Las Guerras de Cuba: El Conflicto Bélico contra Estados Unidos y la Crisis de 1898
Cuba concentraba numerosos intereses y negocios españoles. Su economía se basaba en la plantación de azúcar de caña, café y tabaco, pero su comercio se veía limitado por los aranceles, que obligaban a la isla a comprar productos españoles y dificultaban las exportaciones hacia Europa o Estados Unidos. El descontento pareció aplacarse en 1878 con la Paz de Zanjón, en la cual se reconocía a Cuba cierta autonomía, la abolición de la esclavitud y la presencia de diputados cubanos en las Cortes. No obstante, las reformas necesarias para convertir en realidad las promesas no se ponían en marcha y esto desesperó a los cubanos, que se organizaron en torno al Partido Revolucionario Cubano del independentista José Martí. Los independentistas eran apoyados por los norteamericanos, para quienes el dominio español era un obstáculo en sus aspiraciones de control sobre la isla.
En febrero de 1895 se inicia la insurrección (Grito de Baire); desde Madrid se envía a Martínez Campos, pero éste apenas obtiene éxitos militares y los gastos se disparan; es sustituido cuando se niega a emplear medidas de represión contra la población civil, algo que sí hará su sucesor, Weyler, quien entiende que es imprescindible privar a los insurrectos, que utilizan tácticas guerrilleras, del apoyo poblacional. La brutalidad de la guerra empieza a levantar en su contra a la opinión pública, preocupada también por la rebelión de Filipinas, que había estallado en 1896.
La presencia española en Filipinas era menor que en el Caribe, y se limitaba a la explotación de recursos naturales, el comercio con China y las órdenes religiosas, que atesoraban un gran poder y se habían ganado el rechazo de buena parte de la sociedad. José Rizal había fundado la Liga Filipina (1892), que abogaba por reformas pacíficas, pero su movimiento dio origen a la revuelta de 1896 impulsada por el Katipunan.
Hacia la Guerra Hispanoamericana
Tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno liberal de Sagasta de 1897 sustituye a Weyler e inicia un proyecto de autonomía para Cuba que iguala jurídicamente a cubanos y peninsulares y permite la formación de un gobierno cubano en marzo. Esta situación acerca la paz y alarma a los EE. UU., ya que le privaba de excusas para intervenir en la isla. El presidente McKinley se presentó como defensor del pueblo cubano ante las atrocidades del ejército español; los norteamericanos envían a Cuba el acorazado Maine, alegando que era para velar por los intereses norteamericanos. El 15 de febrero de 1898 el Maine explota en la Bahía de La Habana, resultando 254 muertos. Washington rechaza la oferta española de una investigación internacional y culpa a España; entonces lanza un ultimátum obligando a España a elegir entre la venta de Cuba o la guerra.
Ambos gobiernos entienden que es una cuestión de prestigio, impulsado por las campañas que la prensa hace en los respectivos países a favor de la guerra, y se inicia la guerra hispanoamericana; con el ataque americano en Filipinas, sin relación con el problema cubano, deja claras sus intenciones imperialistas: en mayo destruyen la flota española en Cavite, y en julio en la Bahía de Santiago de Cuba la flota española al mando de Cervera es sitiada y hundida, lo que permite el desembarco estadounidense en Guantánamo y Puerto Rico. España solicita el armisticio, y dos días después cae Manila.
El Tratado de París y sus Consecuencias
Las negociaciones concluyen en el Tratado de París de diciembre, por el cual España acepta la ocupación norteamericana de Cuba y Puerto Rico y vende Filipinas a EE. UU. por 20 millones de dólares. Todavía tendría España que renunciar al resto de sus posesiones, pues se sabía incapaz de administrarlas: por el Tratado Hispano-Alemán de 1899 vendía a Alemania las islas Marianas, Carolinas y Palaos.
Las consecuencias del Desastre fueron graves en todos los aspectos:
- Las pérdidas humanas rondaron unas 120.000 víctimas.
- Las pérdidas económicas fueron muy fuertes sobre todo a largo plazo, ya que se perdió un mercado excepcional donde colocar la producción peninsular al tiempo que se perdía el comercio privilegiado con los productos coloniales.
- Militarmente la derrota fue humillante y esto tendrá sus consecuencias en el ejército a lo largo de las décadas posteriores.
Pero el Desastre conllevó además una grave crisis política; aunque ambos partidos se desgastaron, el desprestigio fue mayor para el Liberal y para su líder, Sagasta, pues a él tocó negociar las condiciones de la paz. La pasividad con la que la opinión pública aceptó la derrota llamó la atención de políticos e intelectuales, y dio lugar a una corriente de pensamiento que trató de analizar las causas de esta resignación y de la falta de reacción en la nación. Tal corriente fue conocida como Regeneracionismo y su principal representante fue Joaquín Costa.
El Regeneracionismo
Según los regeneracionistas, el origen de este problema era la corrupción del turno de partidos, el aislamiento de los ciudadanos de la política y el retraso que sufría España respecto de los países más avanzados de Europa. Las soluciones que propusieron pasaban por una reestructuración política y económica que sacara a España de ese atraso, pero los regeneracionistas no crearon partidos políticos ni aspiraron al gobierno de forma organizada, por lo que sus ideas quedaron reducidas a orientaciones intelectuales y no a programas de gobierno concretos. Así, cuando en 1899 el conservador Francisco Silvela forme gobierno, incorporará algunas medidas de corte regeneracionista, pero serán frenadas por la oposición de las oligarquías que hará caer este gobierno en 1901.