Desamortización Civil y Recuperación Económica
La desamortización civil, también conocida como desamortización de Madoz (en su segunda etapa), fue aprobada durante el Bienio Progresista de 1855. Se le denominó también «desamortización general» y consistió en la venta forzosa, aunque con compensación, de la totalidad de los bienes del Estado, dirigida fundamentalmente a municipios e instituciones. Uno de sus objetivos principales fue obtener ingresos para la Hacienda Pública.
La Reforma de Mon-Santillán
La ley de 1845, obra del ministro Alejandro Mon, fue elaborada con un enfoque lógico y ordenado. Creó un sistema simplificado de impuestos:
- Directos:
- De producto: Contribución sobre el cultivo, inmuebles y ganadería; subsidio industrial y de comercio.
- Personales: Derecho de inquilino.
- Indirectos:
- Circulación de bienes: Derecho de hipoteca.
- Consumo de bienes: Contribución sobre consumo y derechos de puertas.
El Bienio Progresista (1854-1856)
En los últimos años de la Década Moderada, el régimen evolucionó hacia una extrema reacción. El gobierno de Bravo Murillo, mal recibido y con la oposición general, incluso dentro del propio partido moderado, generó una corriente de oposición liderada por el general O’Donnell. La Revolución de 1854, iniciada con el pronunciamiento de «La Vicalvarada», se plasmó ideológicamente en el Manifiesto de Manzanares, redactado por Antonio Cánovas del Castillo. Este manifiesto buscaba unir a progresistas y moderados mediante concesiones políticas.
Sin otra alternativa, la reina Isabel II ofreció el gobierno a Espartero, quien, con el apoyo de O’Donnell, controló el gobierno. Los nuevos gobernantes propusieron una nueva constitución (1856), que no llegó a publicarse. También se impulsó un nuevo proceso desamortizador: la Ley General de Desamortización de Pascual Madoz de 1855, que buscaba ampliar las bases del régimen con mayor participación electoral y libertades ciudadanas.
El Reinado de Isabel II: Inestabilidad y Cambios Políticos
El binomio Espartero-O’Donnell terminó en el verano de 1856. O’Donnell, ya en solitario en el poder, implementó su propia visión política: la Unión Liberal. Esta pretendía ser una vía centrista que superara la división entre moderados y progresistas. Sin embargo, más que un partido político cohesionado, era un conglomerado de políticos oportunistas.
Entre 1856 y 1863, se alternaron en el poder la Unión Liberal de O’Donnell y el Partido Moderado de Narváez. En su primer gobierno, O’Donnell restableció la Constitución de 1845 con un acta adicional. De 1858 a 1863, O’Donnell presidió el periodo más largo del reinado, destacando su política exterior (Marruecos y México). La Corona, sin embargo, siguió excluyendo a los progresistas del gobierno, lo que llevó a este partido a conspirar contra la dinastía borbónica. Finalmente, Isabel II fue expulsada y se exilió en París.
La Segunda Regencia de Espartero (1840-1843)
Los progresistas se acercaron al general Espartero, atraídos por su carácter flemático y autoritario. El golpe de 1840 derrocó a los moderados y a María Cristina. Espartero, convertido en el ídolo de los progresistas, pasó de liderar un gobierno provisional a asumir la Regencia. Actuó más como general que como político, gobernando de forma autoritaria y personalista, y desatendiendo a sus compañeros de partido. Esto le granjeó numerosos enemigos.
En política interior, Espartero se enfrentó a los catalanes, llegando a bombardear Barcelona desde el castillo de Montjuïc. La ciudad se rindió tras un terrible asedio. Posteriormente, en Sevilla, un grupo de generales progresistas y moderados (entre ellos Narváez, Serrano y Prim) le obligaron a abandonar España, exiliándose en Inglaterra.
La Época de los Moderados (1844-1854)
Con la llegada al trono de Isabel II, comenzó la hegemonía del Partido Moderado, que gobernó ininterrumpidamente entre 1844 y 1854. Los elementos burgueses, alejados ya de la revolución, buscaban un régimen de paz. En este contexto, se creó la Guardia Civil, fundada por el Duque de Ahumado. Las claves del momento fueron el moderantismo y el romanticismo.
El general Narváez, fiel a la reina y al sistema moderado, fue la figura clave del régimen isabelino, actuando como defensor y hombre fuerte en momentos críticos. Su forma de gobernar, considerada dictatorial por algunos, fue vista como la mejor garantía del orden. Mientras tanto, la población crecía (13,5 millones de habitantes en 1840), la Hacienda se estabilizaba, se realizaban grandes obras públicas y la administración se centralizaba y burocratizaba.
La Década Ominosa (1823-1833)
A pesar de estos diez años sombríos, España se recuperaba lentamente de los males pasados. Fernando VII encontró en el Ministerio de Hacienda a un hombre inteligente y metódico, López Ballesteros, que impulsó la banca y la economía. Se crearon nuevas industrias, especialmente en el sector textil, destacando las factorías catalanas de Bonaplata, donde se utilizó por primera vez la máquina de vapor. También hubo una importante producción de azúcar.
Sin embargo, en el ámbito político, el rey gobernaba bajo un despotismo ilustrado. El reinado concluyó con un grave problema sucesorio: el pleito entre Carlos e Isabel, tras la publicación de la Pragmática Sanción que eliminaba la Ley Sálica. En el fondo, se trataba de la lucha entre dos tendencias: la absolutista y la liberal.