución denominada “la Gloriosa” que esta vez no se limitaría a un mero cambio de gobierno: provocaría su exilio y el inicio del Sexenio Democrático (1868-1874).
El Reinado de Isabel II: La Oposición al Liberalismo: Carlismo y Guerra Civil. La Cuestión Foral
Antecedentes
El sentir absolutista ya estuvo presente en las Cortes de Cádiz con los llamados “diputados serviles” que pedían el retorno de Fernando VII como monarca absoluto. Al acabar la Guerra de la Independencia sesenta y nueve de ellos firmaron el “Manifiesto de los Persas”, documento que solicitaba al rey el restablecimiento de una monarquía absoluta. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), en que se gobernó con la Constitución liberal de 1812, los absolutistas formaron partidas armadas en el norte de España e, incluso, un organismo político, la Regencia absolutista de Urgel (1822) contra el gobierno. En la Década Absolutista (1823-1833) los “apostólicos”, ultrarrealistas, se enfrentan al propio monarca por su acercamiento a los liberales más moderados. Han encontrado un líder en la persona del hermano del rey, Carlos María Isidro, sucesor a la corona al no existir descendencia de los matrimonios de Fernando VII. En 1826 realizan el “Manifiesto de los Realistas Puros”, en el que realizan un ataque feroz a Fernando VII y se pide la proclamación de Carlos V. En 1827 se sublevarán en Cataluña contra el rey motivados por el temor a cualquier apertura liberal. Son estos realistas (“Guerra dels Malcontents” o agraviados) exaltados o apostólicos los que se convirtieron en carlistas a causa del pleito dinástico entre Isabel, hija de Fernando VII, y Carlos María Isidro, hermano del monarca y tenaz defensor del absolutismo.
La Cuestión Sucesoria
En 1830, María Cristina de Nápoles, sobrina y cuarta esposa de Fernando VII, quedó embarazada. Existía un problema evidente: estaba vigente el Auto Acordado de 1713 de Felipe V por el que las mujeres solo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea principal o lateral. Ya con el rey Carlos IV se hizo aprobar en las Cortes en 1789 una disposición para derogar la ley y volver a las normas de sucesión establecidas por el Código de las Siete Partidas. Sin embargo, la Pragmática Sanción real no llegó a ser publicada. Por ello, en 1830 Fernando lo hizo (seis meses antes del nacimiento de Isabel) dándole fuerza de Ley y apartando así a su hermano Carlos de la sucesión. En 1832 Fernando, enfermo gravemente y, intimidada por su ministro Calomarde (con los peligros de una guerra civil), la reina María Cristina mandó anular la Pragmática. Al restablecerse de la enfermedad y retomar sus facultades mentales, el rey destituyó a Calomarde y nombró a Cea Bermúdez alrededor del cual se produjo una tímida apertura al acercarse a los liberales moderados para que le dieran apoyo. Cea restituyó la Pragmática (“Sucesos de la Granja”, 1832). Hubo una protesta absolutista encabezada por su hermano, Carlos María Isidro, y Fernando le desterró a Portugal. En 1833, Isabel II, con 3 años, juraba como sucesora. En septiembre moría Fernando VII y su esposa, María Cristina de Nápoles, era elegida regente (1833-1840), mientras que el hermano del rey, Carlos María Isidro, muy defraudado con esta situación, promovía las primeras partidas militares carlistas. La guerra civil estaba a punto de comenzar.
La Oposición al Liberalismo: Carlismo y Guerra Civil
Carlos María Isidro, publicó desde su exilio portugués el Manifiesto de Abrantes en el que se autoproclamaba rey Carlos V. Además de una cuestión dinástica se trataba de un enfrentamiento entre dos modelos de sociedad: absolutista y liberal. El movimiento carlista era tradicionalista. Rechazaba las cortapisas al poder del rey, la libertad económica, la separación de Iglesia-Estado y la uniformidad territorial y jurídica. Defendía la monarquía absoluta de origen divino (legitimismo) y la legalidad propia de cada región (los fueros). Su lema no dejaba lugar a dudas: “Dios, Patria, Rey, Fueros”. Le apoyaban distintos sectores: parte de la nobleza, el clero más humilde (molestos por la eliminación del diezmo y las desamortizaciones), un sector del ejército, artesanos y campesinos del País Vasco, Navarra y zonas montañosas de Cataluña, así como, Aragón y Valencia (perjudicados por las desamortizaciones y el nuevo sistema fiscal). Por el contrario, otra parte de la nobleza, la jerarquía eclesiástica, la mayor parte del ejército, la burguesía y los trabajadores urbanos se mantuvieron fieles a Isabel II y a su madre la regente María Cristina de Nápoles (Isabelinos o cristinos). Además contaron con el apoyo, en el ámbito internacional, de Francia, Portugal y Gran Bretaña que firmaron con el régimen isabelino la Cuádruple Alianza (22 abril 1834).
El carlismo extendió la revuelta por Navarra, País Vasco, el Maestrazgo y Cataluña. Sus fuerzas aumentaron de 18.000 (1834) a 72.000 (1839). El militar más importante del carlismo fue el coronel Tomás de Zumalacárregui. Su fallecimiento, en el asedio a Bilbao, fue un duro golpe para los carlistas. El general liberal Baldomero Espartero dirigió el Ejército del Norte y derrotó repetidamente a los carlistas, incluyendo a la Expedición Real, dirigida por el mismo Carlos María Isidro para la toma de Madrid. Espartero culminó con el militar carlista Rafael Maroto el Convenio de Vergara (1839), que ponía fin a la guerra en el Norte. Solo el general carlista Ramón Cabrera continuaría la guerra en el Maestrazgo hasta su derrota y exilio en 1840.
El Sexenio Democrático (1868-1874): Intentos Democratizadores. La Revolución, el Reinado de Amadeo I y la Primera República
Introducción
La última etapa del reinado de Isabel II fue totalmente convulsa. Retornó Narváez en un quinto gobierno (1864-1865), pero dimitió tras la “Noche de San Daniel” (1864), protestas estudiantiles ante la destitución de profesores universitarios que acabaron con nueve muertos y cien heridos. Volvió O’Donnell, que provocó una represión (1865-1866) pero la sublevación del cuartel de San Gil (1866), reprimida con 68 fusilamientos, le costó el cargo. Por sexta y última vez Narváez gobernó (1866-1868), ya hasta su muerte. El clima de oposición a Isabel II fructificó en el Pacto de Ostende -Juan Prim era su cabeza visible, aunque acabó desengañado de esta alianza por su inoperancia-. La Revolución de 1868, conocida como “la Gloriosa”, en palabras del intelectual Giner de los Ríos, pretendía “una renovación total de la vida española”. Para el historiador Vicens Vives estaba protagonizada por una “generación democrática” que pedía libertades, sufragio universal, abolición de la pena de muerte y la esclavitud. El principal organizador fue el general progresista Prim que se apoyó en generales como el unionista Serrano o el almirante Topete. El fallecimiento de Narváez significó el inicio de las acciones revolucionarias. El 18 de septiembre de 1868, la flota al mando de este almirante se sublevó en Cádiz bajo el lema “¡España con honra!”. La reina, de vacaciones en San Sebastián, marchó a Francia al exilio con su familia, tras la derrota de sus fuerzas leales en el Puente de Alcolea (Córdoba). Esta etapa del sexenio atraviesa cuatro fases:
1ª Fase: Gobierno Provisional de Serrano
El general Serrano presidió el primer gobierno. Se promulgó la Constitución de 1869, que establecía el sufragio universal masculino para mayores de 25 años, la libertad de culto, de enseñanza y una declaración de derechos individuales. Además, establecía como forma de estado la monarquía constitucional, con un sistema bicameral. El bloque que había hecho la revolución se escindió por este motivo: la izquierda aspiraba a una república federal. Serrano asumió la regencia hasta la llegada del nuevo rey y Prim pasó a presidir el gobierno. El más grave problema se dio en Cuba. Desde 1868 aparecieron movimientos independentistas que provocaron la Guerra de los Diez Años. Entre las causas encontramos la nula representación política en Cortes y la pretensión de las élites cubanas por obtener poder político. La guerra comenzó con el llamado “Grito de Yara”. La guerra terminó en 1878 sin que Cuba lograse la independencia, pero con casi 65.000 muertos.
2ª Fase: Amadeo I (1871-1873)
Hubo varios candidatos a la corona, entre los que se encontraba el viejo general Espartero. Su elección sería causa indirecta de la Guerra franco-prusiana de 1870 al presentarse un candidato alemán al trono rechazado por la Francia de Napoleón III. La votación final de los diputados el 16 de noviembre de 1870 designó a Amadeo de Saboya, hijo del rey Víctor Manuel II de Italia, que había llevado a cabo la unificación de ese país. Su elección fue una apuesta personal de Juan Prim. Cuando Prim murió víctima de un atentado (el 27 de diciembre de 1870 su coche de caballos fue tiroteado en la calle del Turco -actual Marqués de Cubas- muriendo tres días después) el nuevo rey quedó sin su principal apoyo. La identidad del asesino quedó en el misterio, se culpó al diputado izquierdista José Paul y Angulo. Amadeo I tuvo el rechazo de casi todos los grupos parlamentarios, la opinión pública y el Ejército. Esto dio alas al carlismo que comenzó la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) comandada por el autoproclamado Carlos VII, duque de Madrid. Se desarrolló en las provincias vascas, Navarra y, algo menos, en Cataluña, Valencia y Andalucía. Además, las insurrecciones en Cuba no cesaron. A todo ello se unió la inestabilidad política: seis ministerios en dos años en los que se alternaron, Serrano, Ruiz Zorrilla y Sagasta. Al mismo tiempo, se atentó contra la vida del mismo rey.
La abdicación del rey fue provocada cuando Baltasar Hidalgo de Quintana fue nombrado capitán general de Vascongadas y, luego, de Cataluña. El cuerpo de artilleros rechazó su nombramiento y muchos dimitieron de sus cargos porque Hidalgo había sido un militar sublevado en el cuartel de San Gil. El gobierno de Ruiz Zorrilla tomó la resolución de disolver el cuerpo de artillería y presentó el decreto al rey, que, o bien se indisponía con los militares, si lo firmaba, o bien con el gobierno, si no lo hacía. Amadeo I, lo firmó y abdicó. Cuando abandonó España comentó a uno de sus ayudantes: “Tengo la impresión de que estamos volviendo de un viaje a la Luna”.
3ª Fase: La Primera República (1873-1874)
Para salvar la situación de vacío de poder, las Cortes proclamaron la instauración de la República con 285 votos a favor y 32 en contra. No se modificó la Constitución lo que restaba legitimidad a la votación. No fue reconocida ni por la III República francesa de Thiers, ni por la Alemania de Bismarck. Estanislao Figueras (11-II-1873 a 11-VI-1873) fue su primer presidente. La inestabilidad de las guerras carlista y cubana le hizo dimitir. Francesc Pi i Margall (11-VI-1873 a 18-VII-1873) tomó el relevo. Era partidario del federalismo: cada región pasaba a ser autónoma sin perder la solidaridad entre ellas. Su proyecto (“Constitución non nata de 1873”) fue mal entendido y provocó la sublevación cantonal. En el Levante y Andalucía varios pueblos y ciudades se autoproclamaron independientes (Cartagena, Camuñas, Jumilla). Hubo huelgas generales en toda España, asesinatos de soldados, alcaldes linchados y un centenar de muertos. Además, el pretendiente carlista entró en España, se instaló en Estella y la proclamó su capital. Todo este caos le obligó a dimitir. Nicolás Salmerón (18-VII-1873 a 7-IX-1873) intentó solucionar el problema cantonal, pero dimitió al negarse a firmar penas de muerte. Emilio Castelar (7-IX-1873 a 3-I-1874) quiso salvar la República, por un lado, fortaleciendo la unidad del país y, por otro, logrando el reconocimiento internacional. Su labor fue positiva: solucionó un incidente con EE. UU. (se apresó uno de sus barcos, el “Virginius”, que llevaba armas a los independentistas de Cuba y se fusilaron a 57 tripulantes), consiguió préstamos internacionales y derrotó a casi todos los cantones. Cuando la oposición quiso sustituirle, el general Pavía ocupó el Congreso y entregó el poder al general Serrano.
4ª Fase: Gobierno Último de Serrano (1874)
Aunque mantuvo la denominación de República, Serrano presidió un gobierno autoritario. Derrotó al último cantón (Cartagena) y tuvo importantes éxitos contra los carlistas. A su vez el hijo de la destronada Isabel II, Alfonso de Borbón, hizo público el Manifiesto de Sandhurst (redactado por Cánovas, ahora su mentor político, y que tomaba el nombre de la academia en la que estudiaba). En él defendía una monarquía “hereditaria y constitucional, española, católica y liberal” para así aunar todas las sensibilidades. El 29 de diciembre de 1874 en Sagunto, contrariamente a la opinión de Cánovas que no quería acceder al poder mediante una intervención militar, el general Martínez Campos consumó el pronunciamiento que restauraba a los Borbones en la figura del joven Alfonso XII y ponía fin a la Primera República.