3.• Dos nuevas fuentes de energía fueron la base
de esta segunda fase industrial:
La electricidad y el petróleo, cuyo empleo
masivo se dio en el siglo XX. Aparte de las industrias tradicionales (textil,
carbón), que siguieron expandiéndose, los nuevos inventos propiciaron, sobre
todo, el desarrollo de tres sectores industriales: eléctrico, químico y
siderúrgico.
– La industria eléctrica revolucionó el alumbrado (la bombilla de filamento, el gran descubrimiento de Edison, acabó desbancando al alumbrado de gas), el transporte (ferrocarril eléctrico, metro, tranvía) y las telecomunicaciones (telégrafo, teléfono, radio). – La industria química tuvo un gran impulso por la creación de nuevos productos: abonos, artículos sintéticos (tintes y colorantes artificiales) y nuevos explosivos y productos farmacéuticos. – En el sector siderúrgico se produjo un gran progreso con la invención del horno Bessemer, capaz de producir grandes cantidades de acero a bajo precio. El acero tuvo inmensos efectos sobre la industria naval y de armamento, así como sobre la arquitectura y la ingeniería. También se desarrolló la industria de otros metales y aleaciones (aluminio, cobre, níquel, cinc). Al mismo tiempo tuvo lugar un nuevo cambio trascendental en los medios de transporte con la aparición del automóvil y del avión, cuyo mayor desarrollo tendría lugar en el siglo XX. Durante la primera revolución industrial, la empresa familiar era la forma de organizar una producción poco mecanizada. En la segunda se pusieron en práctica nuevos sistemas de producción. – Se mejoró el proceso de trabajo. El ingeniero Taylor dividió el trabajo en tareas pequeñas, cuya duración se cronometraba con exactitud. Cada obrero se especializaba en una tarea (división del trabajo) y recibía un salario proporcional a la labor realizada. El trabajo se volvió muy eficaz, pero también era más mecánico y monótono. Poco después, el empresario Henry Ford inventó la cadena de montaje (fordismo), que evitaba los tiempos muertos entre unas tareas y otras. Con estos cambios aumentó el número de productos que elaboraba cada operario, por lo que los precios se redujeron y se elevó el consumo. – Se desarrollaron grandes empresas que controlaban los mercados. – Variaron las formas de venta. Aparecieron los primeros grandes almacenes y se desarrolló una nueva técnica para promover la compra de bienes: la publicidad. Entre 1865 y 1914, Reino Unido siguió siendo la primera potencia comercial del mundo, pero perdió la supremacía industrial, ya que la industria británica, estrechamente ligada al vapor y al carbón, se adaptó con dificultad a las innovaciones técnicas posteriores. Las nuevas industrias se desarrollaron en Estados Unidos y en Alemania, de tal forma que, en 1914, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia agrícola e industrial del mundo y Alemania se puso a la cabeza de las industrias química y eléctrica. • Al comienzo de la revolución industrial en Gran Bretaña, la mayor parte de las empresas eran pequeñas y familiares. El capital para las máquinas y para pagar los salarios pertenecía exclusivamente a una persona o a una familia. Pero, conforme avanzó el siglo XIX, las empresas fueron creciendo de tamaño: cada vez era necesario mayor capital para comprar las materias primas y las máquinas, y para contratar a un número mayor de obreros. Como una sola persona carecía del dinero suficiente para afrontar todos estos gastos, surgieron las sociedades anónimas. – En las sociedades anónimas el capital de una empresa se divide en acciones, que se venden y se compran en la bolsa. Así, muchas personas reunían sus capitales y se convertían en propietarios de la misma empresa. – Al emitir acciones, las empresas obtienen financiación sin tener que pedir préstamos bancarios y así pueden realizar sus inversiones. En esa misma época nacieron los bancos modernos, que recogían los ahorros de sus clientes y después los invertían en la industria y otros negocios. La participación de los bancos en la industria se realizó a través de los bancos de negocio, cada vez más especializados en el préstamo a largo plazo a empresas y que negociaban en bolsa con valores industriales. La unión del capital industrial y del capital bancario abrió paso al denominado «capitalismo financiero». Por otra parte, durante la primera revolución industrial la empresa familiar era la forma de organizar una producción poco mecanizada. En la segunda revolución industrial se pusieron en práctica nuevos sistemas de producción. Surgió la concentración empresarial y aparecieron los trusts y los holdings, grupos formados por varias empresas que buscaban monopolizar un sector de la producción y acabar con la competencia. La nueva organización de la producción y el desarrollo de un sistema bancario muy especializado y de instituciones financieras hizo posible un gran movimiento de capitales y de inversiones a escala mundial. Las exportaciones de capital procedieron de Europa occidental, sobre todo de Reino Unido, Francia y Alemania, y se dirigieron a América, Rusia y los propios imperios coloniales. El comercio internacional experimentó un notable incremento debido a tres factores fundamentales: – En primer lugar, el descenso de los precios de los productos, por lo que aumentó el número de consumidores. Este descenso fue posible por la adopción de los nuevos mé- todos de organización de la producción (máquinas, herramientas especializadas, producción en serie). – En segundo lugar, la revolución de los transportes, que posibilitó que los productos llegaran a todos los rincones del planeta y que el precio del transporte descendiera. – En tercer lugar, el desarrollo de un sistema monetario internacional que descansó en la aceptación por las principales potencias económicas de Europa occidental y Estados Unidos del patrón-oro. En esta época, Europa dominó los intercambios comerciales con el resto del mundo. Importaba materias primas (algodón, lino, hierro, cobre, plomo, etc.) y alimentos, y exportaba sus productos manufacturados (textiles, bienes de equipo…).
ción); la abundancia de recursos minerales, materias primas y tierra fértil; la rápida construcción de una amplia red ferroviaria; una especialización regional posibilitada por la división geográfica del trabajo (el país se dividía en un oeste agrícola, que absorbía la producción del noreste industrial, mientras el sureste permanecía como zona productora de materias primas: algodón, tabaco…), y la pronta incorporación de las innovaciones técnicas, pero sobre todo de lo que se dio en llamar «el sistema manufacturero americano», basado en los métodos de producción en masa y en la producción estandarizada de productos. El desarrollo industrial japonés estuvo vinculado a la Revolución Meiji de 1868. Se trató de una industrialización sustentada en una primera fase en el intervencionismo estatal. El Estado invirtió y creó empresas públicas en industrias civiles (textil, minería, siderurgia, construcción naval, ferrocarriles, líneas telegráficas) y subvencionó a empresas privadas. A partir de 1880- 1882 el Estado facilitó la adquisición de las empresas gubernamentales por parte de grandes capitalistas, lo cual permitió una concentración industrial y financiera (los zaibatsu). El desarrollo japonés se vio beneficiado por una mano de obra abundante y barata y unas elevadas tasas de producción. El despegue industrial de Alemania se produjo después de su unificación (1871), de forma que en 1900 era ya la segunda potencia industrial mundial tras Estados Unidos. La rápida industrialización alemana se basó en una política gubernamental proteccionista, un alto grado de concentración industrial y financiera y un desarrollo considerable de los medios de transporte.
15. • Doctrina Monroe: Llamada así por el presidente del mismo nombre. Esta doctrina, aparentemente antiimperialista, según la cual ningún Estado europeo tenía el derecho a extender su dominio sobre América («América para los americanos»), constituyó el eje de la política exterior de Estados Unidos en Hispanoamérica, por la que en la práctica se reservaba el derecho a intervenir en el continente americano. • Destino Manifiesto: Esta expresión fue publicada por primera vez en 1845, en el artículo Anexión del periodista John O´Sullivan. En dicho artículo defendía que «El pueblo estadounidense, en su calidad de pueblo elegido, tiene un fin manifestado por Dios según el cual le es permitido apropiarse de todo territorio que estuviese destinado a formar parte de los Estados Unidos».