FACTORES DEL PROCESO DE ROMANIZACIÓN
La romanización es el proceso de aculturación que experimentaron las diversas regiones conquistadas por Roma, por el que dichos territorios incorporaron los modos de organización político-sociales, las costumbres y las formas culturales emanadas de Roma o adoptadas por ella.En él se asimilaron los elementos de la cultura romana; se adoptó el sistema administrativo propio de Roma, que consistía en una división territorial en provincias; en un sistema de impuestos muy eficaz; en el uso del derecho romano y en la extensión de la ciudadanía romana. Además, se establecíó el latín como idioma oficial. La cultura, el arte y la religión romana fueron esenciales para la configuración de las sociedades que se han asentado en la Península Ibérica. Además, hay que destacar que el proceso de romanización fue más intenso en las zonas más ricas (Valle del Ebro, Guadalquivir y Levante) y menos intenso en las zonas conquistadas más tarde (Galicia, Asturias, Cantabria y el Valle del Duero).
La conquista romana comenzó debido a los continuos enfrentamientos que existían entre Roma y Cartago por la conquista del Mediterráneo (Guerras púnicas). Donde ambos luchaban por controlar el Mediterráneo Occidental, y fue un proceso largo (218-197 a.C.), que finalmente concluyó en el 19 a.C. Los romanos primero ocuparon la costa mediterránea, luego la Meseta y finalmente ocuparon la Península completa con la conquista de la zona norte y oeste. Con la ocupación de los romanos en la Península, estos nos trajeron sus costumbres.
Hispania fue organizada administrativa y territorialmente al modo romano: en el siglo II a.C., se dividía en dos provincias: Hispania Citerior, con capital en Cartago Nova; e Hispania Ulterior, con capital en Corduba. Durante el reinado de Augusto (27 a.C.), encontramos dos tipos de provincias: las que necesitaban la presencia de las legiones en su territorio (imperiales) como Tarraconensis (con capital en Tarraco) y Lusitania (con capital en Emérita Augusta), y las que no necesitaban la presencia de las legiones (senatoriales) como Bética (con capital en Hispalis). En el siglo II d.C. Se separaría Gallaecia (con capital en Bracara) de Tarraconensis. Y en el siglo III d.C. Se creó Carthaginensis (con capital en Cartago Nova) y en el siglo IV se creó Baleárica.
Cada provincia estaba dirigida por un pretor o procónsul y asistida por un questor (cobrador de impuestos). Las provincias podían estar divididas a su vez en conventus, para favorecer su administración judicial, recaudación de impuestos o las levas militares. También encontramos populus, dirigidos por jefes indígenas que manténían su cargo, pero eran sometidos a impuestos muy elevados. Las civitas podían ser de diversos tipos: liberae, sus miembros tenían los mismos derechos que los de Roma y estaban exentas de impuestos ordinarios; coloniae, tenían los mismos privilegios y estaban formados por legionarios y romanos afincados en Hispania; y las stipendiarias, que pagaban grandes impuestos a Roma por haberse opuesto a su conquista.
Hispania también destaca por su red de calzadas, que favorecía un mayor dominio militar y el desarrollo del comercio. Las principales calzadas en Hispania fueron: Vía Augusta; que unía con Roma a través de la costa mediterránea; Vía de Plata, que unía Hispalis con Emérita Augusta y Asturica Augusta; y la Vía Transversal, que unía Emérita Augusta con Caesaraugusta, atravesando la Meseta.
La sociedad romana se caracteriza por dividirse en hombres libres, esclavos y libertos. Los hombres libres se dividían según sus derechos políticos, podían ser: cives, poseían derechos políticos, sociales y militares; hombres libres no ciudadanos, poseían derechos civiles pero no tenían derechos políticos. El derecho de ciudadano fue otorgado a todas las civitas indígenas por el emperador Vespasiano. Aunque también se dividían según su poder económico, podían ser patricios, que se agrupaban en familias con un antepasado común y según su poder se dividían en ordo senatorial, ordo ecuestre y magistrados; o podían ser plebeyos, que eran pequeños propietarios, artesanos, jornaleros del campo o desocupados (plebs frumentaria). Los esclavos carecían de derechos políticos y civiles, a esclavo se llegaba por ser hijo de esclavo, prisionero de guerra, ser vendido por su padre o como pago de deudas. Los libertos eran esclavos liberados que se consideraban hombres libres, pero debían obediencia a su antiguo amo; el estatuto de liberto no se borraba hasta la tercera generación.
La economía romana giraba en torno a la esclavitud y sería imposible entender esta civilización sin ella. Entró en crisis debido al fin de las guerras en el siglo III (lo que conllevó a una reducción de mano de obra esclava y la crisis del Imperio). La economía era urbana y rural. Su base económica principal era el comercio, que llevó a acuñar el sistema monetario romano (sestercios de oro, denario de plata y as de bronce). También tuvo un importante desarrollo la agricultura, debido a las mejoras introducidas que mejoraron la productividad como el barbecho, regadío y la utilización de animales de tiro. Principalmente se cultivó la trilogía mediterránea: trigo, vid y olivo; de los cuales cabe destacar la gran exportación de aceite de oliva a Roma. Se siguió manteniendo la ganadería de ovejas en la Meseta. La pesca también tuvo importancia, en el desarrollo de los salazones, la producción de sal y de “garum” (salsa de pescado). En la minería se mejoraron los sistemas de explotación y obtención de plata, cobre, oro y Mercurio, y la principal mano de obra fue esclava. En el ámbito de la artesanía, se agrupaban en “collegia” (futuros gremios) de tejidos, salazones, paños, armas, etc.… A su vez, todas las tierras conquistadas eran “ager publicus”, es decir, que eran propiedad del Estado que las conservaba o repartía a patricios, legionarios retirados, colonos o uso comunal. Además, debemos destacar el importante sistema de impuestos que llevaron a cabo: stipendium (ciudades stipendiarias), porticum (entrada de las ciudades), herencias, arriendo de minas, y el 5% de las cosechas.
La romanización en Hispania destaca por todo el legado cultural que dejó en ella. Destacamos su lengua, se impuso el latín y se permitíó conservar las lenguas que existían anteriores al latín, de las cuales solo se conserva el euskera. También conservamos el derecho público y privado, el derecho de ciudadanía y la organización social. Además se impuso la religión romana, que en un principio era politeísta y se basaba en el culto a Júpiter, Juno y Minerva, y al emperador; más tarde fue cristiana a partir del Edicto de Milán en 313 (se dejó de perseguir a los cristianos) y del Edicto de Tesalónica (paso a ser religión oficial del Imperio). Se conservan los restos de ciudades. Hispania aportó algunos intelectuales como Séneca, y emperadores como Adriano y Trajano. También destacamos los restos artísticos que todavía se conservan, ya que los romanos, sobre todo, destacan por ser grandes ingenieros. Destacamos los puentes, acueductos (Segovia), calzadas, el sistema de cloacas, los teatros (Mérida, Cartagena), anfiteatros, circos, termas (Sagunto), arcos de triunfo, templos, basílicas, las murallas de las ciudades, y sus dos principales vías (Cardus Maximus y Decumanus Maximus). En escultura, también apreciamos la gran cantidad de bustos, dioses, y los mosaicos y pinturas.
En conclusión hay que señalar que todo el legado que nos dejó Roma es clave para la cultura de España, ya que forma la base de nuestra sociedad. Todo esto lo apreciamos en que nuestro idioma, el español, proviene del latín; los fundamentos del derecho de la actualidad son los del derecho romano; la religión predominante de España es el cristianismo y todas las obras artísticas que forman nuestro patrimonio nacional, entre las que destacamos en nuestra regíón el Teatro de Cartagena y Calzada Romana de Cartagena.