En 1898 España perdíó sus últimas colonias frente a Estados Unidos, la gran potencia en expansión.La derrota, junto a las pérdidas humanas y económicas, dio lugar a una grave crisis de conciencia nacional. El deseo de “regeneracionismo”, que debía librar a España de sus males políticos, alentó el auge de la oposición a la Restauración y significó el comienzo de la crisis de este sistema.
La guerra de Cuba
Para comprender las causas de la Guerra de Cuba nos tenemos que remitir a la Guerra de los Diez Años (1868-78) debida a los intereses opuestos, en lo político y económico, entre cubanos y peninsulares. Cuba carecía de derechos políticos y seguía gobernada por un capitán general con poder absoluto. El monopolio comercial español y los aranceles limitaban su actividad comercial que, sin embargo, tenían en Estados Unidos el principal mercado para su producción agraria. La Paz de Zanjón, que prometía autonomía, fin del esclavismo y amnistía política, puso fin a este conflicto, pero su incumplimiento, debido a la oposición de los grandes propietarios cubanos y de los comerciantes españoles, sirvió de detonante para la guerra definitiva. El deseo de independencia fue desplazando al de autonomía.
El incumplimiento de lo pactado en la Paz de Zanjón desencadenó la reanudación del conflicto en 1895, tras el episodio conocido como la “Guerra Chiquita” (1879/80). La dependencia política y económica de Cuba respecto a la metrópoli y los intereses geoestratégicos estadounidenses, que apoyaron a los independentistas, encendieron de nuevo la mecha en 1895, después de que el proyecto autonomista de Maura (1893) fuese rechazado en el Parlamento por sus propios compañeros de partido.
José Martí, fundador del Partido Revolucionario Cubano en el exilio (1892) que propugnaba la construcción de una república independiente y democrática, junto a los líderes militares Máximo Gómez y Antonio Maceo, impulsaron la insurrección que comenzó en Santiago de Cuba, el Oriente cubano, en Febrero de 1895 con el Grito de Baire–
¡Viva Cuba libre!- y el Manifiesto de Montecristi. Martí murió en combate al poco de regresar de su exilio.
En España se intentó primero recurrir a los acuerdos, enviando a Martínez Campos (1895), artífice de la Paz de Zanjón, pero al resultar ya imposible, su sustituto, el general Valeriano Weyler (1896/97), optó por la “guerra total”. Concentró a la población en poblados vigilados por el ejército, para evitar que apoyaran a los independentistas y dividíó la isla en tres sectores separados por “trochas”, líneas fortificadas y vigiladas para impedir que las tropas cubanas se extendieran hacia Occidente y llegaran a La Habana.
La dureza de la guerra, en la que la táctica de guerrilla empleada por los insurrectos impedía a las tropas españolas dominar la situación pese a ser su ejército más numeroso, se refleja en las elevadas bajas debidas a las enfermedades tropicales. Éstas (fiebre amarilla, cólera, paludismo) ocasionaron mayor número de muertos y heridos que los combates. Los insurrectos cubanos, tenían la ventaja del apoyo de la población, el conocimiento del terreno y la adaptación al mismo. La mayor movilidad que les daba el uso preferente de la caballería les permitía atacar por sorpresa a los destacamentos españoles y esquivar los grandes combates. Los españoles eran más y mejor armados, controlaron las ciudades hasta el final de la guerra, pero a la larga no podían imponerse a una población mayoritariamente hostil.
La dura actuación de Weyler alentó la campaña internacional de desprestigio contra España, dirigida por la prensa de EEUU que justificaba su injerencia en nombre, supuestamente, de la libertad y la democracia. Su interés por la isla se encontraba en motivos económicos y estratégicos, por eso, los norteamericanos, en proceso de expansión territorial, habían intentado comprar Cuba, sin éxito.
La muerte de Cánovas en 1897, provocó el cambio de gobierno. Sagasta envió al general Blanco a finales de ese año con el propósito de ofrecer una amplia autonomía a la isla que acabara con la guerra. Pero la solución dialogada ya no era posible, sobre todo porque los intereses estadounidenses habían entrado en juego. Clevelan, quien había ayudado económicamente a los independentistas cubanos sin atreverse a enfrentarse directamente con España, fue sustituido por el republicano McKinley, partidario del enfrentamiento directo. La suerte estaba echada.
El conflicto de Filipinas
En Filipinas, con una minoritaria presencia de españoles, limitada a misioneros, funcionarios y representantes de las compañías comerciales, la burguésía mestiza había reclamado la independencia de España desde 1896 liderada por el médico José Rizal, fundador de la Liga Filipina. Su arbitraria ejecución en 1896 por el capitán general español, el general Polavieja, encendíó aún más el deseo de independencia.
aunque el archipiélago siguió bajo control económico estadounidense.