Una mirada crítica sobre las distintas explicaciones del período
El proceso que va del 55 al 76 ha sido analizado por Juan Carlos Portantiero como «empate hegemónico». Sostiene que las contracciones económicas generan un desfasaje entre la estructura económica y la política. Para Portantiero es una situación de empate donde todos los actores pueden vetar cualquier proyecto de sus oponentes, pero no pueden imponer el propio. El golpe del 66, dirigido por la burguesía transnacional, sería el intento más acabado por romper el empate. Un trabajo que complementa al de Portantiero es el de Guillermo O’Donnell, quien estudia los intereses de los trabajadores. La clase dominante en lo económico recurre a las FF. AA. para custodiar sus intereses, poniendo fin a la participación política de los trabajadores.
El golpe de Estado de 1966
Luego del derrocamiento de Perón, en 1955, el sistema institucional no se había recompuesto: a la proscripción del peronismo debe sumársele la debilidad de los gobiernos de turno, ninguno terminó su mandato. Illia, desde que asume en 1963, tuvo los días contados. Se sumaron una serie de hechos que hicieron que el golpe de 66 sea el más anunciado de la historia. En las elecciones en Mendoza se dirimía la interna entre Vandor y Perón, gana Perón, lo que hace pensar a los militares en la necesidad de un golpe preventivo. Por último, la postura ambigua de Illia respecto a la intervención norteamericana en Santo Domingo indicaba una fuerza favorable hacia gobiernos de corte comunista. A esto se debe sumar la poca dureza para reprimir conflictos obreros. Desde los periódicos se creaba un clima favorable al golpe. Onganía encabezaría el golpe. Se alineaba con la Doctrina de Seguridad Nacional dictada por EE. UU. Planteaba la necesidad de volcar el poder de las fuerzas armadas a combatir al enemigo interno.
La alianza golpista
El golpe del 28 de junio de 1966 contó con el apoyo de la Iglesia, la CGT (vandorismo) y hasta el propio Perón. El golpe fue apuntalado por la fracción más concentrada del capital extranjero. Los llamados «tecnócratas», hombres adoctrinados en la Escuela de Chicago, este grupo veía al conflicto social como causante de la ineficiencia económica que había que erradicar.
El golpe de 1966: una mirada de largo plazo
El modelo de acumulación basado en la ISI empezaba a mostrar sus límites hacia 1949. Un sector agropecuario retrasado y con escasa inversión, una industria que requería periódicas importaciones de insumos. La industria pesada cortaría los lazos de dependencia. La «vuelta al campo», de la segunda presidencia de Perón, buscaba mejorar la capacidad exportadora para generar divisas necesarias, a esto se le sumaba la radicación de capitales extranjeros y un recorte del consumo de los sectores populares. Pero la clase obrera estaba dispuesta a defender sus conquistas históricas, aun frente a Perón. El mismo intento se planteó Arturo Frondizi: la tecnología de punta, la industria pesada y el incentivo al capital extranjero, plan que encontró sus límites. Un elemento para entender los años 1955 a 1976 es la lucha dentro de la propia burguesía. La Revolución Argentina defendió los intereses de la burguesía industrial monopólica. En un escenario en el que la clase dominante no puede conformar su propio partido, esa clase recurre a las FF. AA.
El plan de la dictadura
La Revolución Argentina se planteó un programa de 3 tiempos:
- El tiempo económico: reformar el modelo de acumulación.
- El tiempo social: los beneficios del crecimiento se derramarían sobre la sociedad.
- El tiempo político: la sociedad podría volver a tomar decisiones.
El plan económico de la Revolución Argentina
Krieger Vasena, el tecnócrata a cargo de la economía, pretendía que la Argentina se ligara al mercado mundial como exportadora de productos manufacturados. Para ello había que erradicar a los sectores considerados improductivos. Esto llevaría al cierre de pequeños y medianos emprendimientos y a la concentración de empresas de capital extranjero. Se buscaba evitar una transferencia de la industria al agro y para ello se establecieron retenciones a las exportaciones. Esos recursos se destinarían a infraestructura, estas se realizaron a través de contratistas, que cobraron sobreprecios e hicieron negociados ilegales con el Estado. La clase obrera era reprimida con ferocidad. Las condiciones laborales empeoraban a fin de aumentar la productividad. Las empresas que no lo hacían quebraban. La nueva lógica de acumulación se basaba en la extracción de plusvalía relativa (aumentar la intensidad del trabajo por medio de la tecnificación). La CGT vandorista decretó una serie de medidas de fuerza, la respuesta fue la feroz represión de las huelgas.
La reestructuración de la sociedad
El onganiato no se limitó a asegurar la rentabilidad del capital. Se propuso extirpar a la subversión. Se intervinieron las universidades, consideradas «semillero del marxismo». En 1966 se desalojó la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. La resistencia de profesores y alumnos produjo la Noche de los Bastones Largos, generadora de una fuga masiva de cerebros. También se intentó modificar las pautas de conducta de la sociedad, desde la censura al cine a la prohibición del uso del pelo largo.
Contradicciones del régimen
Pese a la apariencia de solidez del régimen de Onganía, Lanusse, jefe del Ejército, comenzó a pensar en desplazarlo. El proyecto económico se había estancado: las empresas transnacionales no iban a reinvertir las ganancias en el país. El drenaje de divisas a sus casas matrices y el desestímulo del agro generaron el estrangulamiento de la balanza de pagos. La tensión con los trabajadores llevaría a una fractura de la central en la CGT Azopardo, liderada por Vandor, y la CGT de los Argentinos, con Ongaro. A su vez, surgieron nuevas formas de lucha que dieron origen al clasismo. El quiebre del empate y la imposición de una fracción de una burguesía sobre otra no ponía fin a los conflictos capitalistas, sino que abría las puertas a la lucha entre el capital y el trabajo.