Durante tres años existieron en España dos Estados: el franquista y el republicano. La España republicana se extendía por los centros industriales y las zonas de agricultura de exportación. Tenía su apoyo en las clases populares, defendían la legitimidad republicana y apoyaban al Frente Popular, pero tenían intereses diversos: desde sectores reformistas hasta grupos revolucionarios socialistas o anarquistas. Eran designados como «rojos» por los sublevados. La ventaja inicial en la guerra al tener el control de los principales centros industriales, el oro del Banco de España y la mayor parte de la aviación y marina se vio disminuida ante la división interna, la falta de mandos militares y la ausencia de una autoridad fuerte que controlase las milicias. Tras dimitir Casares Quiroga y Martínez Barrio, José Giral toma el poder en julio de 1936 y decide repartir armas a las juntas y milicias sindicales y de partidos para combatir la sublevación. Con ello, estas milicias iniciaron una revolución.
El Terror Rojo y la Revolución Social
La falta de control de las milicias desató el llamado “Terror Rojo”. Este se manifestó en asesinatos y detenciones de rivales políticos, miembros del clero y otros “enemigos de la república”. También se llevaron a cabo las llamadas “sacas”, el ataque y quema de edificios religiosos y la colectivización de numerosas propiedades y empresas.
En paralelo, se desarrolló un nuevo discurso sobre la mujer defensor de la equiparación e inclusión plena en la vida social y política. De hecho, muchas mujeres combatieron en el bando republicano.
Divisiones en el bando republicano
Dentro del bando republicano se formaron dos tendencias:
- Una partidaria de primero ganar la guerra y luego la revolución defendida por los comunistas, socialistas moderados y republicanos. Para ello era necesario formar un mando común y una economía de guerra que permitiesen vencer en la contienda.
- Por otro lado, había partidarios de luchar en la guerra al tiempo que se hacía la revolución. Dentro de este grupo tenemos a los anarquistas (CNT) y socialistas radicales que llevaron a cabo colectivizaciones de fábricas y tierras para logar la revolución obrera.
Ante la incapacidad del gobierno de Giral se forma en septiembre de 1936 un nuevo gobierno con Largo Caballero. Este integraba representación de diferentes fuerzas con miembros socialistas, comunistas, republicanos y un nacionalista vasco. Más adelante, entró Montseny de la CNT entrando los anarquistas en el gobierno. Su prioridad fue recomponer la autoridad del Estado, frenar la revolución y la violencia en la retaguardia, establecer una economía de guerra y reorganizar su ejército con los primeros envíos de material de la URSS y la creación del ejército popular, con las brigadas mixtas. En octubre se aprobó por unanimidad el Estatuto vasco y restablece el orden público, pero no logró centralizar el poder. Algunas voces como Indalecio Prieto pedían un mando único, frenar las colectivizaciones y militarizar las milicias. Esto generó tensiones que, en mayo de 1937, desembocaron en las Jornadas de Mayo en Barcelona en que se enfrentaron anarquistas y miembros del POUM y quienes apoyaban al gobierno republicano.
El gobierno de Negrín y la resistencia a ultranza
Estos hechos provocaron una crisis de gobierno y la dimisión de Largo Caballero. El nuevo gobierno fue liderado por Juan Negrín, esto se debe a la vinculación con la URSS. Negrín centralizó el poder, disciplinó la retaguardia, reprimió a los anarquistas y al POUM, reorganizó el Ejército con el general Vicente Rojo y el Ejército Popular, y asentó una economía de guerra efectiva.
Trató de romper la “no intervención” de las democracias occidentales para que cooperasen en un acuerdo de paz. Para ello redacta los “Trece puntos”. Su intento fracasa por el rechazo de Franco que sólo aceptaría una rendición incondicional y por la firma de pacto de Múnich en 1938. Negrín defendía la resistencia hasta el final para conectar la previsible futura guerra europea con la española, pero en febrero de 1939 el cansancio de la guerra, la escasez de alimentos y la caída de Cataluña minaban la moral republicana, dividían a sus partidos y tornaban la situación en irreversible.
El final de la Guerra Civil
En este contexto, surgen voces que piden la negociación de la paz con Franco. Estas divisiones llevaron a la sublevación militar del General Casado en Madrid y Cartagena con duros combates. Tras imponerse, tratan de negociar con Franco que sólo aceptaba la rendición incondicional y emprendió la ofensiva final. El 1 de abril de 1939 concluía la Guerra Civil indicándose la dictadura de Francisco Franco y poniendo fin a la Segunda República Española, sin embargo, se mantendrá un gobierno republicano en exilio de valor meramente simbólico.