7.2 Como resultado del divorcio existente entre la España oficial y la España real, varios partidos, quedaron excluidos del sistema. Los republicanos quedaron muy debilitados y fragmentados tras la experiencia fallida de la I República. Dentro del republicanismo, podemos distinguir varias facciones: los posibilistas, liderados por Castelar, partidario de una democracia conservadora. Los federales de Pi i Margall que buscaban mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Los centralistas de Salmerón y, por último, los progresistas, dirigidos por Ruiz
Zorrilla, que buscaban un cambio de régimen mediante acciones subversivas. En el Sexenio cuando el movimiento obrero español fundó la Federación de Trabajadores de la Regíón Española.
Con la Restauración, las organizaciones obreras sufrieron una gran represión y tuvieron que refugiarse en la clandestinidad, hasta la Ley de Asociaciones.
En España encontramos dos tendencias:
Anarquismo
: Fue la corriente mayoritaria. Sus principales focos estaban en el campo andaluz y entre el proletariado urbano catalán. Los anarquistas promulgaban la acción directa a través de la huelga o el atentado. Los años noventa fueron ricos en esta práctica, que se movíó en un círculo vicioso, destacando el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897. Hasta 1907, con la fundación de Solidaridad Obrera, el anarquismo se refugió en sociedades de oficio.
Socialismo
: En 1879 Pablo Iglesias fundó en Madrid el PSOE. Tenía tres aspectos fundamentales: La posesión del poder político por la clase trabajadora; la consecución de una sociedad sin clases y sin propiedad privada; y una serie de medidas como el derecho de asociación y de reuníón, la libertad de prensa… En 1888 el partido creó el sindicato UGT.
También aparecerán los precedentes de los sindicatos católicos (1864, Círculo
Católico de
Obreros)
. Favorecían la cooperación entre patronos y obreros, sin llegar a formar auténticos sindicatos Los regionalismos y nacionalismos periféricos alcanzaron un notable desarrollo en los años finales del siglo XIX, como reacción al carácter centralista de la Restauración, poco sensible a las peculiaridades de los diferentes territorios españoles. En Cataluña su inicio fue cultural con la Renaixença.
Pero, hasta la Restauración no se puede hablar de un catalanismo político, tras la convocatoria del Primer
Congreso Catalanista de Valentí Almirall en 1880, coincidiendo con su división entre un catalanismo republicano y federal y otro conservador y tradicionalista; en 1891 se fundó Uníó Catalanista, partido que reivindicará la oficialidad del catalán. A raíz del Desastre del 98 el nacionalismo catalán va a conocer una gran expansión con la Lliga
Regionalista, liderada por Prat de la Riba y Francesc Cambó.
El nacionalismo vasco será más radical que el catalán. En su formación inciden tres factores: un movimiento para la recuperación de su cultura; los efectos de la revolución industrial y, sobre todo, la abolición de sus fueros históricos tras la última guerra carlista (1876). Se identificarán dos tendencias: Un nacionalismo radicalizado que defendía la recuperación íntegra de los fueros, lo que equivalía a defender la esencia de lo vasco, su historia, su tradición, su lengua… Por otra parte, aparecíó un nacionalismo de carácter más burgués y urbano que aceptó la abolición de los fueros y supo rentabilizar la situación para conseguir conciertos económicos con Madrid. Ambas tendencias se aglutinan en la figura de Sabino
Arana y el Partido
Nacionalista
Vasco, (1894). En Galicia surgíó a mediados de siglo un movimiento regionalista que reivindicaba su cultura y lengua (O Rexurdimento)
, destacando figuras como Manuel
Martínez Murguía, que llevaron a cabo la recuperación del pasado histórico gallego. Será en la Restauración cuando el galleguismo político se configure con la fundación en 1889 de la Asociación Regionalista Galega, la primera organización regionalista que existíó en estas tierras, de marcada tendencia tradicional.
8.1 Al comparar la evolución de la población española durante el Siglo XIX con la de otros países europeos, apreciamos un ritmo lento de crecimiento, en algo más de un siglo, la población de España únicamente aumentó un 77%, mientras países como Alemania la duplicaron y la primera potencia de la época, Gran Bretaña, la cuadruplicó. Esto se debíó a que en la mayor parte de Europa se pasó de un modelo demográfico antiguo a otro moderno, por efecto de la revolución industrial y la mejora en las condiciones de vida (lo que se conoce como modelo europeo de transición demográfica)
. La industrialización hizo aumentar la población al mantener altas tasas de natalidad pero reduciendo la mortalidad. En España, prevalecíó el Régimen Demográfico Antiguo caracterizado por una alta Tasa de Natalidad, pero contrarrestada por una Tasa de Mortalidad también muy elevada, en especial infantil. Tampoco la esperanza de vida era muy elevada, era de unos 35 años.
Las causas de esta elevada mortalidad hay que buscarlas en las duras condiciones de vida:
hambrunas periódicas, enfermedades endémicas como el paludismo o la tuberculosis y epidemias como la viruela o el cólera que mermaban a la población periódicamente. Las crisis de subsistencias provocaron hambrunas periódicas al menos doce veces a lo largo del Siglo XIX. En un país con una economía fundamentalmente agrícola, la falta de alimentos se debía tanto a factores coyunturales como a factores estructurales.
Las enfermedades endémicas tenían efectos prácticamente permanentes: tuberculosis, sarampión, difteria, motivadas por la deficiente alimentación, las pésimas condiciones higiénicas y una atención sanitaria deficiente. Las epidemias provocaron altos porcentajes de mortalidad. Aunque la peste tuvo escasa incidencia en Europa a partir del Siglo XVIII, otras enfermedades como el cólera, la sustituyeron. Fueron terribles las epidemias de fiebre amarilla que afectaron a Andalucía a principios del Siglo XIX, y la epidemia de cólera que afectó al levante en el S. XIX. Cataluña fue la excepción a estas carácterísticas demográficas. Su despegue industrial desde principios del Siglo XIX cambió sus parámetros demográficos, asemejándose a los países europeos más avanzados. Su población aumentó un 145%, y el éxodo rural junto con la reducción de la mortalidad propiciaron que iniciase su propia transición al régimen demográfico moderno. Se van a acentuar las descompensaciones en la distribución territorial de la población española. Las ventajas económicas y la mejoría del acceso a las comunicaciones y del comercio provocaron un desplazamiento continuo de las poblaciones del interior peninsular hacia las áreas costeras. Ese flujo tuvo dos corrientes: de norte a sur (a los puertos de Cádiz, Málaga y el valle del Guadalquivir) y de la meseta a levante. En consecuencia, la población meridional y levantina pasó de un 38% al 45% al final del mismo. Además, se incrementaron los flujos migratorios tanto a ultramar (Argentina, Cuba, Venezuela) como del campo hacia las ciudades. En 1900, la mayor parte de la población española era rural. Casi el 90% de la misma vivía en localidades de menos de 100.000 habitantes. Únicamente Madrid y Barcelona rondaban el medio millón, cuando en Europa las grandes capitales superaban el millón. La escasa y tardía industrialización española, con la excepción catalana, aplazó el éxodo rural a las ciudades hasta casi finales de siglo. No obstante, el aumento de la población urbana, supuso la transformación espacial de las ciudades, que derriban sus murallas y crean ensanches y barrios burgueses como el Ensanche de Barcelona, iniciado en 1860 por Ildefonso Cerdá, o el barrio de Salamanca en Madrid, al gusto de las nuevas clases dirigentes, con edificios en manzana cerrada, anchas avenidas y jardines para pasear. Mientras tanto, los suburbios periféricos se llenaban de infraviviendas, viviendas comunales y corralas convertidas en barrios obreros.
8.2 En España, durante el Siglo XIX, se pretendíó impulsar, el proceso de Revolución Industrial.
Sin embargo, esto resultó muy lento debido al limitado desarrollo agrícola, la escasa capacidad productiva de las manufacturas tradicionales, la inexistencia de un mercado nacional, y la escasez de capitales. La industria se limitó a dos focos periféricos: la industria textil catalana y la siderurgia vasca.
Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir de capitales autóctonos, con predominio de la empresa de tamaño mediano, siendo el sector más dinámico el algodonero. El desarrollo de la siderurgia fue más irregular debido a la inexistencia de buen carbón y una demanda insuficiente. Su localización fue cambiando: la siderurgia andaluza, la asturiana, y la vizcaína inició un crecimiento sostenido a partir de la Restauración, sobre todo tras la fusión empresarial de 1902 en la sociedad “Altos Hornos de Vizcaya”. La siderurgia sirvió de estímulo para el desarrollo de empresas metalúrgicas vascas y la construcción de astilleros. Por su parte, la explotación de la riqueza minera española no alcanzó su pleno apogeo hasta el último cuarto del siglo, convirtiéndose en uno de los sectores más activos. Esto fue posible a la inversión de compañías extranjeras. No obstante, el carbón español, era escaso, de mala calidad y caro, por lo que la mitad del que se consumía era importado. Otro elemento unido a la industrialización fueron los transportes y comunicaciones.
España se encontraba en clara desventaja, pues las peculiaridades de la geografía peninsular supusieron una dificultad añadida. No obstante, mejorarán notablemente desde 1840 gracias al ferrocarril.
Las primeras líneas construidas fueron algunos tramos cortos (Barcelona-Mataró). Pero, el verdadero desarrollo vendrá con la Ley General de Ferrocarriles de 1855 que fomentaba la creación de sociedades anónimas ferroviarias; contemplaba subvenciones e, incluso, permitía la importación de materiales ferroviarios. El resultado fue un rápido ritmo de construcción en los primeros diez años, debido sobre todo a la afluencia masiva de capital (francés), tecnología y material extranjero. El último impulso constructor del Siglo XIX comenzó en 1876, y coincidíó con el desarrollo de la minería, por lo que una gran parte de los nuevos tramos conectaban las zonas mineras con el resto del país. En definitiva, las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras, lo que no estimuló apenas la industria siderúrgica nacional; el escaso capital privado español se invirtió en ferrocarriles y no en industrias; apenas había mercancías que transportar por lo que muchas compañías quebraron. Por otro lado la política arancelaria española a lo largo del Siglo XIX fue alternando el proteccionismo con algunas medidas librecambistas entre las que destacó el Arancel Figuerola (1869)
que no prohibía la importación de ningún producto, y se rebajaban los aranceles. La Restauración significó de nuevo la vuelta al proteccionismo con la Ley arancelaria de 1875. La Revolución Industrial vino también acompañada de la aparición de la banca moderna.
Al mismo tiempo que se iniciaba la transición a un sistema monetario moderno, con la implantación de la peseta en 1868, se emprendía también la creación de un nuevo sistema bancario articulado en torno al Banco de España. A partir de las leyes bancarias de ese mismo año surgieron numerosos bancos y sociedades de crédito, muchos de los cuales se hundieron por la crisis financiera de 1866. Tras el desastre colonial de 1898, se repatriaron a España gran parte de los capitales situados en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y se inició una nueva fase de desarrollo bancario.
7.3 En 1898, España fue vencida por Estados Unidos. La derrota supuso la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y abríó un periodo de reflexión intelectual ante los males que aquejaban a una nacíón enfrentada a su decadencia. La crisis española fue equiparable a la vivida por otros países europeos en el fin de siglo. Italia, Francia, Portugal, etc. También padecieron sus propios noventayochos. Cuba fue decisiva en la evolución española del Siglo XIX. Políticamente, se convirtió en foco de conflictos y ejercíó un papel fundamental en la adquisición de méritos militares, y también económicamente, porque supónía una fuente de recursos para las exiguas arcas del Estado. Desde 1837, Cuba y Puerto Rico estaban gobernadas por leyes que otorgaban un control absoluto al capitán general de cada isla, lo que molestaba a las élites criollas.
Los ecos de la Guerra de Secesión estadounidense, inspiraron la toma de partido de algunos criollos a favor de la independencia y de la abolición de la esclavitud, prohibida en Estados Unidos tras la derrota de los confederados. En 1868 estalló una revuelta dirigida por Manuel de Céspedes, el Grito de Yara, que aunque pretendía la abolición de la esclavitud adquiríó un matiz secesionista. Estalló entonces la Primera Guerra de Cuba entre 1868 y 1878, que terminó con la frágil Paz de Zanjón (1878), incapaz de hacer desaparecer la insurrección. En 1872 había sido suprimida la esclavitud en Puerto Rico y se preparaba la abolición en Cuba. Tras la Paz de Zanjón se planteó la posibilidad de otorgar concesiones autonomistas, pero el rechazo de las oligarquías españolistas frustró estas propuestas. En 1893, Maura presentó un proyecto autonómico que no cuajó. Para entonces, el movimiento independentista ya se había consolidado gracias al apoyo de Estados Unidos.
En 1892, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, en Filipinas se creó la Liga Filipina, dirigida por José Rizal. La reacción de España ante el movimiento independentista fue muy violenta, sobre todo bajo el mando de Valeriano Weyler, capitán general de Cuba, lo que aumentó la impopularidad española. En 1895 estalló la última guerra de Cuba. Un año después estalló la sublevación en Filipinas. En ambos casos, la lucha fue encarnizada, los muertos se contaron por millares y los recursos gastados fueron inmensos. En un intento por frenar la tensión, el Gobierno concedíó una Carta autonómica y no fue aceptada por los independentistas. Otro hecho clave fue la subida a la presidencia estadounidense de McKinley.
McKinley manifestó una clara determinación intervencionista sobre las posesiones españolas en el Caribe y en Filipinas. En Febrero de 1898, el acorazado estadounidense Maine se hundíó en el puerto de La Habana; después de una inmensa campaña de prensa dirigida por William Randolph Hearst y tendente a responsabilizar a la armada española, Estados Unidos declaró la guerra a España. La nueva potencia ganó la contienda. Las batallas navales de Cavite, y de Santiago de Cuba sellaron la suerte de la guerra. El 1 de Octubre se negoció la paz en París, y el 10 de Diciembre de 1898, por el Tratado de París,
España perdíó definitivamente Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Cuba se convirtió en una República Independiente, aunque bajo la supervisión de Estados Unidos. Puerto Rico y Filipinas quedaron bajo administración directa de los estadounidenses. La pérdida de los restos del viejo Imperio abríó un gran debate intelectual sobre las causas que llevó a reflexionar sobre los males de la patria. Salieron a relucir una serie de discursos coincidentes en la necesidad de modernizar las estructuras españolas en todos sus órdenes, tal como señalaron Joaquín Costa, en su Oligarquía y caciquismo, o Picavea, en El problema nacional. Este sector cultural pensaba que el origen del problema radicaba en el aislamiento con Europa, la corrupción política y el atraso económico y social del país. Hacían hincapié en pasar por un proceso de regeneración de España en el plano político, social y educativo. Estas distintas actitudes, agrupadas con el nombre de regeneracionismo, planteaban una estrategia de acción Desde el punto de vista político era preciso superar las prácticas caciquiles y oligárquicas.En el plano social aspiraban a la constitución de un país de clase media, en el que la instrucción pública era clave. En cuanto a la dimensión económica, presentaban medidas referidas al impulso de la actividad agraria.
Además, el desastre del 98 sirvió de argumento para los nacionalismos periféricos, sobre todo el vasco, como prueba de la necesidad de desvincularse de la moribunda España.