La Consolidación del Patrón Oro y el Sistema Bancario Británico (Siglo XIX)
El Periodo Posbélico y la Adopción del Patrón Oro
Inmediatamente después del final de la guerra, el patrón oro de facto de los últimos años del siglo XVIII se convirtió en un sistema de iure, mediante la aprobación de una serie de leyes en el Parlamento. La Coinage Act de 1816 permitía la acuñación del soberano de oro, piezas de oro de 20 chelines, la primera de las cuales se emitió al año siguiente. El contenido en oro del soberano se fijó de acuerdo con el precio de acuñación del oro, que se había mantenido a lo largo del siglo XVIII en 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio la onza. Las monedas de plata fueron legalmente subordinadas al oro y posteriormente limitadas a pagos inferiores a 2 libras esterlinas.
En 1819 se restauró la convertibilidad de los billetes de banco, cuando una ley autorizó al Banco de Inglaterra a reanudar los pagos en lingotes y, desde 1823, en monedas de oro. Esta ley derogaba la anterior, que prohibía la fundición de moneda para convertirla en lingotes y, a la vez, declaraba libre el comercio de oro en lingotes. Tras la promulgación de esas disposiciones legales, Gran Bretaña adoptó el patrón oro con cinco características muy claras:
- La libra (unidad de cuenta) se ligó a un cierto peso en oro.
- Las monedas de oro debían ser de libre circulación interior y los billetes de banco en circulación debían ser convertibles en oro cuando así se demandara.
- Cualquier otra moneda en circulación estaba subordinada al oro.
- No se pusieron restricciones legales a la conversión de las monedas en lingotes.
- No se impidió la exportación de oro.
La Estructura del Sistema Bancario Británico
Tras el periodo bélico y la vuelta al patrón oro, el sistema bancario británico seguía teniendo tres componentes fundamentales:
- El Banco de Inglaterra: Actuaba como banco del gobierno y como custodio de las reservas de oro de la nación.
- Bancos privados en Londres: Unos sesenta bancos privados en Londres, de mucha solidez y reputación, pero que no emitían billetes.
- Bancos privados de provincias: Unos 800 bancos privados de provincias, de dimensiones reducidas pero emisores de billetes, y que no tenían que someterse a más control que al valor de los billetes emitidos.
Este tercer grupo constituía la debilidad y la fuerza, al mismo tiempo, del sistema bancario inglés de los años 1820. Los bancos provinciales tuvieron una importante participación en la primera revolución industrial. La necesidad de satisfacer la demanda urgente de numerario, así como la necesidad de encontrar oportunidades de inversión para el capital excedente de la población pudiente de las provincias, propiciaron que centenares de pequeños bancos provinciales emitieran billetes de valor relativamente bajo, como 1 y 2 libras. Durante las dos primeras décadas del siglo XIX el número de bancos provinciales siguió creciendo.
La ley les impidió que se convirtieran en grandes establecimientos para evitar que su posible bancarrota tuviera un efecto desastroso sobre toda la nación. Con frecuencia, estos banqueros eran también comerciantes, industriales o abogados, con una amplia red de contactos personales.
Desafíos y Crisis del Sistema Bancario
Con el desarrollo de la economía, los bancos provinciales se enfrentaron a nuevos retos. La expansión económica implica un aumento de la escala de las demandas de créditos y servicios que debe satisfacer el banquero y se plantean, por ello, difíciles cuestiones técnicas sobre la adecuada distribución de los riesgos y la liquidez de los préstamos concedidos, cuando se produce la degradación de las condiciones económicas.
En el periodo 1809-1830 hubo 311 bancarrotas de bancos provinciales, 179 de las cuales ocurrieron en dos trienios críticos: 1814-1816 y 1824-1826. En efecto, la existencia de centenares de pequeñas instituciones de emisión, cada una de las cuales operaba de acuerdo con reglas propias, no todas con el mismo grado de eficiencia y de honestidad, hacía a toda la cadena crediticia tan vulnerable como algunos de sus eslabones más débiles.
Poca cosa podía hacer el Banco de Inglaterra, por ejemplo, para expandir o restringir el crédito cuando había tantas fuentes de crédito en el sistema económico. La debilidad esencial de la estructura crediticia se puso claramente de manifiesto a los ojos de todo el país a mediados de la década de 1820 cuando un boom especulativo, cuyos orígenes radicaban en la recuperación y en la «reflación» iniciadas en 1823, degeneró en un verdadero colapso financiero en 1825.
Hubo una verdadera explosión de fundación de compañías, muchos préstamos al extranjero sobre proyectos mineros en América del Sur que eran pura fantasía, muchas exportaciones que nunca se cobraron. Cuando el boom se interrumpió, no solo provocó el hundimiento de muchos bancos provinciales, sino que casi hizo abandonar al país el patrón oro. A finales de 1825, setenta y tres bancos de Inglaterra y el País de Gales habían suspendido pagos y el mismo Banco de Inglaterra estaba al borde de la parálisis.
Los banqueros pensaban que mientras siguiesen descontando efectos comerciales sólidos no había peligro alguno de emisión excesiva de billetes. El peligro solo surgía cuando prestaban dinero para fines especulativos. La dificultad consistía, sin embargo, en que no siempre es fácil distinguir las necesidades «legítimas» del comercio de las aventuras especulativas.
Si durante un exceso de confianza (como el de 1820 y 1825) los bancos concedían todas las peticiones de crédito seguras, los precios aumentaban al competir los empresarios por los recursos escasos, se contraía la demanda de exportaciones británicas al elevarse los precios y aumentaba la demanda de artículos de importación (estimulada por la elevación de los ingresos y por las favorables perspectivas). Y, naturalmente, el oro seguía saliendo del país para financiar el exceso de importaciones.
Reformas Legislativas y la Bank Charter Act de 1844
Los perniciosos efectos de las crisis financieras obligaron al gobierno a tomar medidas rápidamente. La legislación promulgada en 1826 redujo la influencia de los bancos provinciales al prohibir la emisión de billetes de menos de 5 libras, permitió la creación de sociedades bancarias con más de 6 socios (excepto en un radio de 65 millas en torno a Londres) y autorizó al Banco de Inglaterra a abrir sucursales en todo el país.
Una ley posterior, de 1833, permitió la creación de sociedades bancarias en Londres y sus alrededores, siempre y cuando no emitiesen billetes. La legislación de 1826 y 1833 terminó con el monopolio del Banco de Inglaterra en las sociedades bancarias por acciones, pero fortaleció grandemente la posición del banco pues le dio el monopolio virtual de la emisión de billetes en Londres y los alrededores y le permitió operar directamente en las provincias.
La posición del banco como árbitro de la oferta nacional de dinero chocaba todavía con mucha oposición, pues las concepciones extremas de la «libertad económica» eran muy populares y el banco tenía poderosos enemigos entre los influyentes banqueros provinciales. Hasta que la Bank Charter Act de 1844 concentró la emisión de billetes en el Banco de Inglaterra no quedó asegurada la supremacía de este como pieza fundamental de la estructura crediticia del país.
Entre aquella fecha y el final del siglo fueron desapareciendo los viejos bancos provinciales: sus servicios fueron asumidos por los grandes sociedades bancarias de Londres y su derecho de emisión quedó concentrado exclusivamente en el Banco de Inglaterra.
El debate entre los partidarios de una libertad económica estricta, con la mínima interferencia del gobierno, y los partidarios de una regulación del sistema financiero fue decantándose hacia estos últimos ante los estragos y las crisis sociales generadas por las bancarrotas de 1825 y 1839. Con la Bank Charter Act se impusieron las concepciones de la escuela monetaria.
Se habían impuesto ya en el banco, cuyos directores habían admitido en la década de 1830 la conexión entre la emisión de billetes y los precios y entre los precios y las tasas de intercambio con el exterior. Fue entonces cuando se enunció explícitamente la llamada «regla Palmer», aun cuando no se pusiese totalmente en la práctica. Esta regla, llamada así por Arsley Palmer, uno de los gobernadores del banco, proponía que este mantuviese las dos terceras partes del pasivo en forma de efectos y el tercio restante en forma de reserva metálica. Proponía, además, que limitase o aumentase su emisión de billetes según las fluctuaciones de la reserva metálica. O, dicho de otra manera, que se regulase la circulación como si fuese totalmente metálica.
Lo que buscaban los exponentes de la «regla Palmer» era un principio automático de gestión monetaria que liberase a los directores del banco de su responsabilidad activa en el control de la circulación. Fue este mecanismo automático lo que Peel intentó establecer con la Bank Charter Act de 1844. Convencido de que la banca debía separarse del control de la circulación porque sus objetivos eran totalmente diferentes (suministrar crédito y regular el nivel de precios), separó ambas funciones.
Creyendo que la emisión de billetes no sería más que el reflejo de la reserva de oro de la nación, dio al que custodiaba la reserva metálica del país el derecho exclusivo de emisión e hizo de la emisión de billetes una función directa de las reservas de oro, con la salvedad de una cuota fija que tenía que respetarse en todo caso. Para asegurar que el banco cumpliría las reglas del juego, insistió en que debían publicarse estados de cuentas semanales.
Conclusión: El Papel de los Bancos en la Economía Británica
En conclusión, los bancos ejercieron un papel vital y flexible en aquella economía en expansión. Habían creado ya un complejo servicio para el comercio exterior. A principios de la década de 1830, Natan Rothschild podía decir que «en Inglaterra se liquidaban los pagos de todo el mundo», y los banqueros londinenses concedían crédito para financiar el comercio de artículos que nunca llegaron a Gran Bretaña.
Cuando, en la década de 1830 y a principios de la de 1840 se vio que había un excedente de fondos en la economía, los bancos ayudaron a canalizarlo hacia la construcción de ferrocarriles, alimentando con ello el boom ferroviario. Cuando este sector quedó saturado y los inversores empezaron a buscar nuevas oportunidades para la colocación de sus excedentes, los bancos pudieron servirse de su conocimiento de la economía exterior para canalizar estos capitales hacia el extranjero.