Auge y Caída de los Imperios: De la Revolución Industrial al Ascenso de Stalin

El Auge de la Competencia Internacional

Mientras en 1870 la producción industrial británica representaba un tercio del total mundial, en 1914 esta proporción había descendido hasta el 14%. La economía británica dejó de ser la única industrializada y muchos otros competidores aparecieron en el mercado mundial. Desde finales de siglo, Gran Bretaña creció a un ritmo más lento que el resto de los países avanzados.

En Europa, el principal competidor fue Alemania. El avance de su industrialización a partir de 1850 hizo que a finales de siglo superase a Gran Bretaña en la producción de acero y se convirtiese en una primera potencia. Un rasgo relevante de su industria fue el mayor tamaño medio de las empresas y la aplicación de las nuevas formas de organización y concentración empresariales.

El nuevo impulso industrial comportó un gran aumento de la producción y también un notable incremento de los intercambios. El comercio internacional conoció un enorme crecimiento y su volumen se multiplicó por siete, gracias a los progresos del transporte, la expansión del librecambio y la producción masiva de bienes, que permitió una reducción de su precio. La crisis económica comportó un retorno bastante generalizado al proteccionismo de aranceles.

Surgieron innovaciones como los grandes almacenes, la venta por correo y la venta a plazos.

Del Colonialismo al Imperialismo

El imperialismo es la culminación de un proceso iniciado en el siglo XVI cuando las potencias atlánticas se lanzaron al descubrimiento del mundo, pero difiere de manera substancial del colonialismo de la etapa anterior.

En primer lugar, los viejos imperios ubicados en las dos Américas estaban en gran parte emancipados; en la nueva etapa, la ocupación se realiza sobre todo en África, en Asia y en el Pacífico. En segundo lugar, las antiguas colonias habían sido de asentamiento y las nuevas serán sobre todo territorios de ocupación, donde una pequeña minoría de europeos ejercerá el control político. En tercer lugar, el ritmo de ocupación, que había sido lento y limitado, fue muy rápido en el siglo XIX. Por último, las posesiones coloniales de la etapa precedente dieron lugar a escasos conflictos. El imperialismo del siglo XIX presentó un carácter muy belicoso.

El Desmembramiento de África

A principios del siglo XIX, los europeos solo disponían en África de factorías costeras o de pequeñas colonias. Los intereses económicos, las rivalidades políticas y el espíritu de aventura confluyeron para desmembrar África y dejarla en manos de las potencias europeas.

Este proceso comportó la creación de sociedades científicas y misioneras.

Las principales zonas exploradas fueron las cuencas de los ríos Níger y Nilo y las tierras de África central.

El proyecto británico trataba de conectar el norte con el sur de África con el ferrocarril El Cairo-El Cabo para dominar la fachada oriental del continente y controlar el océano Índico.

El proyecto francés pretendía ejercer el dominio absoluto del este al oeste africano. Desde sus posesiones en Argelia, Francia fue dominando el norte de África y extendiéndose hacia Sudán, donde acabaría enfrentándose con los británicos.

Los comerciantes alemanes también iniciaron su expansión por el África central y así toda esa área se convirtió en una zona de conflicto entre las potencias.

En el año 1885, el canciller alemán propuso celebrar una conferencia internacional en Berlín. Se elaboró un acta que estipulaba algunas condiciones para la expansión colonial en África: garantizaba la libre navegación por los ríos Níger y Congo, establecía los principios para ocupar los territorios africanos por parte de la metrópoli.

A partir de ese momento, otros estados europeos penetraron en África. Intereses alemanes se establecieron en el África negra y los portugueses se consolidaron en Angola, Mozambique y Guinea-Bisáu. Italia o España también pugnaron por conseguir pequeños territorios.

El enfrentamiento de los intereses imperialistas se hizo inevitable y los conflictos se sucedieron. Así, las tendencias expansionistas de Francia e Inglaterra toparon en el año 1898 en un territorio llamado Fachoda.

El segundo incidente grave fue el conflicto anglo-bóer. En el año 1890, Cecil Rhodes se convirtió en el primer ministro de la colonia inglesa de El Cabo. Dos pequeñas repúblicas vecinas, el Transvaal y el Estado Libre de Orange, impedían su dominio en la zona. Estos territorios estaban en manos de holandeses africanos llamados bóers. La noticia de que se habían encontrado importantes minas en el Transvaal fue el motivo que impulsó a los británicos a invadir esas pequeñas repúblicas.

La Caída del Zarismo

La revolución comenzó en Petrogrado el 23 de febrero de 1917. En ella se reflejaron todas las dificultades de la modernización del imperio y la ineficacia de las reformas emprendidas. La situación de la población y de los combatientes, derivada de la guerra, la falta de alimentos, las derrotas militares y el elevado número de víctimas, evidenciaban que el estado se estaba desintegrando y en la corte se sucedían las conspiraciones.

La población salió a las calles pidiendo el fin de la guerra. Los obreros industriales tuvieron un papel fundamental. Se produjo una huelga general y el amotinamiento de la guarnición de la capital. Los soviets o asambleas de obreros y soldados trataron de canalizar el proceso de cambio. La negativa del zar y de su gobierno a abandonar la guerra fue decisiva y ante la insistencia de una parte del ejército y la presión de los partidos, el zar decidió abdicar.

La Duma fue el organismo principal que impuso un gobierno provisional presidido por el príncipe Lvov. Prometió reformas políticas (libertad de opinión, de prensa…) y sociales (jornada laboral de ocho horas, derechos sindicales…). Se comprometía a convocar una asamblea constituyente. Pero pretendía seguir fiel a las alianzas militares y mantuvo a Rusia en la guerra. La presión antibelicista de los soviets empezó a perfilar la existencia de un doble poder: el del gobierno y el de los soviets.

En marzo, esa pugna continuó. Lvov, inspirado sobre todo por los grupos liberales con el partido de los Kadetes, fue siendo desbordado por los movimientos que pedían la profundización de las reformas. Las propuestas revolucionarias se extendían en las calles, en los soviets y en el ejército.

Lenin, en un artículo, Las tesis de abril, había defendido que la revolución debía superar su fase burguesa para convertirse en una revolución del proletariado. Hizo un llamamiento a favor de la salida inmediata de la guerra y se mostró partidario de retirar el apoyo de los soviets al gobierno provisional y de tomar el poder por la vía insurreccional.

El gobierno de Lvov fue perdiendo popularidad. Las quejas se extendían y el pueblo exigía subsidios para los soldados, abandono de la guerra y constitución efectiva de una República. Lvov fue sustituido por un partidario de profundizar en las reformas, aunque no de salir de la guerra: Alexander Kerensky. Se enfrentó con el soviet.

El general Lavr Kornilov intentó un golpe de estado. Kerensky pudo vencer la intentona con el apoyo del soviet y sobre todo de los bolcheviques. Aquel apoyo aumentó enormemente la influencia de los bolcheviques entre las masas. Los bolcheviques tomaron la iniciativa: “¡Todo el poder a los soviets!”. Defendían la necesidad de acabar con el gobierno provisional y crear un nuevo poder obrero basado en los soviets.

El 10 de octubre se enfrentaron la tesis de Lenin, que reclamaba la insurrección inmediata para conseguir el poder, y la de Lev Kamenev. Las tesis de Lenin se impusieron en votación y los bolcheviques consiguieron aumentar enormemente su influencia en el soviet de Petrogrado y de Moscú; ambos apoyaron sus planes insurreccionales.

De Lenin a Stalin

Tras la muerte de Lenin, se desarrolló un gran debate interno en el partido para decidir quién ocupaba su jefatura y, por extensión, el poder del estado soviético. La figura más destacada era Trotsky.

Los debates internos habían comenzado ya antes de la muerte de Lenin. Mientras el ala izquierda era partidaria de abandonar la Nueva Política Económica (NEP) y volver a profundizar la revolución socialista, las posiciones de derechas, capitaneadas por Bujarin, proponían una ralentización del proceso de socialización. Lenin se había mostrado partidario de imponer un ritmo más pausado a la revolución, pero había fomentado la acumulación de poder personal y el control rígido de la sociedad por parte del estado y del partido.

Estaban también en cuestión el mantenimiento de algunas estructuras democráticas frente a la acumulación del poder entre los diversos órganos del estado y del partido, el mayor o menor grado de libertad y la amplitud de la dictadura del proletariado.

Trotsky resultó ser el dirigente más radical y de ideas más fijas, representando a la izquierda. El resultado de este enfrentamiento fue algo que la vieja ortodoxia bolchevique no había supuesto nunca: el giro de la revolución hacia el establecimiento de un poder autoritario, en manos de un verdadero dictador, el establecimiento de un absoluto centralismo y la dificultad extrema de seguir cualquier vía de progreso democrático para la revolución. Stalin, manejando los resortes internos del partido, obtuvo mayor poder frente a sus antiguos aliados.

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