Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial en Europa ofrecían una perspectiva de total miseria y desolación. Las fotografías y documentales de la época muestran lastimosas masas de ciudadanos caminando por un desolador paisaje de ciudades en ruinas y tierras baldías. Niños huérfanos vagando abandonados al lado de mujeres agotadas que revuelven montones de escombros. Deportados con la cabeza rapada y reclusos de los campos de concentración vestidos con pijamas a rayas fijan su mirada ausente en la cámara, desnutridos y enfermos. Incluso los tranvías, propulsados por una corriente eléctrica disponible sólo intermitentemente, parecen traumatizados por la guerra.
Todos y todo, con la notable excepción de las bien alimentadas fuerzas de ocupación aliadas, parecen acabados, sin recursos, exhaustos. Esta imagen debe matizarse si queremos comprender cómo este mismo continente destrozado fue capaz de recuperarse tan rápidamente en los años siguientes. Pero contiene una verdad esencial sobre la condición europea posterior a la derrota alemana.
Los europeos se sentían desesperanzados, estaban exhaustos, y con razón. (…)
Todos y todo, con la notable excepción de las bien alimentadas fuerzas de ocupación aliadas, parecen acabados, sin recursos, exhaustos. Esta imagen debe matizarse si queremos comprender cómo este mismo continente destrozado fue capaz de recuperarse tan rápidamente en los años siguientes. Pero contiene una verdad esencial sobre la condición europea posterior a la derrota alemana.
Los europeos se sentían desesperanzados, estaban exhaustos, y con razón. (…)
Desde el punto de vista de sus contemporáneos, el impacto de la guerra no se medía en términos de ganancias y pérdidas industriales, o del valor neto de los bienes nacionales de 1945 comparados con los de 1938, sino en función del deterioro visible para su entorno inmediato y sus comunidades. Es de aquí de donde debemos partir si queremos comprender el trauma que subyace a las imágenes de desolación y desesperanza que captaron la atención de los observadores en 1945.
Muy pocas localidades y ciudades europeas, fuera cual fuese su tamaño, salieron ilesas de la guerra. Debido a un acuerdo tácito o a la buena suerte, el centro histórico y moderno de algunas célebres ciudades europeas como Roma, Venecia, Praga, París u Oxford nunca fueron blanco de los bombardeos. Pero durante el primer año de la guerra, los bombarderos alemanes habían arrasado Rotterdam y más tarde destruido la ciudad industrial inglesa de Coventry. LaWehrmacht borró del mapa muchas pequeñas localidades a medida que avanzaba la invasión de Polonia y más tarde de Yugoslavia y la URSS. Distritos enteros de Londres, especialmente los barrios cercanos a la zona portuaria del East End, fueron víctimas de la Blitzkriegde. La Luftwaffe durante el curso de la guerra.
Pero el mayor daño material fue el infligido por las campañas de bombardeos de los aliados occidentales llevadas a cabo a lo largo de 1944 y 1945, sin precedentes hasta aquel momento, y el implacable avance del Ejército Rojo desde Stalingrado hasta Praga. Localidades costeras francesas como Royan, Le Havre y Caen resultaron arrasadas por la fuerza aérea estadounidense. Hamburgo, Colonia, Dusseldorf, Dresde y docenas de otras ciudades alemanas quedaron derruidas por el bombardeo de saturación llevado a cabo por aviones británicos y norteamericanos. En el este, el 80 por ciento de la ciudad bielorrusa de Minsk fue destruido al final de la guerra; en Ucrania, Kiev quedó convertida en humeantes ruinas; mientras que en el otoño de 1944 la capital polaca, Varsovia, fue sistemáticamente incendiada y dinamitada, casa a casa, calle a calle, por el ejército alemán en retirada. Cuando la guerra en Europa hubo finalizado, con la caída de Berlín bajo el Ejército Rojo en Mayo de 1945 tras haber recibido el impacto de 40.000 toneladas de bombas en los últimos catorce días de la guerra, gran parte de la capital alemana quedó reducida a humeantes montículos de escombros y hierros retorcidos. El 75 por ciento de sus edificios quedó inhabitables.
COAR Lima Provincias Víctor Aguirre A. Martín Alama S.
Las ciudades en ruinas constituían la evidencia más obvia (y fotogénica) de la devastación, y llegaron a actuar como una especie de taquigrafía visual universal de la calamidad de la guerra. Debido a que gran parte del daño había recaído en casas y edificios de apartamentos, y que a consecuencia de ello muchas personas se habían quedado sin hogar (la estimación se sitúa en torno a los 25 millones de personas en la Uníón Soviética y otros 20 millones en Alemania, 500.000 de ellos sólo en Hamburgo), el paisaje urbano de los escombros representaba el recordatorio más inmediato de que la guerra acababa de terminar. Pero no era el único. En Europa occidental, el transporte y las comunicaciones se vieron gravemente interrumpidos: de las 12.000 locomotoras de la Francia anterior a la guerra, sólo 2.800 estaban en servicio en el momento de la rendición alemana. Un gran número de carreteras, vías de tren y puentes habían sido volados por los soldados alemanes que se batían en retirada, los aliados mientras avanzaban o la resistencia francesa. Dos terceras partes de la flota mercante francesa habían sido hundidas. Sólo en 19441945, Francia perdíó 500.000 viviendas. Pero los franceses, al igual que los británicos, los belgas, los holandeses (que perdieron 219.000 hectáreas de tierra inundada por los alemanes y cuyo transporte por ferrocarril, carretera y canales se había reducido en 1945 a un 40 por ciento), los daneses, los noruegos (que durante la ocupación alemana habían perdido el 14 por ciento del capital del país), e incluso los italianos, resultaron comparativamente afortunados, aunque no fueran conscientes de ello.
Los verdaderos horrores de la guerra se habían vivido más hacia el este. Los nazis trataban a los europeos del oeste con cierto respeto, aunque sólo fuera para explotarlos mejor, y los europeos occidentales correspondían a esta deferencia haciendo relativamente poco por oponerse a los esfuerzos bélicos alemanes. En la Europa del Este y del sudeste, las fuerzas de ocupación alemanas actuaron de forma inmisericorde, y no sólo debido a que los partisanos locales, sobre todo en Grecia, Yugoslavia y Ucrania, les hicieran frente implacable aunque desesperanzadamente.
Las consecuencias materiales de la ocupación alemana en el este, el avance soviético y las luchas partisanas fueron por tanto de una índole muy distinta a la experiencia de la guerra en el oeste. En la Uníón Soviética, 70.000 pueblos y 1.700 ciudades quedaron destruidos en el curso de la guerra, así como 32.000 fábricas y 40.000 millas de vía férrea. En Grecia se perdieron dos tercios de la flota de la marina mercante, esencial para el país, un tercio de sus bosques quedaron arrasados y un millar de pueblos fueron borrados del mapa. Entre tanto, la política alemana de fijar el pago de los costes de ocupación conforme a las necesidades militares alemanas en lugar de a la capacidad griega de efectuar dicho pago, generó una inflación exorbitada. Yugoslavia perdíó el 25 por ciento de sus viñedos, el 50 por ciento de su ganado, el 60 por ciento de las carreteras del país, el 75 por ciento de sus arados y de sus puentes ferroviarios, una de cada cinco de las viviendas existentes antes de la guerra y una tercera parte de su limitada riqueza industrial, además del 10 por ciento de la población anterior a la guerra. En Polonia, tres cuartas partes de la vía férrea quedó inutilizada y una granja de cada seis cesó su actividad. La mayoría de las localidades y ciudades del país apenas podía funcionar (aunque sólo Varsovia fue completamente destruida).
Pero incluso estas cifras, por dramáticas que sean, sólo dan idea de una parte del panorama: el deprimente entorno físico. Sin embargo, los daños materiales sufridos por los europeos durante la guerra, por terribles que hayan sido, fueron insignificantes comparados con las pérdidas humanas. Se calcula que entre 1939 y 1945 murieron aproximadamente 36 millones y medio de personas por causas relacionadas con la guerra (el equivalente a la población total de Francia al comienzo de la guerra), cifra que no incluye las muertes debidas a causas naturales durante dicho periodo ni una estimación del número de niños no concebidos o no nacidos entonces o posteriormente a causa de la guerra.
La cifra total de muertes es exorbitante (a pesar de que no se incluye aquí la de las bajas japonesas, estadounidenses o de otras nacionalidades no europeas). A su lado, la de las muertes producidas por la Gran Guerra de 1914-1918 queda empequeñecida a pesar de su magnitud. Ningún otro conflicto de la
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historia ocasiónó tantas muertes en un periodo tan breve. Pero lo más asombroso es el número de muertes entre los civiles no combatientes: al menos 19 millones, es decir, más de la mitad. Las bajas civiles superaron a las militares en la URSS, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Grecia, Francia, Holanda, Bélgica y Noruega. Tan sólo en el Reino Unido y Alemania el número de militares fallecidos súperó al de los civiles.
Las estimaciones de las bajas civiles en el territorio de la Uníón Soviética varían notablemente, si bien la cifra más probable supera los 16 millones de personas (aproximadamente el doble de las bajas militares soviéticas, de las cuales 78.000 se produjeron sólo en la batalla de Berlín). Las muertes civiles en el territorio de la Polonia de la preguerra se aproximan a los 5 millones; en Yugoslavia, 1,4 millones; en Grecia, 430.000; en Francia, 350.000; en Hungría, 270.000; en Holanda, 204.000; en Rumanía, 200.000. En estas cifras, especialmente en el caso de Polonia, Holanda y Hungría, se cuentan unos 5,7 millones de judíos, a los que habría que añadir 221.000 personas de raza gitana (Romání).
Las causas de muerte entre los civiles incluían el exterminio masivo (en campos de concentración y campos de muerte desde Odesa hasta el Báltico); la enfermedad, la mala nutrición y el hambre (inducidos o de otro tipo); el fusilamiento o la incineración de rehenes llevados a cabo por la Wehrmacht, el Ejército Rojo o partisanos de todo tipo; las represalias contra civiles; los efectos de los bombardeos o batallas de infantería desarrolladas tanto en campos como en ciudades, en el frente este durante toda la guerra y en el frente oeste a partir de los desembarcos de Normandía de Junio de 1944 hasta la muerte de Hitler el Mayo siguiente; el ametrallamiento de columnas de refugiados y el trabajo hasta la muerte de la mano de obra esclava empleada en las industrias bélicas y los campos de prisioneros.
Las mayores pérdidas militares fueron las de la Uníón Soviética, estimadas en 8,6 millones de hombres y mujeres de las fuerzas armadas; Alemania, con 4 millones; Italia, cuyas bajas suman 4 millones entre la infantería, la marina y la aviación; y Rumanía, donde la cifra se sitúa en torno a 300.000, de las cuales la mayoría se produjeron en la lucha con los ejércitos del Eje en el frente ruso. Sin embargo, en relación con sus poblaciones, el mayor número de pérdidas lo sufrieron los austríacos, húngaros, albanos y yugoslavos. Si tenemos en cuenta el conjunto total de muertes, civiles y militares, Polonia, Yugoslavia, la URSS y Grecia fueron las más afectadas. Polonia perdíó aproximadamente uno de cada cinco habitantes respecto a la población anterior a la guerra, incluido un alto porcentaje de la población de más alta formación, convertida deliberadamente en blanco de destrucción prioritario por los nazis. Yugoslavia perdíó una vida de cada ocho respecto a la población anterior a la guerra, la URSS una de cada 11, Grecia una de cada 14. Para señalar el contraste, la proporción de pérdidas humanas en Alemania fue de 1/15,1/77 en Francia y 1/125 en Gran Bretaña.